Por
María Esther Gillio
¿Qué le parece si empezamos por su infancia, en
esa lejana provincia que para muchos es La Pampa?
No, no. No quiero hablar de mi infancia. Ya hablé mucho.
Resulta difícil hacer una entrevista a un escritor sin hablar
un poco de su infancia.
Sí, yo entiendo. Pero es que no quiero, no quiero ir para
atrás, tan lejos. No quiero.
Lo único que me puede convencer es que ir para atrás
lo ponga triste.
No sé, no sé si es eso. No sé dijo con
una voz tan melancólica que para mí fue evidente que era
eso. Luego supe que ese tono que usa muy a menudo nada tiene que ver con
el dolor sino con una especie de cansancio y desinterés en hablar
sobre sí mismo.
Está bien, dejemos su infancia. ¿Cuándo descubrió
que quería escribir?
Después de que tenía empezada la primera novela.
Eso es muy extraño. ¿Y cómo empezó?
Yo quería hacer cine. Hacía guiones con temas muy
escapistas en general que además, copiaban películas de
Hollywood, y que, además, no gustaban a nadie.
Salvo a usted.
No, a mí tampoco. Menos que a nadie.
¿Y por qué los hacía?
No sé. Mientras los hacía me gustaban. Pero cuando
los terminaba me daba cuenta que había algo que no funcionaba.
¿Eso le ocurría siempre? ¿Por qué insistía?
Porque yo escribía rememorando películas que me habían
dado mucho placer.
¿Cuáles eran las películas?
Aquellos grandes dramas de fines de los treinta y principios de
los cuarenta. Rebeca, por ejemplo.
¿Algunas francesas?
No, esas no llegaban allá.
La mujer pantera, claro.
Esa es posterior. Con aquella actriz que tenía cara de gata,
Simone Simon. En esa época alguien me aconsejó que hiciera
guiones sobre experiencias más personales. Ahí pensé
en una historia de mi adolescencia y también de mi infancia, los
amores de un primo mío.
¿Qué edad tenía en ese momento?
Ya era grande. Estaba por cumplir 30 años y tenía
que resolver mi situación económica. Vivía en Roma
y estaba cansado de lo que hacía.
Quiere decir que tomó el oficio de escribir para resolver
su economía. Eso es muy curioso. Es común a los escritores
que pasen hambre, antes de vivir de lo que hacen.
Yo tenía un buen manejo del lenguaje porque mi trabajo consistía
en hacer traducciones de subtítulos para cine. Confiaba en que
podría escribir y vender. Traducir para cine no es fácil.
Hay que acortar los diálogos guardando la esencia, adaptar el humor
de un país al otro y otras cosas. Toda mi actividad estaba vinculada
al cine, pero nada de lo que hacía en cine era lo que yo realmente
hubiera querido.
¿Qué pasó cuando se enfrentó a un material
real como los amores de su primo?
No me ubicaba. Decidí entonces hacer una especie de bosquejo
previo de cada personaje a fin de aclarármelos. Ese bosquejo tampoco
sabía cómo hacerlo. Lo que sí tenía claro
en la memoria era la voz de los personajes. No sabía tampoco si
quería hablar de los personajes en tercera persona.
¿No sabía?
No. Hablar en tercera persona significaba juzgarlos y esto me resultaba
antipático. Lo que sí me pareció posible fue comenzar
a registrar la voz de cada uno de ellos.
Quiere decir el habla, las palabras.
Sí, sí. Las palabras, y los pensamientos. Para empezar
pensé escribir una hojita con las cosas que decía una tía
mía, pero esa voz empezó a dictarme y ya no pude parar.
Escribí de un tiro 30 páginas.
¿Y qué cosas decía la voz de esa tía?
Cosas de entrecasa, banalidades, cosas cotidianas. ¿Qué
hacer con esto?, pensé. Extractar algo, tal vez. Sin embargo, no.
Lo que resultaba expresivo era la suma de las banalidades. La acumulación.
Y eso no era un material cinematográfico. Eso era literatura. Así
seguí haciendo hablar a algunos personajes hasta que pasé
a otras formas de expresión.
Siempre evitando la tercera persona.
Sí, decididamente me chocaba la tercera persona.
¿Por la razón que me dijo, únicamente?
También era algo que tenía que ver con la pérdida
del idioma español.
¿La pérdida en qué sentido?
En el sentido del español castizo. Se me planteaba el problema
de cómo pasaría el lenguaje argentino de los personajes
al español castizo de la tercera persona.
