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el Kiosco de Página/12

TIFON II
Por Antonio Dal Masetto

La semana pasada conté mis aventuras y frustraciones en el Club Social y Deportivo Pampero. Había sido llamado para indagar un escándalo por corrupción de las dimensiones y efectos devastadores de un tifón en el Mar de la China. Todo a causa de la adjudicación espuria del buffet del club al Toto Trossolino. Al entrevistarlos, los integrantes de la comisión directiva se me largaron a llorar, alegaron inocencia y deslizaron acusaciones mutuas. Lo mismo ocurrió con la mayoría de los socios. Frustrado, tuve que confesarle al presidente del club que la única prueba irrefutable que había conseguido era que no había ninguna prueba.
Inmediatamente, la asamblea general de socios decide nombrar al juez Hortensio Barragán –titular de un juzgado de faltas y hombre experto en contravenciones–, con el fin de dar con los culpables y llevarlos ante el tribunal de ética del club. El juez Barragán me convoca, me suelta un encendido discurso sobre la dama de los ojos vendados, que sostiene una balanza en una mano y empuña una espada en la otra, y me pregunta si estoy dispuesto a seguir la investigación hasta que salte la verdad y toda la verdad.
–Sí, su señoría .-le digo-.. ¿En qué puedo servir a la señora justicia, su señoría?
Me propone que sea su mano derecha y lo ayude en la instrucción del sumario.
–Por supuesto, su señoría. Cuente conmigo, su señoría. Acepto con orgullo, su señoría.
Nos despedimos hasta el día siguiente, cuando comenzarán a desfilar los testigos.
Apenas llego a mi casa –lo mismo que la semana pasada– comienza un bombardeo de anónimos. En el fax, en el contestador, notas debajo de la puerta y avioncitos de papel que entran volando por la ventana. Transcribo algunos. El juez Barragán es un chorro y un coimero, todas las semanas me rapiña la verdura y se hace llevar a su guarida un par de bandejas de hongos que son carísimos. Tengo los remitos con el gancho del magistrado. Firmado: un verdulero del barrio. Barragán es un atorrante que me sacó 18 paquetes de medias de las de tres por un peso. Puedo demostrarlo. Firmado: un honesto vendedor ambulante. Barragán nos manguea viajes permanentemente y ni siquiera deja propina. Sobran testigos. Firmado: los remiseros de la zona. Barragán es un delincuente, me clausuró tres veces el boliche y ahora le tengo que hacer las pilchas gratis. Firmado: un sastre. El juez Hortensio Barragán es un desalmado y una mala persona, pasa casi todos los días y se lleva las mejores rosas, petunias, violetas de los Alpes y tulipanes cuando es la temporada. Lo aborrezco. Firmado: una anciana florista. Barragán es un miserable que chupa gratis, no paga las copas y nos toquetea. Hay fotos. Firmado: las chicas del sauna Mimos.
Por la mañana bien temprano, instalados en la oficina de la presidencia del club, el juez Hortensio Barragán y yo empezamos la tarea. Desfilan los testigos, comisión directiva incluida. Tomamos declaraciones hasta el anochecer. Todos absolutamente todos los declarantes coinciden en señalar como culpable a un tal Fuenteovejuna.
–Vio qué rápido fue –me dice exultante su señoría cuando se retira el último deponente–, estamos sobre pista firme, hay que investigar a Fuenteovejuna. –No quisiera ser un aguafiestas –le digo.– pero mire que este asunto de nombrar a Fuenteovejuna ante un tribunal ya lo usó Lope de Vega a comienzos del siglo diecisiete.
–Olvídese de la literatura. El culpable del tifón en el Club Pampero ha sido detectado y el caso está prácticamente resuelto.
–Mire que en la historia de Lope de Vega todos los integrantes de una aldea mataron a un tirano y al ser indagados señalaron como autor del hecho a Fuenteovejuna, que era justamente el nombre de ese pueblo.
–Déjelo en paz a Lope de Vega, que murió hace tanto tiempo.
–Solamente me estaba preguntando si alguien no lo habrá leído y se le ocurrió la idea de aplicar el mismo método.
–Para su tranquilidad de espíritu le recuerdo que la historia de los hombres es circular y caprichosa, y a veces se divierte copiándose a sí misma en ciertos detalles.
–En eso tiene razón, su señoría.
–Ya tenemos el nombre del corrupto, así que podemos irnos a descansar con la sensación del deber cumplido.
–Que pase buenas noches, su señoría.
En el bar de la esquina me encuentro con el amigo Balducci y le cuento lo ocurrido. Le pregunto:
–¿Vos qué opinás de este asunto de la historia circular y caprichosa y todo lo demás?
–Lo que yo opino es que cuando un ladrón juzga a otro ladrón lo condena a cien años de perdón .-me dice Balducci.


REP

 

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