Por Horacio Cecchi
Cuatro policías detenidos, tres excarcelados bajo proceso, ocho imputados civiles tras las rejas, una remisera con fianza, un delincuente muerto en una celda, un bolso con un handy perdido y recuperado en una foto y la posible detención de otros uniformados son las señales públicas de la investigación de la masacre de Villa Ramallo. Pero, ¿cómo se gestó el asalto, qué roles cumplió cada uno? Y, más aún: ¿quiénes integraron la banda y qué intereses políticos existieron? Página/12 tuvo acceso al estado actual de la investigación y a las hipótesis más firmes de los investigadores: la conexión policial y el golpe con final escrito. Como anticipó este diario, las pericias realizadas por Gendarmería consideraron con un alto grado de probabilidad que Tito Saldaña, el líder de la banda ahorcado en una celda horas después de concluida la masacre, pudo haber sido asesinado. Saldaña fue silenciado porque tenía amigos preocupados por su lengua. Los investigadores tienen en su poder una prueba concluyente: el policía que lo custodió desde las 4.10 hasta casi la hora de su muerte lo despidió con un saludo mafioso: �Chau, que tengas suerte�, le dijo. Pertenece al Comando Radioeléctrico.
En marzo del �99, Martín René �Tito� Saldaña abandonó el penal de San Nicolás sobreseído. Lo habían acusado de participar en el asalto a la Metalúrgica Flogg, el 6 de marzo del �98. Al salir, ya proyectaba un gran golpe aunque le faltaba lo principal: no sabía aún dónde, cuándo, ni con quién. Lo que no le faltaban eran relaciones. Para los investiga-dores no caben dudas de que mantenía contactos con policías. En su bolsillo, después de su muerte, fue hallado un papel con un nombre: Aldo, el mismo que lleva antes de su apellido el cabo Cabral, del Coman-do Radioeléctrico, detenido acusado de integrar la banda. Quedó comprobado que desde su teléfono, Ca-bral mantuvo comunicaciones con Saldaña y otros acusados.
Entre tres y cuatro meses antes del asalto que terminó en masacre, Saldaña obtuvo un dato: el Banco Nación, pero de San Nicolás. Pero el dato de San Nicolás se cayó después de que fuera modificado el sistema de seguridad de la sucursal. El dato siguiente, un mes después, insistía con el Nación, pero de Villa Ramallo, a 26 kilómetros de la ciudad de la Virgen. Quien aportó el dato aún es un misterio.
En Villa Ramallo, Cabral tiene una mujer, amante y policía: Esther de Volder, cuyo hijo aportó un testimonio muy confuso sobre los pri-meros momentos del asalto, lo que fue considerado como un modo de desviar la investigación. En sus visi-tas, el cabo de los radioeléctricos pasó en varias oportunidades por la sucursal, en teoría a tomar mates con colegas. Pero el grupo de elite de la Prefectura, encabezado por Arturo Salvatierra, descubrió durante el allanamiento a su casa un cuaderno Magisterio de tapas azules en una de cuyas páginas había un croquis del banco trazado a mano alzada.
Los prefectos no fueron los únicos que sospecharon la vinculación policial. El 3 de octubre pasado, este diario publicó una entrevista realizada por el periodista José Maggi a un ex integrante de la banda, que sostuvo haber participado en buena parte de las reuniones previas al asalto. E.P. fue el seudónimo elegido por el especialista en bóvedas, quien aceptó revelar datos para despegarse de la persecución policial. �Para mí fue una entregada, algo que preparó el policía que armó la jugada�, sostuvo E.P. durante la entrevista, motivo suficiente para decidirlo a abrirse del plan a tiempo.
