Por Hilda Cabrera
�Todos intentamos ser monógamos. Nadie lo consiguió. Fue cosa de tiempo. Nos cambiamos de partido político, de barrio, de amigos, de auto, de esposa... Hablamos de lealtad como de un paraíso perdido y la soledad se convirtió en lo único sólido�, escribe, embarullando conceptos, el chileno Marco Antonio de la Parra en el programa de mano que acompaña a esta obra, retrato de un encuentro de dos hermanos distanciados en un ámbito elitista. Se trata de un club, del cual uno es socio, y al que se acostumbra ir de traje y corbata. Un lugar barroco y un poco cursi, según el comentario del hermano invitado, puesto que el espectador sólo verá en escena alguna silla. La lealtad es un tema central, pero asumido como aspiración utópica. Rescatada acaso hoy en un plano estético, como en esos eventos masivos donde cada cual se reconoce formando parte de una comunidad que comparte un modelo ideal.
Los personajes de Monogamia han sido, supuestamente, inconsecuentes con sus sueños. Viviendo un período crítico, aparentan tener conciencia de sus contradicciones y temen por el quiebre de la propia identidad. Puede considerárselos representativos de una cultura pequeño-burguesa, de un sector de la clase media que reflexiona sobre sus taras pero no derriba tabúes. El comportamiento de este segmento social es uno de los disparadores de la producción de De la Parra, también ensayista y médico psiquiatra, influyendo en sus piezas (entre otras El continente negro, La secreta obscenidad de cada día) y también en sus cuentos y crónicas, como La mala memoria (1997) y Carta abierta a Pinochet (subtitulada �Monólogo de la clase media chilena con su padre�), de 1998.
La intención del autor de equilibrar literatura y espectáculo lo acerca con mayor probabilidad de éxito a un público amplio. Monogamia es un ejemplo de esa actitud. De la Parra utiliza aquí un lenguaje híbrido y fragmentado, situando su teatro al filo de lo comercial y televisivo. Esto implica descartar el uso poético de las máscaras sociales (tan evidentes en estos hermanos en conflicto) y convertir las obsesiones en histéricas humoradas. El racconto de los virajes ideológicos del ex progresista Felipe y el paso de un estado anímico a otro se suceden en esta puesta con rapidez, como si el director Ianni hubiese descubierto en ese vaivén el mejor ritmo, impidiendo a veces entrever el fondo de esas emociones. En este punto, el actor Guido D�Albo es quien con mayor intensidad logra transmitir la desazón de Juan, el hermano socio del club.
A pesar de la verborragia desplegada, no se puede considerar a esta pieza como muestrario de un contrapunto de ideas. El diálogo resulta tan insustancial como cínico el lamento por las deslealtades ideológicas y afectivas de una clase media en picada. Un símbolo es justamente el Felipe encarnado de modo lineal por Roberto Municoy. De ahí que este encuentro se parezca demasiado a un torneo jugado en soledad, donde las respuestas resultan �autofabricadas�. Lo que en todo caso queda es ese par de mediocres �acelerados�, convencidos de que �la vida se hace de boludeces�, pero asustados al comprobar que, pese a sus diferencias, uno y otro están �igual de perdidos�.
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