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Entrar en la Alcaidía era tan fácil como decir �soy el primo de José�

El jefe de la Federal Rubén Santos se reunió con el ministro Storani para discutir la crisis.

Por Raúl Kollmann

t.gif (862 bytes)  Con el objetivo de profundizar distintas investigaciones, este diario visitó en varias oportunidades a los detenidos en la Alcaidía del Departamento Central de la Policía Federal a lo largo de los últimos tres años. En acuerdo con los presos, el día óptimo para concurrir y eludir controles de guardia era el domingo –justo cuando se produjo la fuga–, ya que prácticamente nadie en el edificio ejercía vigilancia alguna. En todos los casos, ante el policía que en la puerta principal de la calle Moreno preguntó “¿usted adónde va?”, este periodista dio invariablemente la misma respuesta: “Soy el primo de José. Lo vengo a visitar a la Alcaidía”. Nunca fue necesario exhibir un documento de identidad y, por supuesto, jamás hubo cacheo alguno para revisar, por ejemplo, si este primo trucho traía una ametralladora. Como es obvio, tampoco nunca quedaron registradas las visitas. La Alcaidía, más que un lugar de detención, era una especie de acuerdo: los detenidos –todos especiales– vivían tranquilamente, se suponía que no se iban a escapar y a cambio se manejaban con absoluta libertad, casi sin control.
Las cosas cambiaron súbitamente con la llegada de Tractorcito Cabrera, un hombre que –según contó alguien que lo conoce bien– “tiene dos cabezas y las dos pensando en cómo escaparse”. El integrante de la banda del Gordo Valor es un especialista en fugas y en arreglar a los jefes de las guardias. Con ese currículum, salir del Departamento fue tan fácil como para este periodista visitar a los presos sin dejar rastro alguno.
Mi primera visita data de 1998. Las instrucciones eran precisas: “Venite el domingo a las dos de la tarde, decís que sos familiar mío y pasás sin problemas por la entrada de Moreno”.
Dicho y hecho. Efectivamente el policía del portón principal casi no me prestó atención y repetí aquello de que “soy el primo de José”. Entré al gigantesco edificio con el problema de no saber dónde quedaba la Alcaidía, pero encontré a otro agente que caminaba por el patio y éste me indicó una escalerita al fondo. Por allí subí al primer piso, hasta toparme con una puerta que tenía una única medida de seguridad: el portero eléctrico.
–¿Quién es? –preguntó la voz desde adentro.
–Soy el primo de José. Vengo a visitarlo.
Con ese simple trámite, sonó la chicharrita y la puerta se abrió. Subiendo algunos escalones, detrás del escritorio, estaba sentado el único policía que custodiaba a los detenidos.
–¡¡Joseeeeeeeeeee!! –gritó el uniformado, para advertirle al preso que tenía visitas. Desde un poco más arriba de la escalera, José saluda y hace pasar. Nadie pidió documentos, no hubo requisa alguna ni quedó registrado mi paso por el lugar. Llegué así hasta el comedor, donde varios se acercaron para conversar animadamente.
Hace aproximadamente dos meses, escalones arriba de la puerta se instaló una reja verde que –es curioso– también se acciona mediante el portero eléctrico. O sea que, en realidad, en lugar de abrir una puerta en forma burocrática y descontrolada, ahora abren dos.
Por la Alcaidía han pasado numerosos presos especiales. Están los ex policías bonaerenses detenidos en 1995 por el atentado a la AMIA. El domingo a la madrugada se negaron a irse con los fugados y terminaron con puntazos, demolidos a golpes y atados. Para la Federal, los ex uniformados nunca parecieron un peligro: estuvieron varios meses excarcelados y cuando la Justicia ordenó que se los detuviera otra vez no se dieron a la fuga, sino que se entregaron de inmediato. También estuvo hasta hace poco Antonio Gerase, el policía involucrado en el llamado Caso Coppola, quien –para la fuerza azul– tampoco representaba una amenaza de evasión porque pronto le llegaría la libertad. Otros inquilinos fueron el político y estafador francés Jean Michel Bouchellon y hasta la chica-Coppola, Julieta La Valle. También hablé allí con narcotraficantes bolivianos y distintos delincuentes autóctonos. Nunca hubo reales medidas de seguridad.
Alguna vez me quedé dos horas conversando con un detenido, tomando mate y cortando algún budín con un cuchillo de cocina, seguramente del mismo estilo que el que utilizaron Cabrera, Barrios y Rojas para poner en marcha su plan de fuga, amenazando a una agente. En la Alcaidía no era necesario fabricar una “punta”, los cuchillos estaban a mano.
Después de conversar largamente, siempre salí del Departamento sin que nadie me preguntara nada. Los domingos a la tarde, el hombre que está frente a la inmensa entrada al edificio ni siquiera le mira la cara al que se va. Y seguramente lo mismo ocurrió en la madrugada del domingo pasado: aprovechando el mal tiempo, tapándose levemente el rostro con los cuellos de las camperas, los tres detenidos salieron saludando en forma distraída. Dicen que tomaron un taxi y desde entonces no se sabe casi nada de ellos. En algún lado están contando lo fácil que les resultó todo.


