Por
Hilda Cabrera
Dentro del universo de los valets creados por Molière, Scapin
no es sólo el más sagaz sino también el más
melancólico y misterioso. Su carácter no encaja con el del
criado servil y nada se sabe de su biografía. Parece vivir sin
ilusión, pero como advierten los estudiosos también
sin tristeza. Se dice que este personaje surge inspirado en
textos ajenos, en la comedia Phormion del latino Terencio, en piezas populares
cómicas italianas y francesas y en farsas del tipo de las de Tabarín,
seudónimo de Antoine Girard, quien supo vagabundear por las calles
de París vendiendo bálsamos curalotodo. Especie de retrato
de enredos sentimentales y de caracteres de una época, Las picardías...
cuenta la historia de dos jóvenes adinerados de Nápoles
que en ausencia de sus padres, ricos comerciantes, se enamoran de quienes
no corresponde: Octave, de la huérfana Hyacinthe, con quien además
se casa a escondidas, y Léandre, de una supuesta gitana egipcia,
Zerbinette. El embrollo se produce cuando los padres regresan y amenazan
desbaratar esos amores. Ahí es donde entra en juego la astucia
de Scapin, quien decide ayudar a los jóvenes. La anécdota
original prevé para éstos un final feliz, bien diferente
del que le espera al criado, perdonado a regañadientes
por los señores.
En la puesta de Jean-Louis Benoît el final resulta menos dramático.
Sugiere una posible sobrevivencia de Scapin a través de un juego
escénico tan despojado de adornos como repleto de ideas. Entre
otras, la de que esta historia se configura según las leyes
de la comedia, que no son las de la vida, y que aun cuando los personajes
asuman por momentos el carácter de marionetas, Scapin sabe cómo
conservar su independencia. Este es además el único personaje
que se permite actitudes propias de un individuo del presente. Distanciándose
o metido en la trama, está en condiciones de abarcar su entorno,
comprenderlo y opinar sobre él sin caer en el discurso. Conoce
todas las trampas y se expresa con ironía, por ejemplo cuando,
como al pasar, dice Lo cargaré sobre mis espaldas como a
un fardo cualquiera al ambicioso y ridículo Géronte
(padre de Léandre, el amante de Zerbinette, que no es gitana sino
hija de Argante), en una de las secuencias más logradas. Aquélla
en la que Scapin logra finalmente vengarse de las tropelías que
le hizo a su vez el viejo Géronte: la escena en la que, encerrándolo
en una bolsa para protegerlo de los enemigos, lo muele a palos.
Es justamente en ese tramo crucial en el que Gérard Giroudon,
intérprete de Scapin, pone en juego su habilidad para imitar voces,
desde las de una gallina a las varias y furiosas de unos soldados, todos
obviamente inexistentes. Las fuentes de esta secuencia, célebre
por la enjundiosa teatralidad que le imprimió Molière, pudieron
haberse inspirado tanto en una farsa de Tabarín (quien murió
cuando Molière tenía apenas cuatro años), como en
Les Facétieuses Nuits, libro del italiano Gian Francesco Straparola.
Estrenada el 24 de marzo de 1671 en el Palais Royal por la compañía
de Molière, componiendo él mismo el papel de Scapin, Las
picardías... no pudo sostenerse. Se la consideró una pieza
ramplona. Este juicio fue modificándose recién a partir
de la muerte del autor, en 1673. Hoy existe cierto acuerdo sobre algunos
aspectos convencionales de la trama y las astucias. De ahí la relevancia
que adquieren en este montaje las actuaciones (algunas elaboradas con
técnicas propias del teatro oriental) y la lectura
que realice el director. Asuntos que en este montaje han sido bien resueltos
por Benoît (quien entrecruza elementos payasescos con otros tomados
de las comedias de enredo) y por los versátiles actores de la Comédie,
entre los que se destacan muy especialmente Giroudon (Scapin) y Malik
Faraoun (Géronte).
Debido a que la traducción simultánea (con visor en lo alto
del escenario) no fue completa, los espectadores no francófonos
debieron conformarse con imaginar los contrapuntos verbales a través
de los gestos de los intérpretes, deliberadamente exagerados. Esta
opción le imprimió a los actores el aire de una comparsa
de amateurs, conducida por un Giroudon-Scapin decidido a convertir la
escena en teatro dentro del teatro. Es así que, a pesar de hallarse
mortalmente herido en la cabeza (porque le cayó un martillo al
pasar por una obra en construcción), Scapin adquiere en esta puesta
carácter de sobreviviente. Lo ejemplifica, quitándose (como
quien se desprende de una máscara) la venda ensangrentada y mostrando
que todo lo sucedido no es más que un juego, donde los pusilánimes
y ridículos son los otros. El papel de Scapin (¿del italiano
scappare?) sigue siendo el de un estratega del llano que sabe de infortunios
y debilidades y que quizá, mediante escaramuzas, pueda escapar
de la propia desgracia.
|