TIFON II
Por Antonio
Dal Masetto
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La semana pasada conté mis aventuras y frustraciones en el Club
Social y Deportivo Pampero. Había sido llamado para indagar un
escándalo por corrupción de las dimensiones y efectos devastadores
de un tifón en el Mar de la China. Todo a causa de la adjudicación
espuria del buffet del club al Toto Trossolino. Al entrevistarlos, los
integrantes de la comisión directiva se me largaron a llorar, alegaron
inocencia y deslizaron acusaciones mutuas. Lo mismo ocurrió con
la mayoría de los socios. Frustrado, tuve que confesarle al presidente
del club que la única prueba irrefutable que había conseguido
era que no había ninguna prueba.
Inmediatamente, la asamblea general de socios decide nombrar al juez Hortensio
Barragán titular de un juzgado de faltas y hombre experto
en contravenciones, con el fin de dar con los culpables y llevarlos
ante el tribunal de ética del club. El juez Barragán me
convoca, me suelta un encendido discurso sobre la dama de los ojos vendados,
que sostiene una balanza en una mano y empuña una espada en la
otra, y me pregunta si estoy dispuesto a seguir la investigación
hasta que salte la verdad y toda la verdad.
Sí, su señoría .-le digo-.. ¿En qué
puedo servir a la señora justicia, su señoría?
Me propone que sea su mano derecha y lo ayude en la instrucción
del sumario.
Por supuesto, su señoría. Cuente conmigo, su señoría.
Acepto con orgullo, su señoría.
Nos despedimos hasta el día siguiente, cuando comenzarán
a desfilar los testigos.
Apenas llego a mi casa lo mismo que la semana pasada comienza
un bombardeo de anónimos. En el fax, en el contestador, notas debajo
de la puerta y avioncitos de papel que entran volando por la ventana.
Transcribo algunos. El juez Barragán es un chorro y un coimero,
todas las semanas me rapiña la verdura y se hace llevar a su guarida
un par de bandejas de hongos que son carísimos. Tengo los remitos
con el gancho del magistrado. Firmado: un verdulero del barrio. Barragán
es un atorrante que me sacó 18 paquetes de medias de las de tres
por un peso. Puedo demostrarlo. Firmado: un honesto vendedor ambulante.
Barragán nos manguea viajes permanentemente y ni siquiera deja
propina. Sobran testigos. Firmado: los remiseros de la zona. Barragán
es un delincuente, me clausuró tres veces el boliche y ahora le
tengo que hacer las pilchas gratis. Firmado: un sastre. El juez Hortensio
Barragán es un desalmado y una mala persona, pasa casi todos los
días y se lleva las mejores rosas, petunias, violetas de los Alpes
y tulipanes cuando es la temporada. Lo aborrezco. Firmado: una anciana
florista. Barragán es un miserable que chupa gratis, no paga las
copas y nos toquetea. Hay fotos. Firmado: las chicas del sauna Mimos.
Por la mañana bien temprano, instalados en la oficina de la presidencia
del club, el juez Hortensio Barragán y yo empezamos la tarea. Desfilan
los testigos, comisión directiva incluida. Tomamos declaraciones
hasta el anochecer. Todos absolutamente todos los declarantes coinciden
en señalar como culpable a un tal Fuenteovejuna.
Vio qué rápido fue me dice exultante su señoría
cuando se retira el último deponente, estamos sobre pista
firme, hay que investigar a Fuenteovejuna. No quisiera ser un aguafiestas
le digo. pero mire que este asunto de nombrar a Fuenteovejuna
ante un tribunal ya lo usó Lope de Vega a comienzos del siglo diecisiete.
Olvídese de la literatura. El culpable del tifón en
el Club Pampero ha sido detectado y el caso está prácticamente
resuelto.
Mire que en la historia de Lope de Vega todos los integrantes de
una aldea mataron a un tirano y al ser indagados señalaron como
autor del hecho a Fuenteovejuna, que era justamente el nombre de ese pueblo.
Déjelo en paz a Lope de Vega, que murió hace tanto
tiempo.
Solamente me estaba preguntando si alguien no lo habrá leído
y se le ocurrió la idea de aplicar el mismo método.
Para su tranquilidad de espíritu le recuerdo que la historia
de los hombres es circular y caprichosa, y a veces se divierte copiándose
a sí misma en ciertos detalles.
En eso tiene razón, su señoría.
Ya tenemos el nombre del corrupto, así que podemos irnos
a descansar con la sensación del deber cumplido.
Que pase buenas noches, su señoría.
En el bar de la esquina me encuentro con el amigo Balducci y le cuento
lo ocurrido. Le pregunto:
¿Vos qué opinás de este asunto de la historia
circular y caprichosa y todo lo demás?
Lo que yo opino es que cuando un ladrón juzga a otro ladrón
lo condena a cien años de perdón .-me dice Balducci.
REP
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