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EL FESTIVAL DE TORONTO EN LA RECTA FINAL
En el Oriente está el agite

El cine asiático deja claro también en Canadá el nivel de su peso artístico actual: entre los más de 300 films exhibidos brillaron los de Jafar Panahi, Jia Zhang-ke, Edward Chang y Hassan Yektapanah.

�Yi Yi�, una notable y compleja saga familiar dirigida por el taiwanés Edward Chang.


Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto

t.gif (862 bytes) Si fuera posible extraer una primera conclusión de un festival abrumador como es el de Toronto �con más de trescientos films en el programa oficial, que culmina hoy�, se diría que es la confirmación, una vez más, del lugar de vanguardia que sigue ocupando el cine asiático. El fenómeno no es una novedad y abarca casi toda la década del 90, pero a los nombres ya consagrados del iraní Abbas Kiarostami, el chino Zhang Yimou, el taiwanés Tsai Ming Liang y el hongkonés Wong Kar Wai, por citar apenas algunos de los cineastas más reconocidos, hay que sumarle ahora toda una nueva generación que no se conforma con seguir aquellos pasos sino que propone caminos diferentes, alternativos, capaces de repensar las posibilidades del cine.
Es el caso de Jafar Panahi, el iraní que con El círculo viene de ganar seis premios principales en la Mostra de Venecia (entre ellos el León de Oro a la mejor película) y que también pasó con su notable película por Toronto. Discípulo directo de Kiarostami, de quien fue asistente, Panahi se dio a conocer como director cinco años atrás, con su magnífica ópera prima, El globo blanco, premiada con la Cámera d�Or en el Festival de Cannes (y actualmente en cartel en Buenos Aires). Con su segundo largo, El espejo �ganador del Festival de Locarno 1997�, Panahi demostró que era capaz de hacer un film que se reflejara a sí mismo, hasta hacer del cine un magnífico medio de conocimiento. Ahora con El círculo, Panahi da un paso más allá y �sin renunciar a sus búsquedas formales� se aventura con un film subversivo para las tradiciones islámicas y el régimen político iraní.
De hecho, El círculo pudo salir de Teherán apenas tres días antes de su exhibición en Venecia y, como contó el propio Panahi en Toronto, �el film no sólo no cuenta con permiso de exhibición en mi país sino que ni siquiera tiene el respaldo político de los representantes más progresistas del parlamento iraní�. ¿La causa? Bien simple. Con una estructura perfecta, que hace honor a su título, Panahi describe la situación de la mujer hoy en Irán, no sólo excluida atávicamente del sistema social sino también perseguida por un Estado policial que la empuja a situaciones extremas. Adulterio, aborto, abandono de los hijos, suicidio son temas que parecían impensables en el cine iraní y a los que El círculo alude con franqueza y valentía, pero también con serena maestría, que no necesita jamás de discursos de barricada.
Detrás del film-faro de Panahi, Toronto exhibió también otro puñado de películas iraníes dispuestas a desafiar los límites de la censura y plantear �con su capacidad metafórica habitual� una realidad política que la generación de Kiarostami no había llegado a abordar. Es el caso de Pizarrones, la nueva película de Samira Majmalbaf, ya comentada aquí, pero también de Tiempo de caballos borrachos, de Bahman Gobadi, y de Djomeh, de Hassan Yektapanah, que en mayo compartieron la Cámera d�Or del Festival de Cannes a la mejor ópera prima. El film de Gobadi se ocupa, como el de Samira (aunque sin su talento), de los padecimientos de la minoría kurda, obligada a sobrevivir del contrabando en la frontera entre Irán e Irak, plagada de minas y emboscadas. A su vez, el film de Yektapanah, de una sensibilidad y una sutileza que desarman, expone las barreras culturales que le impiden a un refugiado afgano cortejar a una chica iraní. Ambos directores fueron �casi no hace falta decirlo� asistentes de Kiarostami.
En el otro extremo de Asia también están apareciendo importantes nombres de recambio. El primero a tener en cuenta es el del chino Jia Zhang-ke que, con su ópera prima Xiao Wu, se convirtió en la auténtica revelación del primer Festival del Cine Independiente de Buenos Aires, dos años atrás. Ahora Zhang-ke tomó a Toronto por asalto con su segundo largo, Plataforma (Zhan Tai), uno de esos films que pueden atravesar una jungla de celuloide como es un festival de esta magnitud y perdurar en la memoria y el tiempo. De hecho, el transcurso del tiempo es el tema central de esta magnífica película, capaz de dar cuenta de los impresionantes cambios en la estructura política y social de China de los últimos veinte años a través de las vidas de un grupo de jóvenes de un pueblo remoto, cercano a la frontera con Mongolia. Esos cambios ya fueron objeto de estudio en el cine de dimensiones épicas de Zhang Yimou y Chen Kaige, pero aquí, a partir de un relato autobiográfico, la Gran Historia con mayúsculas pueda ser leída desde una intimidad conmovedora. Es notable la manera en que, poco a poco, el film va trazando el recorrido de sus protagonistas, integrantes de un conjunto de teatro popular dedicado a interpretar canciones de alabanza a Mao, que termina recorriendo los parajes más desolados con un número de música pop, acompañado por bailarinas a go go. 
Si hay algo que distingue a Plataforma es su manera de apresar la realidad, la equidistancia con que el director es capaz de colocar su cámara, la forma en que se vale de prolongadísimos planos secuencia para capturar un tiempo que se desvanece. A su modo, es el mismo recurso de Yi Yi, otro de los grandes films asiáticos que tuvo este año Toronto, dirigido por el taiwanés Edward Chang. Aunque es su séptimo largometraje (uno de los primeros, Terroristas, se exhibió en un par de oportunidades en Buenos Aires, en la Sala Lugones), Chang no había tenido hasta ahora el reconocimiento internacional que su obra merece, pero Yi Yi parece el film indicado para abrirle esa puerta. Concebida a la manera de una pequeña saga familiar, la película de Chang �ganador del premio al mejor director en el último Festival de Cannes� parece abrirse a un público más amplio sin resignar la complejidad narrativa de su film anterior, el espléndido Mahjong, exhibido en la Berlinale �97. En todo caso, habla de aquello que es universal, en Taipei, en Toronto o en Buenos Aires: la infancia, el amor, la muerte, la soledad, el inasible paso del tiempo.

 

 

Toronto en cifras


329
las películas que se vieron, 
procedentes de 56 países.

6119
los films que se exhibieron en
 los primeros 25 años, 
entre corto y largometrajes.

416
los actores y directores 
invitados (en 1976 
fueron 9).


3200
las acreditaciones de
 miembros de la industria
 y prensa (158 en 1976).

4,5 
millones de dólares fue 
el presupuesto actual, dinero que provino de 
auspiciantes privados (40%), recaudación de 
boletería (40%) y subsidios oficiales (20%).

3
fueron los films argentinos presentes
 en esta edición: Plata quemada de Marcelo
 Piñeyro, Esperando al Mesías de Daniel Burman,
 y Nueces para el amor, de Alberto Lecchi.

 

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