EL TRASLADO DE DANIEL “TRACTORCITO” CABRERA
“Doctor, pido un lugar seguro”

Por C. R.
El “Tractorcito” Cabrera. “Doctor, mientras pueda, el que decide la forma de morir soy yo. No quiero que nadie lo decida por mí y por eso le pido que me lleve a un lugar seguro.” Con esos argumentos, Daniel Agustín “Tractorcito” Cabrera trató de convencer al juez Alberto Baños para obtener su traslado a un lugar de detención “más seguro”, lo que significaba estar fuera de la órbita del Servicio Penitenciario Federal (SPF) y del Bonaerense (SPB). Fue por pedido de Baños que lo llevaron, el 4 de este mes, del penal de Batán a la celda del Departamento Central de la que se fugó. Baños lo pidió para indagarlo por una vieja fuga de Devoto e interrogarlo como testigo por casos recientes de presos que salieron a robar en complicidad con guardias del SPF. Muchos, incluido Baños, creían que Cabrera era un blanco móvil.
“Lo único que puedo decir es que no creo que Cabrera haya sobornado a nadie para escaparse”, dijo a Página/12 Ernesto Vissio, uno de los abogados de Cabrera. El preso iba a ser interrogado por la fuga que protagonizó, junto a otros internos, el viernes 26 de junio de 1998 y por la cual no pudo ser juzgado porque estaba prófugo.
Aunque tiene en su haber esas dos únicas fugas, “Tractorcito” va camino de ocupar un lugar en “la galería de los ases del choreo”, como ironizaba un viejo tango. Su fama creció durante el juicio oral sobre la mítica gran fuga de 1998, dado que –según se dijo– fue uno de los que llevó la voz cantante, aunque había presos con mayor peso, como Julio Pacheco, miembro como él de la banda de Luis “El Gordo” Valor.
Cabrera llegó por primera vez a Devoto el 17 de febrero de 1995, acusado de integrar el grupo que asaltó un banco de la Capital Federal. Siempre se declaró inocente, pero lo condenaron a 12 años. La pena quedó inconclusa por la fuga del ‘98. En lugar de salir del país, “Tractorcito” se afincó en Tandil y Mar del Plata, donde vivía alternativamente valiéndose de dos DNI falsificados, uno a nombre de Martín Novo y otro extendido a un vecino de San Fernando llamado Raúl Aníbal Arturo.
En abril de este año lo detuvieron en Tandil a bordo de un BMW robado. Estos meses en prisión desvelaron a Cabrera, quien trataba de discernir quién fue el “buchón” que le cortó las alas: dudaba entre un abogado al que él había denunciado y un ex detenido con el que estuvo en Devoto. Los que lo conocen dicen que no se conocía con los dos paraguayos con los que se fugó y temen que pueda quedar pegado en la larga telaraña que viene tejiendo el general Lino Oviedo.

 

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