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Madonna ingresa al siglo XXI de la
mano de otros popes electrónicos

Madonna alterna sonidos de discoteca y temas más convencionales en �Music�, un disco que opera como su retorno al centro de la escena.

Además de un productor, la dos 
veces madre presenta nueva imagen.

Es un hecho que �Music� será acompañado de una gira mundial en el 2001.


Por Esteban Pintos

t.gif (862 bytes) Madonna ha de ser el mayor icono pop femenino de la era de la televisión, con presencia casi permanente en una pantalla universal de exposición pública �cada vez que se enamora, filma una película, graba un disco, posa, se casa, viaja� y una estatura de artista clásica adquirida con el paso del tiempo. Todo, en verdad, a partir de su condición inicial de cantante pop. Ahora que superó los cuarenta y ha hecho bastantes más cosas que sólo cantar, y ha tenido hijos, decepciones, ganancias millonarias, escándalos, una imagen mutante y aciertos artísticos, la diva italonorteamericana bien puede expresarse a través de sus guiños. Que, en muchos casos, resultan más importantes que su obra en sí. Como tal debe entenderse la reconversión de sonido e imagen que se hizo pública a partir de la concepción de Ray of light �y el paquete promocional que incluía la presencia del productor del momento, de aquel momento, William Orbit�, su último disco hasta la aparición de este nuevo, Music.
En Music, Orbit es eventual participante que igualmente deja huella en un par de las mejores canciones del disco (claramente debe incluirse aquí �Amazing�, casi una aceleración de �Beatiful stranger�). Aquí, el crédito de productor estrella (cirujano plástico-sonoro de turno) le corresponde al francés Murwais, punta de un iceberg electrónico que asoma en Europa rindiendo culto a Kraftwerk y el euro-tecno de los años ochenta, con su insistencia casi saturadora en utilizar distintas deformaciones sonoras para la voz (casi como una manera de volverla espectral e impersonal). Todo, esto y aquello, aparecen en Music con el agregado de un par de baladas folk electro-hippies (debe encontrarse en la unión Beth OrtonChemical Brothers cierto antecedente, pues) que revelan un costado �desconocido� hasta ahora en Madonna. Madonna, entonces: ¿aspirante a Joni Mitchell del cyberespacio?
Si el concepto retroprogresivo calzaba en la cruza de teclados analógicos y guitarras levemente distorsionadas bajo/sobre bases electrónicas de moda, convirtiéndose en el sello distintivo de Ray of light (que por otra parte, tratándose de Madonna, legalizaba un estilo de producción), aquí se resignifica. En versión corregida y aumentada. Se ha redoblado la apuesta por los sintetizadores y las bases, pero la voz está �tratada� de todas las maneras posibles (una tendencia del pop dominante de hoy, desde Cher a Britney Spears, que reconoce su inicio en la sobreproducción de los últimos discos de Michael Jackson, también), llevando a Madonna por un espacio virtual que, muchas veces, contrasta en positivo con el sonido deliberadamente �viejo� que la envuelve. Madonna no es una gran cantante, debe decirse, pero sí una expresiva intérprete que bien puede camuflarse y arreglárselas con la mayor o menor complejidad melódica de las canciones. Románticas casi siempre, de deseo y decepción, autoindulgentes o incitadoras de la autodeterminación del espíritu femenino. Lentas o más rápidas. Bailables y para escuchar acurrucado. Pensando éste, Music, como una continuación del otro, Ray of light, la receta sigue siendo la misma. Con una diferencia, no tan sutil al fin y al cabo. Hay algo de riesgo pero también de obviedad en el revestimiento sonoro de cada canción, en el caso de Madonna una situación a tener muy en cuenta. Si no, no se hablaría en esta nota del protagonismo de los hombres detrás de la consola, en su función de �vehículos� de lucimiento, trofeos de vanguardia de la estrella. La combinación Mirwais-Orbit determina, en consecuencia, un disco de tiempos y emociones ambiguas, en donde tienen lugar las guitarras acústicas, las eléctricas, las voces comprimidas y vueltas a liberar, la entidad bailable de cada canción, la calma y la tormenta. 
Este es, también y definitivamente, el disco más bailable (dance) que haya grabado Madonna. Y además el que mayor porcentaje de �baladas� de guitarra acústica contiene. Hechos: la escalada rítmica que sucede en el segmento que va del comienzo del disco con la canción homónima (el single y, lo que es más importante en Madonna, el del videoclip), pasando por �Impressive instant� y hasta �Runaway lover�, es detenida bruscamente con el primer acercamiento al folk de �I deserve it�. El tono eufórico da lugar a la intimidad, a partir de �Don�t tell me�, la otra canción acústica, y desde allí hasta el final (que en la versión para Latinoamérica incluye �American Pie�, otro Madonna-Orbit auténtico). Esa tensión de velocidad e intensidad domina el clima de un disco que atraerá la atención del mundo por un buen tiempo (desde la cúpula aseguran que esta vez sí habrá Madonna en gira mundial, la primera en más de un lustro). Pero que, fundamentalmente, deja constancia de cómo se puede reinventar una y otra vez la misma canción.

 

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