¿Usted piensa que debía hacer ese pase, que debía
abandonar su lengua?
No, no sé, creo que en el fondo eran pretextos. Creo que
la verdadera razón era una resistencia a juzgar a los personajes
colocándome en el lugar de la autoridad.
Más que un dios creador quería ser un testigo.
Sí, yo quería saber por qué habían sucedido
ciertas cosas en mi infancia.
Y la manera de saber era relatarlas.
Sí.
Es decir que registraba la historia a fin de entenderla. Entonces
lo que llega primero es la historia.
Más que la historia, los personajes. La anécdota se
deriva del carácter de los personajes. Si se colocan varios personajes
juntos y se los conoce bien, uno sabe qué hará cada uno
de ellos.
¿Cómo trabaja? ¿Con regularidad, con horarios,
sólo cuando tiene ganas?
Con regularidad. Y no puede ser de otro modo. Cuando uno hace novelas
tiene que ser así. Yo trabajo todos los días. Y todos los
días tengo la misma resistencia a sentarme y seguir.
Quiere decir que, para usted, escribir es un trabajo.
Por lo menos me demanda un enorme esfuerzo. Creo que hay allí,
en esa resistencia a empezar, cada día, el terror a la página
en blanco, el terror de equivocarme. La cuestión es que hay, antes
de sentarme, una hora o dos, en que doy vueltas y vueltas y vueltas. Todos
los días es lo mismo, desde hace 20 años. Más, hace
21 años que escribo y esto no cambia. Al contrario, cada vez se
hace más difícil.
Habló de la página en blanco, el
temor a equivocarme.
Se necesita un grado de concentración muy profundo para tocar
la zona que uno quiere. Entonces hay que hacer un gran esfuerzo para no
escuchar la primera voz que se oye. En general, la primera voz es la de
las influencias, la del conformismo. Hay que tratar de llegar a otros
sustratos.
Debe ser muy difícil eso, saber cuándo la voz que
se escucha es la verdadera.
No, no es difícil. Cuando la escucho la reconozco, sé
que es ésa. Con todo, hay veces en que caigo en la facilidad. Es
tiempo perdido.
Pero todo no puede ser esfuerzo. Tiene que haber también
el momento del placer.
Cuando logro establecer un contacto con la zona que me interesa,
ahí, ahí...
Está el placer.
Sí, porque llegué a la verdad, llegué a las
esencias. A lo que para mí son la verdad y las esencias. Ese momento
es muy remunerativo.
García Márquez dice que él nunca deja de trabajar
hasta que no llega el momento en que sabe perfectamente cómo va
a seguir. Allí deja. Ese sistema me parece que le haría
ganar tiempo.
Yo tengo bastante poca resistencia. Me canso muy rápido.
Si estoy cansado tengo que dejar esté donde esté. A la mañana
corrijo. A veces corrijo traducciones. A la tarde, entre cuatro y ocho,
escribo.
La traducción al portugués de Sangre de amor correspondido
me pareció fantástica.
Lo que ocurre es que largos párrafos fueron tomados directamente
de la cinta que yo grabé.
Quiere decir que el protagonista está tomado de alguien que
conoce de aquí, de Brasil.
Sí, se trata de un obrero brasileño. Alguien con quien
tuve una enorme empatía a pesar de ser tan diferente.
Cuénteme.
Se trata de un albañil. Lo primero que me llamó la
atención de él fue su forma de hablar. Despertó muchísimo
mi curiosidad. Siempre había en su lenguaje un desvío, un
trabajo metafórico.
Sí, yo recuerdo que en un momento le dice a la mujer a la
que había pasado un tiempo sin ver: Las flores de mi jardín
te están precisando, o algo parecido.
Sí, eso me llamó la atención y quise registrar
su habla, tratar de captar su lenguaje, sin pensar que además había
en ese hombre una historia. Y menos aún que esa historia podía
transformarse en una novela.
¿Qué dijo cuando leyó el libro?
No lo leyó, no sabe leer. Lee sólo algunas palabras
separándolas en sílabas.
¿Cómo imagina su vida sin la literatura? ¿La
imagina como algo posible, se ve haciendo otra cosa?
No soy un lector ni un devorador de libros. Tengo un problema muy
serio con la ficción, con la novela.
Usted está hablando de usted mismo como consumidor de literatura,
no como productor.
