Once mil millones
Imagínese que su familia es el país. En total son diez miembros y tiene para distribuir entre todos 50 mil pesos a lo largo de un año. Usted es el administrador de los recursos y el encargado de recaudar el dinero para que el hogar funcione y haya armonía entre los moradores. La tarea no le será fácil porque cada uno de los habitantes pretenderá más dinero para gastar y aportar menos al presupuesto familiar. Usted podrá realizar asignaciones mayores a algunos de acuerdo a simpatía, preferencia o convencimiento de que merecen recibir más dinero que otros. Sabrá que terminará peleado con muchos y que se transformará en el más odiado de la parentela. Con sus decisiones beneficiará a unos y perjudicará a otros. Usted pondrá las prioridades. Pero hay un detalle que todavía no le ha sido comunicado. No tendrá libertad para distribuir como se le ocurra los 50 mil pesos. Hay una parte de los fondos que no va a poder tocar ni pretender cambiar su destino. Son alrededor de 11 mil pesos del total. No es poca plata para un presupuesto tan estrecho. Representa poco más de uno de cada cinco pesos que tiene para gastar. Ese dinero lo tendrá que utilizar para pagar los intereses de la deuda que agobia a su familia. Cualquiera le diría que usted tiene un problema y que si sigue así, sin generar recursos que incremente la torta familiar, se enfrentará a una grave crisis en el hogar.
A ciertos economistas les gusta decir que el Presupuesto Nacional es como manejar el dinero de la casa. Afirman que no se puede gastar más de lo que entra para mantener las cuentas equilibradas sin generar un endeudamiento creciente. Para otros es mucho más que la simplificación del manejo de fondos de lo que sale y entra al Estado. Refleja, más allá de discursos y expresiones de deseos, la política económica que tiene una administración. El Presupuesto 2001 muestra cuál es la opción de gobierno que ha elegido la Alianza, dejando de lado lo que para el entretenimiento mediático representan las pujas internas y zancadillas por espacios de poder generados por el escándalo del Senado. Es, en definitiva, el plan de la Alianza expresado sin interferencias. Ya no servirá de excusa la pesada herencia recibida del menemismo. El Presupuesto 2001 es la primera gran carta de presentación del Gobierno de Fernando de la Rúa sobre cómo piensa tratar a la familia-sociedad.
Resulta abrumador ver en la planilla de erogaciones que once mil millones de pesos/dólares están destinados solamente al pago de los intereses de la deuda. De un año a otro subió la friolera de 1620 millones. Desde 1994 los servicios de la deuda se multiplicaron por cuatro. Ese impresionante salto reconoce tres causas inmediatas: 1) el aumento de la tasa de interés internacional; 2) los crecientes déficit fiscales de los últimos años financiados con endeudamiento; y 3) el vencimiento de la deuda barata (bonos Brady y Bocon), colocada en el mercado luego de una renegociación con los acreedores o compulsivamente, que fue reemplazada por deuda cara a tasas de mercado.
En los países desarrollados la presentación del Presupuesto es motivo de debate nacional. Se discute intensamente la equidad de la distribución de los fondos y la estructura impositiva en la cual se basarán los ingresos del Estado. Se polemiza sobre los planes sociales, educativos, de salud. Se plantean las diferentes opciones de estrategia de crecimiento. Se discute, en última instancia, qué país se quiere. Aquí el eje central del intercambio de opiniones, en cambio, pasa simplemente por la magnitud del déficit y en cómo reducir el gasto. Es poca cosa. Ese debate no sirve. Y no se trata de discutir no pagar la deuda o declarar una moratoria, que en las actuales condiciones internacionales resultaría más gravoso que honrarla. Se trata, en definitiva, de asumir que ante semejante condicionamiento como es la presente carga de intereses, se requiere creatividad y audacia en el Presupuesto para querer hacer algo diferente a lo que se estuvo haciendo en los últimos diez años. No alcanza con encontrar una frase publicitaria: �No habrá ajuste, sino austeridad en el gasto�, como expresó el secretario de Programación, Miguel Bein.
La cuestión es sencilla de entender: el Estado tiene gastos, entre ellos los intereses de la deuda, que los afronta con los ingresos que obtiene, fundamentalmente del cobro de impuestos. Esa administración de fondos es lo que se presenta en el Presupuesto. La pregunta obvia que debería hacerse cualquiera que quiera saber si es equitativo el Presupuesto sería: ¿Sobre quién recae el mayor peso de aportar recursos al Estado para que pueda funcionar, a la vez de pagar los intereses?
La respuesta que se encontrará en este primer Presupuesto de la Alianza desilusionará a aquellos que la visualizan como alternativa progresista, por lo menos en lo que respecta a la intención de mejorar la desigual distribución de los ingresos. Pese a la agobiante carga que significan los servicios de la deuda para las arcas del Estado, los sectores de mayor capacidad contributiva seguirán gozando de su exclusivo paraíso localizado en la estructura tributaria argentina.
Hoy la audacia pasa por cobrar impuestos a los que más tienen para poder sostener un sector público ahogado por la deuda. Y no en seguir exprimiendo a la población con impuestos que afectan a todos por igual sin importar el nivel de ingreso. Resulta incomprensible que ante el fuerte condicionamiento que implica la carga de la deuda se haya eliminado del proyecto de Presupuesto preparado por el equipo económico el Impuesto extraordinario a la Altas Rentas. Los muchachos de José Luis Machinea sostienen que ese gravamen era por una única vez. Pero cuántas cosas se dijeron que eran transitorias y continuarán en el 2001, como la rebaja salarial a los empleados públicos. Tampoco se prevé gravar la renta financiera por la compraventa de acciones y títulos públicos e intereses de los plazos fijos de montos elevados. Ni se afectará el nicho de privilegio de las privatizadas, que, por ejemplo, recibieron rebajas de aportes patronales, con la consiguiente pérdida de recursos para el fisco, sin trasladar ese beneficio a los usuarios mediante reducción de tarifas.
¿El Presupuesto es ideológico?, le preguntará con inteligencia un miembro de su familia luego de escuchar cómo decidió distribuir los recursos y cómo hará para conseguir el dinero. Usted podrá eludir la respuesta hablando de la prosperidad y la intención de que todos mejoren la calidad de vida, luego girará la cabeza y le guiñará el ojo al tío rico, al único de los diez miembros del clan que no es molestado en el hogar. Así podrá sentir que su familia es igual que el país. |