CORPORATIVOS
�¿Por qué me hacen esto? Con Alfonsín esperaron casi cinco años y a mí no me esperaron ni uno�, rezongó el Presidente. No era Fernando de la Rúa el de la queja, sino Carlos Menem en sus primeros meses de gobierno cuando todavía estaba acosado por brotes de hiperinflación y caminaba con los ojos cerrados, sin ver la luz de la convertibilidad que recién llegó a principios de 1991. Desde entonces prometió que en un par de años llegaría la felicidad con la puntualidad de Santa Claus, pero lo único que brindó a la mayoría popular fue renovar la promesa una y otra vez, incluso para justificar su ambición de un tercer mandato, hasta que abandonó la década de los 90 con un saldo de miseria y desempleo para millones de compatriotas. El método de la profecía incumplida, que los diferentes gobiernos siguen usando, no es nuevo. Alrededor de setenta años atrás, en sus Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Antonio Gramsci lo describía así: �A la sociedad se le proponen mesiánicos mitos de espera de épocas fabulosas, en las cuales todas las contradicciones y miserias presentes serán automáticamente resueltas y curadas�.
El gobierno de la Alianza tiene sus propios mitos de espera, pero recordarlos es casi un ejercicio masoquista. Hay uno, sin embargo, que se repite demasiado como para ignorarlo. Gastados ya 10 de los 48 meses de mandato, todavía buena parte de sus votantes sigue esperando que empiece a gobernar. �Ahora que regresó Fernando, van a ver�, amenazan los que dicen conocerlo de cerca y desde hace mucho, aunque el pronóstico suena a ruego más que a certeza. Menos intrépido que sus leales, De la Rúa no se cansa de prevenir: �Tengo mis tiempos y es inútil que quieran apurarme�. Por otra parte, es casi injusta la crítica sobre su presunto inmovilismo, porque lo que pasó contó con su aprobación personal. La aparente anarquía del gabinete no es por falta de control sino por todo lo contrario. Al Presidente le molesta cualquier iniciativa que no tenga su previa conformidad, aun en los trámites más sencillos del protocolo oficial, con la meticulosidad que demandan el bonsai y las gallinas de raza. La inquietud sería, en todo caso, si la dedicación al árbol le permite ver el bosque.
Han sido días que conmovieron al país, el tiempo de su gira por tierra lejana. Le hubiera gustado claro, ¿a quién no?, que la conmoción la hubiera provocado su desempeño entre tantos forasteros importantes, pero tuvo orígenes domésticos. El vicepresidente Carlos Alvarez tuvo la oportunidad, y la aprovechó, a cuento de posibles sobornos en el Senado destinados a comprar votos a favor de la Ley de Reforma Laboral, para atacar como ariete contra la corporación burocratizada de los partidos mayores con la intención de develar el ilícito pero, más que nada, de golpear al mercado político abierto. Con inspiración, Alain Touraine definió �la corrupción más peligrosa para la democracia� a la que permite �a los partidos políticos acumular recursos tan considerables y tan independientes de la contribución voluntaria de sus miembros que les posibilitan escoger los candidatos a las elecciones y asegurar el éxito de cierto número de ellos, tornando así irrisorio el principio de la libre elección de los dirigentes por los dirigidos�.
Si el objetivo del vicepresidente era desnudar la corrupción, presentida además por la mayor parte de la ciudadanía, la misión está cumplida. De paso, sacudió la trama radical-menemista del Senado que pretendía ignorar su autoridad, como si estuviera pintado. Más acá de lo que suceda en los tribunales con el expediente, en las manos presidenciales quedaron definiciones políticas pendientes, cuya resolución podrían significar un nuevo comienzo. Por lo pronto, el Senado que deberá renovarse completo dentro de un año, yace exhausto, con heridas graves, y el gabinete nacional está en disponibilidad para lo que guste mandar el Poder Ejecutivo. De la Rúa puede disponer de su tiempo a voluntad, pero en política las oportunidades se ganan o se pierden cuando se presentan. Chacho ganó la suya, como lo prueba el ánimo mayoritario que aplaude su iniciativa, y ahora es el turno del Presidente.