Sí, tal vez, debido al hecho de que trabajo en ficción
me cuesta muchísimo leer. Llega la noche, estoy cansado, busco
una novela y la leo como si estuviera revisando un texto.
Es decir que novela no lee jamás.
Se me ha hipertrofiado el gusto por la ficción. No sé
cómo explicarle, pero mi conducta es siempre crítica. No
puedo acercarme a un texto con actitud inocente. Siempre me implico.
Una lectura así es un martirio.
Me agota. A las tres o cuatro páginas caigo muerto de cansado.
En cambio puedo leer biografías. Yo tomo una biografía y
de pronto me doy cuenta que son las tres de la mañana y me cuesta
parar.
Esto le ha cerrado toda un área de placer.
Sí, yo recuerdo con nostalgia la época en que leía
novelas y me gustaba.
¿Lo angustia que sus libros no sean bien recibidos?
Me angustia cuando siento que en la crítica hay mala intención.
Siempre se habla de ser uno mismo. Esta parece ser una búsqueda
constante de los seres humanos. Pienso que esta búsqueda debe ser
másintensa o desesperada en el caso de un escritor. Porque cuanto
más adentro de sí mismo llegue más rico será
lo que haga. Usted hablaba hace un rato de llegar al centro.
Sí, a aquello que no está contaminado por las influencias
y las ideas fáciles.
¿Cómo sería el proceso por el que llega a lo
más auténtico de usted mismo? Hay algo que dice Céline:
Tal vez la razón de vivir sea sufrir lo más intensamente
posible para llegar a ser uno mismo antes de morir.
Sí. Creo que sí, porque el sufrimiento nos acerca
a la muerte. Para apartarnos de ese abismo buscamos lo que hace posible
la vida. Nos defendemos de la muerte recurriendo a las fuentes del deseo
de vivir. En cuanto a su pregunta sobre el proceso por el que se llega
a uno mismo... veamos. Cuando yo empiezo a trabajar en una novela es porque
he encontrado un personaje con el que siento una afinidad especial.
Sería a través de ese personaje que usted intenta
el análisis.
Es a través de ese personaje que yo planto cosas que no podría
plantearme en mí mismo directamente. A través de él
me planteo problemas míos no resueltos.
Deme un ejemplo.
Pensemos en un caso extremo, el del albañil de Sangre de
amor correspondido. Aparentemente nadie más alejado de mi realidad.
Se trata de un muchacho mucho más joven, con una salud rebosante,
muy físico, sin la menor educación, muy imbuido de machismo,
de otra clase social y de otra raza.
¿Qué raza?
El tiene mucha sangre india. Yo soy europeo por todos lados. Parecería
que no habría nada que pudiera acercarme a él. Sin embargo
yo sentí esa necesidad que él tenía de transformar
las cosas, de envolverlas en poesía.
Eso lo acercó.
Me acercó y me provocó una inmensa curiosidad. Deseos
de conocerlo a fondo haciéndolo hablar.
Lo atraía esa gran semejanza en medio de tantas diferencias.
Vamos a suponer que conoce a un ser muy perverso. ¿También
sentiría curiosidad?
No, porque yo no he desarrollado mi perversidad para nada.
Es decir que realmente no se interesa por los que son, en esencia,
totalmente diferentes a usted.
No, no me interesa porque alrededor de un ser así no puedo
construir nada. ¿Sabe por qué? Porque no consigo entenderlo.
Un torturador, por ejemplo, nunca podría ser un personaje mío,
porque lo rechazo de tal manera que no consigo penetrar ni sus razones
ni sus sinrazones.
Yo recuerdo un diálogo de El beso de la mujer araña,
una discusión entre los dos personajes (me refiero al teatro, no
a la novela). Yo sentí allí, muy claramente, que usted era
cada uno de ellos, y no porque fueran muy parecidos ya que eran muy diferentes.
Yo puedo ser los dos personajes, ambos son posibilidades mías.
¿Cuál es, según usted la razón que mueve
al revolucionario a acostarse con el homosexual en esta pieza? Es evidente
para mí que la obra de teatro resulta más impactante que
la novela. ¿Piensa que es el deseo?
No, en su comienzo no. Lo que lo mueve, para mí, es la necesidad
de dar algo, a cambio o en pago, de lo mucho recibido. Se siente muy pobre,
no tiene otra forma de responder a toda la bondad del otro. El factor
inicial es la piedad. Luego, claro, juegan otros factores. Pero es la
piedad la que hace superar los prejuicios.
