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SUBRAYADO

La ETA es un sentimiento

Por Alfredo Grieco y Bavio

El jefe etarra capturado, “Iñaki de Rentería”, usa un alias que parece sacado de una novela de Pío Baroja sobre el conspirador Avinareta o las guerras carlistas. La referencia no es meramente erudita: apunta, como si hicieran falta pruebas, la perseverancia de una reivindicación nacionalista vasca que entra ya en su tercer siglo. Los enemigos de ETA, sin embargo, creen que es fácil disolver la Historia, por la razón o por la fuerza. Con el franquismo, pero luego también con los gobiernos democráticos, se partió del apresurado principio “muerto el perro, se acabó la rabia”.
El gobierno español trata a ETA como el italiano y el alemán enfrentaron a las Brigadas Rojas y a la Fracción del Ejército Rojo durante sus años de plomo de la década del ‘70. Pero las diferencias son enormes con esas vanguardias de inspiración declaradamente marxista que carecieron de bien arraigados apoyos territoriales. Si más allá del descabezamiento de este fin de semana ETA había logrado montar una campaña en suma exitosa –desde sus puntos de vista– tras la ruptura de la tregua unilateral, fue precisamente porque cuenta, por fuera de sus cuadros más profesionalizados, con una catacumba de militantes “legales”, que siguen con sus vidas cotidianas de trabajo y estudio, pero están dispuestos a las acciones que la organización les demande. En este sentido, Euskal Herritarrok (EH), el brazo político de ETA, minoritario en la nación vasca pero mayoritario en muchas comunidades, no yerra al afirmar que la “solución policial” con la que el gobierno de Madrid pretende deshacer para siempre a la militancia etarra es una lucha destinada al fracaso. Las medidas más o menos meditadas de proscribir a EH, y de contagiarle después la lepra a los demás partidos nacionalistas vascos, harán que nuevos etarras salgan de abajo de todas las piedras vascas.
Aun en Eurolandia, los separatismos y nacionalismos de los ‘70 siguen dictando el curso de los acontecimientos más de lo que sus gobiernos gustan admitir. El conflicto de los albaneses de Kosovo provocó el año pasado la mayor guerra europea desde el fin de la Segunda Mundial. Hace pocas semanas, el ministro del Interior francés renunció por la cuestión corsa. Ayer, la Liga del Norte italiana avanzó con proponer el plebiscito que dividiría a la península en ricos y pobres. Acaso tampoco sea casual que la ciudad vasca donde estaba planeado el frustrado atentado contra el rey Juan Carlos hubiera dado su nombre en el siglo XIX al drama Hernani de Victor Hugo, un título clave de las batallas del romanticismo.


 

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