En julio, los engranajes de la banda estaban en marcha. Para tapar los baches de los arrepentidos, Tito llamó a su primo, Carlos Sebastián Martínez. �Un perejil sin antecedentes, dedicado a robos de pasacasetes�, único sobreviviente del trío que entró al banco. �Le ofrecieron 60 lucas para manejar el auto en el que planeaban escapar�, deslizó una fuente de San Nicolás. De ser cierto, el dato no es menor y se agrega a la hipótesis sostenida por los investigadores y al relato de E.P.: alguien pasó la información de que en la bóveda habían depositados mucho más que los 70 mil dólares habituales. La banda esperaba embolsar alrededor de medio millón. El dato con que contaban estaba muy cerca de la realidad: el 16 de setiembre había 323 mil pesos y 134 mil dólares.
Las reuniones se habrían realizado en casa de Norberto �Ojón� Céspedes, sobre la calle Italia, del barrio La Alcoholera, en San Nicolás. �Allí se repartieron roles, armas y se detalló la acción logística�, describió la misma fuente. �Céspedes lo conocía a Saldaña porque andaba en el negocio de los celulares de banda negativa (robados o salidos del sistema). Le entregaban uno y él lo podía habilitar.� A la casa de Céspedes llegó Javier Hernández para entregar un celular. Los presentó Tito. Hernández había participado en el asalto al Banco Provincia de Santa Fe, sucursal Arroyito, en Rosario, en 1998. En aquella ocasión, su tarea no fue exactamente la de un especialista. O, mejor dicho, fue contratado como especialista de la pala: Hernández debía palear escombros.
El plan estaba plagado de errores en manos de inexpertos. Ese detalle, que para las defensas de los acusados confirmaría que se trató de un golpe de un trío de locos, para los investigadores subraya la hipótesis de la ratonera. También para E.P.. �Fueron seguros porque creían que llevaban datos firmes.� Pero la justeza de los datos no tenía relevancia. El golpe jamás habría tenido éxito porque, según la hipótesis de los investigadores, desde el vamos �tenía el final escrito�.
Una semana antes del asalto, el ex ministro de Seguridad Osvaldo Lorenzo se reunió, primero, con la plana mayor policial y, después, con todos los jefes de seguridad departamental. Lorenzo habría instado a dar un vuelco a la imagen policial. Del segundo encuentro participó el comisario Alfredo Biardo, jefe de la Departamental Paraná Sur, más conocida como de San Nicolás. Una fuente ministerial aseguró a este diario: �Lo llevó alguien de arriba�. Lo primero que hizo Biardo fue confirmar a Oscar Martínez en su cargo: jefe del Comando Radioeléctrico de San Nicolás. Lleva no menos de seis años en el mismo puesto y recibió la venia de varios antecesores de Biardo. Resultaría muy difícil de en-tender que haya quedado pegado a su escritorio tanto tiempo si no mediara un padrinazgo político. Su hombre de confianza está preso: se llama Oscar Parodi, y fue acusado de haber dado muerte al contador Carlos San-tillán. Fue uno de los primeros que disparó aquella noche.
El golpe de imagen quedó marcado en la agenda y en el mapa: Villa Ramallo, 16 de setiembre del �99. El martes 14, a las 8 de la mañana, sin saber nada de esto, Mónica Saldaña, hermana de Tito, viajó a Villa Ramallo a bordo del remise Renault 19 bordó de Silvia Vega. Bajó en la esquina del banco, Sarmiento y San Martín, y entró a la librería El Estudiante. La atendió Claudia Sánchez. Pidió una tarjeta del Día del Amigo. A Sánchez le llamó la atención: el Día del Amigo había pasado hacía dos meses. Además, buscaba un manual de cuarto grado. �Dame cualquiera�, respondió cuando la librera quiso más especificaciones. Finalmente, la hermana de Saldaña pidió unas fotocopias del manual, que pasaría a buscar dos días después.
Entretanto, dos asaltantes, ese mismo martes por la noche, secuestraban en Villa Constitución un remise Renault 19 blanco con su dueño dentro. Al remisero Larroquete lo dejaron tirado en una ruta. Los investigadores creen probado que el auto durmió en la puerta de la casa de Ojón. Villa Constitución está en la mira de los expertos. �Es el centro geográfico de muchos indicios�, reveló un investigador. �Allí robaron el remise, allí vive el cabo Castillo, Silvia Vega hizo una buena cantidad de viajes, y de allí es el arma larga que desapareció junto con el handy y el bolso�.