Me gustaría que recordara las experiencias que marcaron en
su vida un cambio, un viraje.
Un momento muy importante lo marcó la entrada como interno
a un colegio de Buenos Aires, a los 12 años. Allí conocí
a un chico de 13 años, del primero del Nacional, que ya leía
y vivía en un mundo de fantasías literarias, así
como yo vivía en un mundo de fantasías cinematográficas.
El me reveló La sinfonía pastoral, que fue un hito en mi
vida. Antes y después de La sinfonía pastoral. Yo hasta
ese momento había creído que tenía que esperar mucho
más para empezar a leer, me parecía una cosa de grandes,
casi de viejos, leer. Con este chico se me abrieron las puertas de un
mundo totalmente nuevo. Justamente en un momento en que el cine me empezaba
a decepcionar. Era el año 46, 47, plena crisis de Hollywood,
comienzos del neorrealismo italiano y del cine francés, más
intelectual, mientras Hollywood intentaba repetir fórmulas, pero
sin acertar. Lo que habían hecho en los años 30 y en los
años 40 ya no tenía cabida. Todo eso me perturbaba, era
un mundo que se venía abajo.
La literatura era un buen sustituto.
Sí... este chico, que me metió en ese mundo, se reía
de las películas de Hollywood, las encontraba tontas. Y yo, en
algunos casos, quería defenderlas, pero no tenía instrumentos
para hacerlo. Luego, más tarde, en Roma, un amigo al que aún
veo, me llamó la atención sobre la falta de realismo de
las cosas que yo escribía.
El quería que usted hiciera realismo partiendo de la realidad.
No, él entendía que yo procuraba hacer una cosa de
otro orden, algo vinculado con lo poético. Pero para eso yo debía
partir de mis propias experiencias, no de experiencias prestadas.
Y usted lo escuchó.
Sí, lo escuché. Encontré razón en lo
que decía. Y es allí que empezó, también,
una nueva etapa.
Fíjese que las etapas en su vida están más
vinculadas al trabajo que al amor.
¿Sí? No lo había pensado.
Usted tuvo mucho éxito ya con su primer libro: La traición
de Rita Hayworth. ¿No habrá allí otra etapa? Debe
haber sido importante para usted el sentimiento de que podía vivir
de escribir, ¿o ese sentimiento lo tuvo recién más
tarde, con Boquitas pintadas?
Boquitas pintadas fue el libro que me hizo conocido. Pero esa primera
etapa no es tan satisfactoria. Hay cierta amargura. Cuando entré
al mundo de la literatura yo venía del mundo del cine, tan difícil.
Donde expresarse implicaba la movilización de medios fenomenales.
El cine era de pesadilla en oposición a la libertad que me daba
la literatura. Durante los años de escritura del primer libro yo
me sentía en un terreno muy especial.
¿Que luego perdió?
Sí, que luego perdí. Yo sentía que eso que
yo escribía iba dirigido a un lector especial. Que mi palabra llegaría
directamente, sin transferencias, a la gente. Pero luego, al intentar
publicar, y al publicar, descubrí todo ese mundo de interferencias
que existe en la literatura.
No sé a qué se refiere, ¿tal vez a la crítica?
Sí, a la crítica, a la prensa mal intencionada, al
lector mal predispuesto.
Es decir que con esa primera publicación usted se sintió
como arrojado a un mundo enemigo.
No sé si tanto, pero a la primera sensación de haber
encontrado un medio noble de expresión que me permitía corregir,
revisar y que, a diferencia del cine no tenía cortes ni censura,
se sobrepuso la realidad. Yo no podía como lo había creído,
comunicarme directamente con mi lector.
¿Cómo ve ahora sus primeros libros?
Me parecen escritos por otro. Hay cosas que no entiendo de dónde
pueden haberme salido.
Para algo está el inconsciente. Tal vez sólo para
sorprendernos.
Y.... ése es el punto. Cuando digo que siento haber tocado
una verdad, es que logré contacto con algo mío muy profundo
y en relación con un inconsciente colectivo. Ahí, si consigo
deslindar mi inconsciente del plano del inconsciente colectivo, lograré
una visión de la realidad que será mía, única.
¿Por qué piensa que es tanto mayor el número
de homosexuales hombres que el de mujeres?
