Por
Raúl Kollmann
Con el objetivo de profundizar distintas investigaciones, este diario
visitó en varias oportunidades a los detenidos en la Alcaidía
del Departamento Central de la Policía Federal a lo largo de los
últimos tres años. En acuerdo con los presos, el día
óptimo para concurrir y eludir controles de guardia era el domingo
justo cuando se produjo la fuga, ya que prácticamente
nadie en el edificio ejercía vigilancia alguna. En todos los casos,
ante el policía que en la puerta principal de la calle Moreno preguntó
¿usted adónde va?, este periodista dio invariablemente
la misma respuesta: Soy el primo de José. Lo vengo a visitar
a la Alcaidía. Nunca fue necesario exhibir un documento de
identidad y, por supuesto, jamás hubo cacheo alguno para revisar,
por ejemplo, si este primo trucho traía una ametralladora. Como
es obvio, tampoco nunca quedaron registradas las visitas. La Alcaidía,
más que un lugar de detención, era una especie de acuerdo:
los detenidos todos especiales vivían tranquilamente,
se suponía que no se iban a escapar y a cambio se manejaban con
absoluta libertad, casi sin control.
Las cosas cambiaron súbitamente con la llegada de Tractorcito Cabrera,
un hombre que según contó alguien que lo conoce bien
tiene dos cabezas y las dos pensando en cómo escaparse.
El integrante de la banda del Gordo Valor es un especialista en fugas
y en arreglar a los jefes de las guardias. Con ese currículum,
salir del Departamento fue tan fácil como para este periodista
visitar a los presos sin dejar rastro alguno.
Mi primera visita data de 1998. Las instrucciones eran precisas: Venite
el domingo a las dos de la tarde, decís que sos familiar mío
y pasás sin problemas por la entrada de Moreno.
Dicho y hecho. Efectivamente el policía del portón principal
casi no me prestó atención y repetí aquello de que
soy el primo de José. Entré al gigantesco edificio
con el problema de no saber dónde quedaba la Alcaidía, pero
encontré a otro agente que caminaba por el patio y éste
me indicó una escalerita al fondo. Por allí subí
al primer piso, hasta toparme con una puerta que tenía una única
medida de seguridad: el portero eléctrico.
¿Quién es? preguntó la voz desde adentro.
Soy el primo de José. Vengo a visitarlo.
Con ese simple trámite, sonó la chicharrita y la puerta
se abrió. Subiendo algunos escalones, detrás del escritorio,
estaba sentado el único policía que custodiaba a los detenidos.
¡¡Joseeeeeeeeeee!! gritó el uniformado,
para advertirle al preso que tenía visitas. Desde un poco más
arriba de la escalera, José saluda y hace pasar. Nadie pidió
documentos, no hubo requisa alguna ni quedó registrado mi paso
por el lugar. Llegué así hasta el comedor, donde varios
se acercaron para conversar animadamente.
Hace aproximadamente dos meses, escalones arriba de la puerta se instaló
una reja verde que es curioso también se acciona mediante
el portero eléctrico. O sea que, en realidad, en lugar de abrir
una puerta en forma burocrática y descontrolada, ahora abren dos.
Por la Alcaidía han pasado numerosos presos especiales. Están
los ex policías bonaerenses detenidos en 1995 por el atentado a
la AMIA. El domingo a la madrugada se negaron a irse con los fugados y
terminaron con puntazos, demolidos a golpes y atados. Para la Federal,
los ex uniformados nunca parecieron un peligro: estuvieron varios meses
excarcelados y cuando la Justicia ordenó que se los detuviera otra
vez no se dieron a la fuga, sino que se entregaron de inmediato. También
estuvo hasta hace poco Antonio Gerase, el policía involucrado en
el llamado Caso Coppola, quien para la fuerza azul tampoco
representaba una amenaza de evasión porque pronto le llegaría
la libertad. Otros inquilinos fueron el político y estafador francés
Jean Michel Bouchellon y hasta la chica-Coppola, Julieta La Valle. También
hablé allí con narcotraficantes bolivianos y distintos delincuentes
autóctonos. Nunca hubo reales medidas de seguridad.