Como había prometido, Mónica Saldaña se presentó en la librería el jueves 16 a las 8 de la mañana a cumplir su rol de campana. La acompañaban sus dos hijos y Silvia Vega. Oscar Mendoza, su pareja, bajó una cuadra antes. Detrás venía el auto de Larroquete. En él viajaban, al menos, el Negro Martínez y Tito, aunque los investigadores están convencidos de que hubo alguien más. Cerca de ellos, avanzaba Hernández, montado en una moto Yamaha blanca, para variar, robada. En un momento, Mónica pasó un bolso y un casco a los tripulantes del remise blanco. El casco apareció en su casa de la calle Obligado, de San Nicolás. El bolso se esfumó después del asalto, del baúl del Polo verde. Flora Lacave vio cómo guardaban en él un handy, un arma y monedas. Según consta en la causa, la imagen del bolso fue reconocida por la sobreviviente en una foto tomada por Jorge Larrosa, de este diario, instantes después de concluida la masacre. Quien porta ese bolso, en la foto, es el cabo Alberto Castillo, radioeléctrico, procesado y excarcelado.
El trío imaginaba un golpe rápido. La idea era esperar a la custodia dentro, tomar las llaves del tesorero, embolsar los 500 mil dólares y escapar. Hernández, en la moto. Tito, en el remise blanco conducido por Martínez. Abandonarían el auto en la salida del pueblo. Martínez tomaría un micro y Hernández, con Tito y el bolso, escaparían en la moto. Pero estaban tan mal informados que Hernández, al entrar al banco, preguntó: �¿Dónde están las cámaras?�, sin saber que no las había. La hipótesis es que todos esos datos eran aleatorios, porque a la banda jamás le iban a servir.
Al mediodía del jueves, el equipo de campaña de Eduardo Duhalde grababa el tercer tape referido a la nueva imagen policial. Lo hacía desde un helicóptero que sobrevolaba el escenario de Villa Ramallo. Pero el tape jamás se difundió. Algo salió mal: la llegada policial obligó al trío a tomar rehenes. Según la hipótesis, el handy Yaestchu habría sido entregado a Saldaña por el cabo Aldo Cabral, programado con la misma frecuencia del Comando Radioeléctrico. A través de él se mantuvieron conversaciones punto a punto entre Tito, Hernández y el punto oscuro del caso. Los sabuesos afirman que en esas conversaciones les aseguraron una salida. �Eso explica por qué insistieron hasta último momento en llevarse la plata y no pidieron entregarse al juez frente a la cantidad de cámaras que había. Alguien les confirmó la salida garantizada. Y eso fue lo que hicieron.�
El enojo con un policía
Por H.C.
�Para mí ese policía fue lo más sucio que pudo haber en la tierra�, denunció a este diario Liliana Perret. Se refería al comisario inspector José Ferrari, jefe de la Departamental de Seguridad de San Nicolás, el mismo que recibió con muestras de alegría a un subordinado procesado luego de ser excarcelado. Ferrari difundió públicamente una carta enviada a Flora Lacave y a Liliana Perret en la que pedía disculpas por los males causados por los uniformes policiales. Luego sostuvo que Perret había dado su perdón. �Es una falsedad total �denunció Perret�. Que quede bien claro. Ese policía fue a tomar la comunión. No tuvo escrúpulos en entrar a la iglesia con la intención de entregarme la carta y después decir lo que dijo. Usó mi nombre, mi inocencia y mi honestidad.� Tiempo después de la difusión de la carta, el mismo Ferrari hizo llegar a la viuda de Santillán otro gesto: �Me mandó decir que me había nombrado madrina de su unidad, que ya había mandado a hacer la placa y que me invitaba al acto�. |
La muerte de Saldaña
Por H.C.