Por la mayor libertad sexual que tiene el hombre. Aun las sociedades
más represivas dan libertad sexual al hombre. El hombre va al prostíbulo
y tiene relaciones fuera del matrimonio como algo permitido. La mujer
no. Aunque yo creo que la homosexualidad no existe. Existen personas que
llevan a cabo actos homosexuales. Pero como considero las actividades
sexuales totalmente intrascendentes no admito que la identidad pase por
la sexualidad.
¿Cómo habrá el hombre conseguido esa mayor
disponibilidad de sexo en comparación con la mujer?
Lo que yo supongo es que en el patriarcado se pasó a dar
peso a la sexualidad.
A la sexualidad femenina.
Sí, a la femenina, claro. Se le dio un peso negativo para
que el hombre pudiera tener a su disposición a la santa en la casa
y a la puta en la calle. Si la sexualidad no hubiera tenido ese peso,
la mujer también se hubiera liberado. Así fue que la sexualidad
fue perdiendo el carácter inocente, inicial, con lo cual pasaron
a crearse los roles del explotado y del explotador. El orificio pasa a
identificarse con el terreno a ser explotado, y el falo con el instrumento
de la explotación. Se crean entonces los buenos explotados y los
malos explotadores. Y no hay para los seres humanos, o no había,
otra posibilidad de elección.
¿Qué opina sobre los movimiento de liberación
de la mujer, de los homosexuales?
Admiro los movimientos de liberación que han conseguido igualdad
en terrenos laborales. Pero esos mismos movimientos han ayudado a crear
ese otro gueto: el gueto gay.
Es decir que el movimiento gay habría errado el objetivo.
El error está en no ver que la especie humana no es ni heterosexual
ni homosexual. La homosexualidad no es incuestionablemente diferenciable
de la heterosexualidad. Ambas actitudes no son irreconciliables como el
aceite y el vinagre. Creo que son actitudes que tienen más que
ver con lo cultural, por ejemplo. Tienen que ver con las presiones que
las sociedades represivas vienen ejerciendo desde hace siglos. Si la elección
del rol sexual no fuera coercitiva en nuestra sociedad, si la sexualidad
gozase de toda la libertad que su carácter de juego presupone,
no habrían existido los personajes caricaturescos que hasta hace
pocos años, resultaban ser el macho, la hembra y el homosexual
o la homosexual, típicos de nuestra sociedad.
Por que Manuel
Puig
Un concepto
reaccionario
Por María
Esther Gillio
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Cada vez que pasaba por
Río de Janeiro, por tres años, llamaba a Manuel Puig
para hacerle una entrevista. La respuesta era siempre la misma: No
me siento bien, estoy muy resfriado. O Estoy con angina
y fiebre. Hasta que encontré el argumento definitivo:
Yo me quedo hasta que se le pase. Mire que a veces
me dura 10 o 15 días. No importa, yo espero.
Tres días más tarde estaba subiendo las escaleras de
su departamento en Leblon, a dos cuadras de la playa, en una calle
ciega sombreada de viejas mangueiras.
Si le toca un periodista testarudo su argumento puede resultar
peligroso le dije.
¿Y si yo no me hubiera mejorado en un año? dijo
con aire paciente.
Le estoy mirando la cara y sé que no habría podido
vivir de la culpa. Fíjese que apenas aguantó tres días.
Después de hacer la nota, le pedí dejar el grabador
en su casa hasta el día siguiente por temor a que me lo arrancaran
de las manos, como suele ocurrir sobre todo de noche en las calles
de Río. Al día siguiente pasé a buscarlo. Por
la ventana me gritó que no subiera, que él me lo bajaba.
Bajó los cuatro pisos corriendo. Su expresión era más
alegre que la del día anterior. Vestía short y camisa
blanca y no representaba más de 40 años. Venga,
sentémonos un poco, dijo sentándose en el muro
del jardín. Quiero decirle algo más sobre la sexualidad.
Tome nota: la sexualidad, como le dije anoche, es algo intrascendente.
Algo opuesto a la afectividad que sí es trascendente. Lo que
ocurre es que se confunden esos dos planos cuando no se deberían
confundir. Por eso, para mí, el concepto de hombre es un concepto
reaccionario, dijo, y enseguida comenzó a prestar atención
a algo que ocurría lejos de nosotros en la esquina.
¿Qué pasa?
Nada. Que deben ser las 11 porque allí llega el cartero.
Este es uno de los mejores momentos de mi día: las cartas.
Entonces usted dice que el concepto de hombre es un concepto
reaccionario.
Sí dijo, dirigiéndose al encuentro del cartero. |
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