THORPEMENTE
Por Juan
Sasturain
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No suele hacer ese
tipo de comentarios (en general nunca dice nada), pero ayer lo hizo. Es
que la figura del pibe australiano enfundado de negro y antiparras entraba
y salía de pantalla a cada rato, subía y bajaba de los podios
sin tiempo para secarse, se ponía las medallas como quien se cambia
de corbata. Era inevitable motivo de comentario, como un eclipse o algo
así. Entonces el tipo, de frente al televisor, de perfil a la platea
berreta de ese recreo del Tigre, en las antípodas del mundo, en
otro día y otra hora y otro mundo de Sydney no pudo evitarlo y
lo dijo:
Ese pibe... y el Bagre se aclaró la garganta.
A ese pibe, ahora que lo veo bien; a ese pibe yo le enseñé
a nadar.
Y durante medio minuto una pileta olímpica de crol, digamos
nadie dijo nada mientras Ian Thorpe se deslizaba como la mejor lancha
del Expreso Cacciola rumbo a Carmelo una mañana lustrosa, ganaba
medallas como quien pasea por agua.
Contá, Bagre dijo uno del fondo. Yo ya le había
notado algo en el estilo que...
Y recién ahí hubo risas. Pero no tantas. Porque el Bagre
no suele decir pavadas. Y siempre cuenta que alguna vez estuvo en Australia,
o por ahí.
El Bagre Simino, según las pésimas lenguas, no se ahoga
no sólo porque nada como nadie sino también porque el agua
lo rechaza. Es una cuestión de incompatibilidad de caracteres,
dice sin pestañear. El impávido Bagre cincuenta y
pico de años muy sumergidos, curtido huevo duro ha establecido
taxativamente tres funciones admisibles para el líquido elemento:
la lluvia, con las secuelas del regado y refrescado general, poesía
lírica incluida; el mate la pava tiznada y la curtida calabaza
son testigos consuetudinarios; y el sustento natatorio: sin agua
no se podría nadar y el Bagre es casi un anfibio.
Si se calculan la cantidad de horas, días o meses que ha pasado
sumergido desde los diez años, Adolfo Simino no necesita ningún
tipo de explicación ni siquiera afilarse los largos y raleados
bigotes para justificar su añejo apodo. Es Bagre con la misma
naturalidad con que abre cada mañana la casilla de los botes en
el club del Tigre que ya lo tiene inventariado hace una década;
es Bagre pero no te prueba el agua. La rutina feroz de la ginebra en ayunas
es garantía dice contra resfríos y pestes del
Delta; sólo el vino garantiza dice el tránsito
fluido boca abajo de los asados rituales de fin de semana: Agua
no, gracias. Recién nadé... dice el Bagre. Qué
animal.
Y más ahora, en esta protoprimavera mentirosa y llena de desbordes
que a cada rato le lamen los tobillos. Las tardes se hacen largas cuando
se juntan en el bar del recreo a ver cualquier basura por la tele durante
fines de semana en que ni siquiera los más garcas del club salen
a navegar y todo es mirar el río y acordarse.
Y el Bagre tiene de qué. Sobre todo de la época en que no
era Bagre todavía sino uno de los tantos dispersos por el mundo,
por el asco y por los milicos. Por eso, cuando tiró ese comentario
sobre el australiano, más allá de algunas toses, nadie se
burló.
Yo nunca emigré. Lo mío fue deriva suele puntualizar
como abriendo un saludable paraguas y lo hizo ayer una vez más.
Nunca me las di de exiliado: si a mí no me importaba un carajo
nada. Cuando me fui a Australia no fue por la política sino por
la mina, que ella sí que estaba jodida. Yo era un pendejo en esa
época, me culiaba todo, no me importaba nada. Era instructor de
natación en Ateneo de la Juventud y me bajaba todas las minitas.
Ella, Acosta se llamaba (es increíble, pero me acuerdo el apellido
por el reloj de la puerta donde fichábamos cada día), laburaba
en administración, primer piso. Estaba muy fuerte. Militaba, pero
estaba casada con un cristianuchi que cuando empezó la joda le
pidió que largara. Pero ella no quiso. Entonces se separó
y terminó en mi casa; fue porque confiaba, como yo le decía
todo que sí... Y no me la culiaba: era de amistad nomás.
Después sí. No sólo me la culiaba sino que me enamoré.
Y me fui con ella, detrás de ella. En el 79 terminamos en
Australia. Yo era como un sidecar, la mina me arrastraba. Al principio,
allá, todo bien; pero después Acosta se encajetó
con no sé qué movimiento de los aborígenes que
está lleno en esos lugares y de la protección del
ornitorrinco y la fauna y toda esa milonga y se piantó. Y cuando
me quedé en bolas y en Australia qué iba a hacer. Volví
al agua. Era el único lugar donde me sentía cómodo.
Y me quedé cuatro años boludeando allá. No sé
para qué carajo habré vuelto... Alfonso, compadre...
Cuando el Bagre llegó a esa altura del relato, toda la población
del bar del recreo estaba pendiente de él. Sus viejas aventuras
australianas importaban más que los penosos resultados de oscuros
atletas argentinos sin chance ni fe.
Me conseguí un laburo en una escuela de natación;
una cosa modernosa, de eso que ahora se usa, de meter a los pibes recién
nacidos en el agua para que naden, para que le pierdan o no le agarren
nunca cagazo al agua.. Bueno, uno de esos pibes...
Bagre, no digas que vos... se cruzó un escéptico.
El apellido, viejo: yo tengo mucha memoria para los apellidos y
ese Thorpe no me lo olvido más. Ellos no dicen torpe
como nosotros sino Zorp o algo así... Y había
una pareja que trajo al pendejito, me acuerdo. Había que ir a buscarlo
todas las sesiones a la mitad de la pileta porque picaba y no había
cómo agarrarlo. Lo sacabas del agua y lloraba. Y fue en el último
año, porque en el 83 gana Alfonsín y mi hermano me
dice que me vuelva y qué boludo que fui... Era este pibe, tiene
que ser.
Y las escépticas cabezas se volvieron naturalmente a la pantalla
donde una vez más estaba el joven nadador australiano junto a la
pileta que acababa de abandonar, rutinariamente ganador. Y miraba a la
cámara, levantaba la mano y saludaba urbi et orbi, un Papita pasado
por agua.
Y entonces, torpe, levemente, el Bagre Simino, sentado en el otro lado
del mundo movió los dedos junto a la ceja y le tiró un saludito
corto y triste como el de Gardel en el avión.
REP
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