Alguna vez me quedé dos horas conversando con un detenido, tomando
mate y cortando algún budín con un cuchillo de cocina, seguramente
del mismo estilo que el que utilizaron Cabrera, Barrios y Rojas para poner
en marcha su plan de fuga, amenazando a una agente. En la Alcaidía
no era necesario fabricar una punta, los cuchillos estaban
a mano.
Después de conversar largamente, siempre salí del Departamento
sin que nadie me preguntara nada. Los domingos a la tarde, el hombre que
está frente a la inmensa entrada al edificio ni siquiera le mira
la cara al que se va. Y seguramente lo mismo ocurrió en la madrugada
del domingo pasado: aprovechando el mal tiempo, tapándose levemente
el rostro con los cuellos de las camperas, los tres detenidos salieron
saludando en forma distraída. Dicen que tomaron un taxi y desde
entonces no se sabe casi nada de ellos. En algún lado están
contando lo fácil que les resultó todo.
EL
TRASLADO DE DANIEL TRACTORCITO CABRERA
Doctor, pido
un lugar seguro
Por
C. R.
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Doctor, mientras pueda, el que decide la forma de morir soy yo.
No quiero que nadie lo decida por mí y por eso le pido que me lleve
a un lugar seguro. Con esos argumentos, Daniel Agustín Tractorcito
Cabrera trató de convencer al juez Alberto Baños para obtener
su traslado a un lugar de detención más seguro,
lo que significaba estar fuera de la órbita del Servicio Penitenciario
Federal (SPF) y del Bonaerense (SPB). Fue por pedido de Baños que
lo llevaron, el 4 de este mes, del penal de Batán a la celda del
Departamento Central de la que se fugó. Baños lo pidió
para indagarlo por una vieja fuga de Devoto e interrogarlo como testigo
por casos recientes de presos que salieron a robar en complicidad con
guardias del SPF. Muchos, incluido Baños, creían que Cabrera
era un blanco móvil.
Lo único que puedo decir es que no creo que Cabrera haya
sobornado a nadie para escaparse, dijo a Página/12 Ernesto
Vissio, uno de los abogados de Cabrera. El preso iba a ser interrogado
por la fuga que protagonizó, junto a otros internos, el viernes
26 de junio de 1998 y por la cual no pudo ser juzgado porque estaba prófugo.
Aunque tiene en su haber esas dos únicas fugas, Tractorcito
va camino de ocupar un lugar en la galería de los ases del
choreo, como ironizaba un viejo tango. Su fama creció durante
el juicio oral sobre la mítica gran fuga de 1998, dado que según
se dijo fue uno de los que llevó la voz cantante, aunque
había presos con mayor peso, como Julio Pacheco, miembro como él
de la banda de Luis El Gordo Valor.
Cabrera llegó por primera vez a Devoto el 17 de febrero de 1995,
acusado de integrar el grupo que asaltó un banco de la Capital
Federal. Siempre se declaró inocente, pero lo condenaron a 12 años.
La pena quedó inconclusa por la fuga del 98. En lugar de
salir del país, Tractorcito se afincó en Tandil
y Mar del Plata, donde vivía alternativamente valiéndose
de dos DNI falsificados, uno a nombre de Martín Novo y otro extendido
a un vecino de San Fernando llamado Raúl Aníbal Arturo.
En abril de este año lo detuvieron en Tandil a bordo de un BMW
robado. Estos meses en prisión desvelaron a Cabrera, quien trataba
de discernir quién fue el buchón que le cortó
las alas: dudaba entre un abogado al que él había denunciado
y un ex detenido con el que estuvo en Devoto. Los que lo conocen dicen
que no se conocía con los dos paraguayos con los que se fugó
y temen que pueda quedar pegado en la larga telaraña que viene
tejiendo el general Lino Oviedo.
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