La empresa no es fácil ni puede ser restringida a la suerte de dos o más colaboradores. Se trata nada menos de fundar nuevas bases para la cultura política. Durante casi todo el siglo XX han sido las corporaciones, más que los partidos políticos, las que predominaron en el juego del poder. Las Fuerzas Armadas, los sindicatos, la Iglesia Católica, la oligarquía vacuna, la burguesía industrial, los bancos y las logias de todo tipo, actuaron en distintos momentos, solas o en combinaciones inestables, bajo la eufemística denominación de �factores de poder� o �grupos de presión�, según la influencia que pudieran ejercer sobre la administración de turno, fuera civil o militar. En lugar del debate abierto o la decisión popular creció �una tendencia abusiva a la solidaridad interna y a la defensa de los intereses del cuerpo�, según la definición del corporativismo en el diccionario académico. Esa visión corporativa, sin partidos �demoliberales�, nutrió las primeras versiones de Juan Perón sobre la �comunidad organizada� y, con el paso del tiempo, el espíritu de cuerpo protegió hasta la impunidad más aberrante. El pacto de silencio de las Fuerzas Armadas sobre el terrorismo de Estado es una muestra exacta de ese tipo de complicidades.
Décadas de inestabilidad institucional, proscripciones, represión, clandestinidad y las propias impotencia o limitaciones de origen, actuaron sobre los partidos políticos como un ácido corrosivo que disolvió los vínculos con su propia base y quebró el imprescindible diálogo interno con el imaginario colectivo. �La burocracia �escribió Gramsci� es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa; si ella termina por constituir un cuerpo solidario y aparte y se siente independiente de la masa, el partido se convierte en anacrónico y en los momentos de crisis aguda desaparece su contenido social y queda como en las nubes.� De ahí al funcionamiento corporativo, cruzados en todas direcciones por los �factores de poder� o, como se dice ahora, por lobbies privados, fue un simple paso atrás. Esta es la cultura política que hoy está en cuestión, esos cascarones vacíos que andan �en las nubes�, que miran la realidad sin verla, entretenidos en su propio ombligo.
Basta repasar las conductas de los senadores y de las direcciones partidarias que, con las debidas pero escasas excepciones, prefirieron acogerse a la conocida fórmula menemista ��que la Justicia decida�� en lugar de suspender a sus afiliados acusados hasta que aclaren la situación. Dado que el peronismo carece de dirección única, fue el partido donde hubo más condenas explícitas, mientras los radicales organizaban cenas de desagravio, sin tener en cuenta el agravio resentido por los ciudadanos. Por lo tanto, será el Presidente, con gestos y decisiones políticas, quien tendrá que desagraviar a la población indignada. El problema es que De la Rúa participa desde hace varias décadas de esas burocracias partidarias que funcionan con sus propias normas, sin ninguna igualdad ante la ley. Tendrá que ser capaz de sobreponerse a esos hábitos políticos y leer con rigor el sentimiento público para actuar en consecuencia.
Sus primeros actos de ayer, al regresar, fueron de piloto automático. Descartó cualquier remoción en el gabinete y firmó un proyecto de presupuesto que, por lo que se conoce, está más obsesionado por el déficit fiscal y el pago de la enorme cuota de la deuda externa que por la situación de los desamparados, que no han logrado despertar la misma atención que el inmóvil y eterno ejército de terracota en China. Ninguno de los elementos presupuestados puede ofrecer la cohesión principal quenecesita cualquier partido y más aún una alianza interpartidaria para despertar la confianza y el entusiasmo a pesar de las dificultades. Las instituciones republicanas importan por su existencia formal pero eso es la legalidad, en tanto que la legitimidad se gana con la capacidad para atender el bien común. La batalla por la transparencia administrativa, muy necesaria en un país degradado por la impunidad de los rufianes, es insuficiente para despertar esperanzas en el pueblo. Y cuando los grupos sociales se apartan de los partidos tradicionales, la situación inmediata es delicada y peligrosa, porque queda expuesta a la oscuridad y el pesimismo de la inteligencia se vuelve sórdido escepticismo de la voluntad. |