Los resultados de las pericias que realizó Gendarmería sobre la muerte de Martín �Tito� Saldaña podrían dar vuelta la investigación y transformar el dudoso suicidio en homicidio. Los peritos consideraron como una �probabilidad cierta el colgamiento encubierto como suicidio�, después de que �terceros� le hubieran aplicado un golpe denominado �anestesia previa de Brouardel�, cuyos rastros quedaron en la parte superior de su cráneo. Como anticipó Página/12, durante la reconstrucción se determinó que el único modo en que Saldaña podría haber atado la cuerda a las rejas del techo era apoyándose sobre cuatro colchones doblados sobre el camastro de cemento. Pero los colchones aparecieron prolijamente ordenados después de su muerte.
El informe, firmado por el comandante Miguel Sánchez, el primer alférez Angel Arrúa y el primer alférez médico Gustavo Bursztyn, describe que un gendarme, de la misma contextura física y peso que Saldaña, intentó repetir la maniobra que podría haber realizado Tito, colgándose con una mano de las rejas del techo para anudar en ellas la soga. Pero fue descartada por imposible. En 20 segundos, el gendarme tuvo que descolgarse con su mano lastimada, mientras que Saldaña no mostraba lesiones en sus palmas. El segundo intento, doblando los cuatro colchones sobre la cama y parándose sobre ellos, fue exitoso. Pero carece de asidero: los colchones no fueron pateados por el detenido sino que estaban ordenados prolijamente contra la pared.
Los peritos determinaron la importancia del golpe descripto por la autopsia, en la parte frontal del cráneo de Saldaña. �Se desprende que del hematoma no debería descartarse la posible participación de terceras personas, a través de la ejecución de un traumatismo�, que lo inmovilizó. Los peritos no desecharon la posibilidad de un suicidio, pero condicionaron esa hipótesis a los rasgos psíquicos del detenido y a su estado de alteración. En el primer caso, el informe psicológico aún no fue realizado. En el segundo, el testimonio de los mismos policías de la comisaría 2ª afirma que Saldaña estaba �sereno, calmo y sobrador�.
La seccional estaba a cargo del comisario Antonio David Gómez. Curiosamente, una hora antes de la muerte de Saldaña, abandonó su puesto y viajó a La Plata, junto con Alfredo Biardo. Sostuvo que lo había llamado el ministro Osvaldo Lorenzo. Para su descargo, Gómez no contó con la ratificación de la superioridad y, como prueba de su viaje, tuvo que presentar el ticket del peaje. |
Doce largos meses para los rehenes
Por H.C.
Para ellos, el conteo es diferente. Más tortuoso. Pasan sus horas intentando despegarse de los días y rogando que el tiempo, que los atrapa, cierre cicatrices. Unos, circunstancialmente, llegaron a acariciar el olvido, aunque las pesadillas, la oscuridad nocturna, los truenos o la simple campanilla de un teléfono puedan regresarlos a un estado de excitación incomprensible. Ricardo Pasquali, Fernando Vilches y Diego Serra fueron los primeros liberados. Liliana Perret, viuda de Carlos Santillán, no puede perdonar a los culpables. Habla con Flora Lacave y se alientan mutuamente. Flora, viuda de Carlos Chaves, es la única que se debate contra el terror del recuerdo de aquellas 20 horas que, inevitablemente, la devuelven al angustiante recuerdo de sus fotos familiares.
