El jefe
etarra capturado, Iñaki de Rentería, usa
un alias que parece sacado de una novela de Pío Baroja sobre
el conspirador Avinareta o las guerras carlistas. La referencia
no es meramente erudita: apunta, como si hicieran falta pruebas,
la perseverancia de una reivindicación nacionalista vasca
que entra ya en su tercer siglo. Los enemigos de ETA, sin embargo,
creen que es fácil disolver la Historia, por la razón
o por la fuerza. Con el franquismo, pero luego también con
los gobiernos democráticos, se partió del apresurado
principio muerto el perro, se acabó la rabia.
El gobierno español trata a ETA como el italiano y el alemán
enfrentaron a las Brigadas Rojas y a la Fracción del Ejército
Rojo durante sus años de plomo de la década del 70.
Pero las diferencias son enormes con esas vanguardias de inspiración
declaradamente marxista que carecieron de bien arraigados apoyos
territoriales. Si más allá del descabezamiento de
este fin de semana ETA había logrado montar una campaña
en suma exitosa desde sus puntos de vista tras la ruptura
de la tregua unilateral, fue precisamente porque cuenta, por fuera
de sus cuadros más profesionalizados, con una catacumba de
militantes legales, que siguen con sus vidas cotidianas
de trabajo y estudio, pero están dispuestos a las acciones
que la organización les demande. En este sentido, Euskal
Herritarrok (EH), el brazo político de ETA, minoritario en
la nación vasca pero mayoritario en muchas comunidades, no
yerra al afirmar que la solución policial con
la que el gobierno de Madrid pretende deshacer para siempre a la
militancia etarra es una lucha destinada al fracaso. Las medidas
más o menos meditadas de proscribir a EH, y de contagiarle
después la lepra a los demás partidos nacionalistas
vascos, harán que nuevos etarras salgan de abajo de todas
las piedras vascas.
Aun en Eurolandia, los separatismos y nacionalismos de los 70
siguen dictando el curso de los acontecimientos más de lo
que sus gobiernos gustan admitir. El conflicto de los albaneses
de Kosovo provocó el año pasado la mayor guerra europea
desde el fin de la Segunda Mundial. Hace pocas semanas, el ministro
del Interior francés renunció por la cuestión
corsa. Ayer, la Liga del Norte italiana avanzó con proponer
el plebiscito que dividiría a la península en ricos
y pobres. Acaso tampoco sea casual que la ciudad vasca donde estaba
planeado el frustrado atentado contra el rey Juan Carlos hubiera
dado su nombre en el siglo XIX al drama Hernani de Victor Hugo,
un título clave de las batallas del romanticismo.
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