Por Diego Fischerman
�Todavía sueño con él. Todavía sueño con un nuevo set con el trío. El cierra los ojos, inclina la cabeza hacia un lado, y cada sonido parece bañado en oro. Cuánto extraño ese sonido.� El que sueña es Eddie Gomez, el contrabajista que a los 21 años fue descubierto por Bill Evans, en la primavera de 1966, mientras tocaba con el quinteto de Gerry Mulligan en el Village Vanguard. Y el pianista soñado �en más de un sentido� es Bill Evans. Hoy hace 20 años que lo mató una úlcera gástrica. Dicen que podría haberlo matado casi cualquier cosa. Era un lunes.
Nacido en Plainfield, Nueva Jersey, el 16 de agosto de 1929, Evans estudió música desde chico: piano, violín y flauta. Tres décadas después, en las notas para el sobre de un disco que cambió para siempre la historia del jazz, escribió una serie de reflexiones que resumían con perfección su idea acerca de lo que era la música. El disco se llamaba Kind of Blue, tocaba el sexteto de Miles Davis (con Evans, Coltrane y Adderley en la línea del frente) y allí el pianista comparaba la improvisación con �un arte visual japonés en el cual el artista está obligado a ser espontáneo. Debe pintar sobre una superficie muy delgada con un pincel especial y una pintura negra al agua de modo que un movimiento antinatural o interrumpido puede cortar la línea o dañar la superficie. Los borrones o cambios son imposibles... Las pinturas resultantes carecen de la organización y las texturas complejas de la pintura corriente, pero se dice que aquellos que ven bien encontrarán presente algo que escapa a la explicación...�.
El lenguaje pianístico de Evans, influido por Bud Powell y Lennie Tristano (a quien reemplazó en una actuación afortunadamente registrada en disco, en el Half Note Café y con Lee Konitz y Warne Marsh), es, sin embargo, absolutamente personal. Los rasgos más evidentes tienen que ver con una armonía que recuerda a los músicos franceses de principio del siglo XX (Fauré, Debussy, Ravel) y con una sutileza en los modos de ataque y en la utilización del pedal inédita dentro del jazz. Pero en realidad lo que caracteriza a Evans es que ninguna de estas cualidades aparece declamada. Su estilo es, sobre todo, pudoroso, casi tímido. El tocaba de la manera en que podría haber hablado un sabio maestro que temiera humillar a sus discípulos. Y, si para la música de tradición escrita fue el cuarteto de cuerdas la formación absoluta por excelencia, Evans construyó ese lugar, dentro del jazz, para el trío de piano, contrabajo y batería. El primero que formó, con los geniales Scott La Faro y Paul Motian, lleva ya inscripto el recorrido futuro. Gary Peacock, Eddie Gomez y Marc Johnson entre los contrabajistas, Marty Morell, Eliot Zigmund, Joe LaBarbera y Jack De Johnette entre los bateristas. Sólo nombres distintos para el gran invento de Evans: el trío como célula básica del jazz.
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