�Estoy saliendo de a poco. Tareas pasivas, horario reducido.� Como un libreto, Ricardo Pasquali repite su situación laboral, como si a través de ese estado pudiera definir sus sufrimientos. �Soy jefe de área, pero no puedo firmar�, aclara. La psicóloga que lo atiende no lo recomienda. Regresó a su trabajo el 3 de abril pasado, seis meses y medio después del día más largo de su vida. �¿La vuelta? Yyyy..., yo estuve sin poder entrar a un banco por un trámite cualquiera durante mucho tiempo, recién lo pude hacer el 22 diciembre�, dice. �No quería saber nada.� Sólo una vez volvió a pasar por la sala del antetesoro, donde estuvo maniatado y con los ojos vendados, golpeado y sangrante, durante 16 horas, junto a Diego Serra, Fernando Vilches y Carlos Santillán. Este fin de semana, decidió pasarlo en Córdoba. �O en cualquier parte, pero acá no me quedo.�
�Es muy fuerte sentir que mi nombre está escrito en los diarios, en un libro�, sostiene Fernando Vilches, el correo de OCA, liberado junto a Diego Serra, después de 13 horas de encierro. Para él, el ciclo de un año �funciona como un elástico. Creí que a medida que iba pasando el tiempo iría olvidando, pero es volver a lo mismo�. Mantuvo su camioneta, la misma que utilizó el día en que tocó el timbre del banco antes de ser encañonado. Pero cambió su recorrido. �No trabajo más con bancos. Me lo recomendó la psicóloga. Al principio, quise afrontar todo de golpe y me quebré.� Lo sobresalta el sonido del teléfono. �Lo escuché tantas veces ese día. Y cada vez que sonaba creía que era la liberación.�
Es el que parece más afirmado de todos. Se dedica a su familia, a su trabajo y a su hobby como tuerca. �Yo estoy medianamente bien, no tengo ningún problema psicológico�, asegura Diego Serra, empleado del Canal 4, ubicado justo enfrente del banco. �Pero después de lo que me pasó, presto más atención�. Para Serra, los primeros diez días �fueron un constante recuerdo. Tenía que entrar a mi casa por atrás, dormía en otro lado. Quería olvidarme de todo�. �¿El domingo? No voy a estar. No es que no quiera justicia ni esté en desacuerdo, pero tengo el compromiso de una carrera de autos.�
Liliana Perret se refugió lejos de Villa Ramallo, en Sunchales, Santa Fe, con sus dos hijos, Andrea y Gabriel. Liliana cumple tareas comunitarias en el hogar de ancianos Otoño Azul. Esas horas son su verdadero bálsamo. �Qué voy a hacer el año que viene, no lo sé. No puedo estar dando clases con los ojos llenos de lágrimas�, agrega. �Ya pasó un año y parecía un sueño y recién empiezo a darme cuenta de que no lo es, que ya no lo voy a ver a Carlos. Tengo una falta tan grande�, dice con la voz quebrada. �Para mí no es como para todos. No es este 17 de setiembre. Son doce 17, y van a ser veinticuatro 17, y el mismo dolor, la misma impotencia, el mismo asombro. Pido justicia, una palabra tan fácil de decir, pero que acá parece tan difícil de poner en práctica.� Si hay algo que Liliana tiene claro es que no puede ni quiere perdonar a los culpables y arremete indignada contra la policía (ver aparte).
Flora Lacave, viuda de Carlos Chaves y sobreviviente del fusilamiento, recupera fuerzas lentamente en su casa de Lincoln, donde vive junto a sus tres hijas. Aún mantiene la renguera por la fractura de sus dos tobillos y su dedo medio de la mano derecha endurecido, reconstruido después de haber sido destrozado por una bala policial. La fecha la obliga a revivir el calvario de un año. �Estos días son los peores �asegura�, porque me vuelven todas las imágenes. Las noches se me hacen interminables, aunque ahora puedo dormir cinco horas. Mi cabeza es como una computadora y cuando no me puedo dormir pienso en cómo hacer para salir adelante.� Flora confía en el juez que investiga la masacre, critica al negociador Pablo Bressi (�los asaltantes no le tuvieron confianza�), pero clava su rencor sobre los policías que tiraron. �Pienso que algo querían silenciar, pero jamás pensé que nos iban a tirar así�, afirma. �Yo pensé que estaban para defendernos, pero fueron ellos los que dispararon y mataron.�
Es la única de los testigos que aportó evidencias a la justicia. Insiste que el bolso, que desapareció del baúl del auto de su marido y donde los delincuentes guardaron el handy, fue visto por todos los rehenes, pero ella fue la única que se acercó a reconocerlo. �Ellos (los rehenes) tienen que haber visto más. Les pido que no se guarden nada para que la justicia resuelva esto�.
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