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el Kiosco de Página/12

El plato de loza
Por Rafael A. Bielsa

Sucedió a mediados del �93. Por disposición de Menem, el jefe de los espías aborígenes �el �Señor 5�� recibió al negro Jorge, llamado �Javier� durante la resistencia peronista y compadre del Presidente. �Tírale algo�, había sido la fundamentada orden del jefe de Estado. Luego de que arreglaron función y estipendios, Jorge le pidió autorización a Anzorreguy para hacerse tarjetas. �¿Tarjetas que digan qué? ¿�Fulano de tal�, espía? Dejate de hinchar, Negro�, lo desalentó.
Jorge abarcó toda la estancia de un vistazo, con ese golpe de ojo vestibular que tenía, y que tantas veces le había salvado la vida. �Bueno, entonces permitime que me lleve algún recuerdo de mi paso por la institución�, imploró, mirando a un plato de loza que tenía el logo de la SIDE. �Tomá, llevátelo�, concedió el jefe, con una sonrisa incauta.
A los tres días, un domingo de mañana gélido, mientras el Negro me contaba los detalles de su rito iniciático, nos retuvo en una 9 de Julio desierta e intemperante un policía achuchado, porque teníamos la proa del auto sobre la senda peatonal. �Carnet de conductor�, le dijo al Negro, mirándole sin melindres el bolsillo donde hubiera debido estar la billetera.
�Buenos días, primero�, le espetó el Negro, que se creía que ya era funcionario. �Para comenzar, me identifico.� Y de un solo y limpio movimiento, sacó el plato de loza de algún compartimiento invisible, disimulado en la puerta del Fiat 125 de �77, y se lo puso al agente delante de las narices. �¿Usted puede leer, caballero? ¿Dice SIDE, no? Muy bien, no hay más nada que hablar, buenos días.� Y sin apurarse, subió el vidrio de la portezuela, ante el uniformado que se había cuadrado, y lo despedía con una venia entre castrense y centroamericana.
El hecho de que algunos operativos, nombres y detalles de un servicio de inteligencia deban ser secretos no le quita a la anécdota su carácter de verídica, y la reserva que debe revestir el funcionamiento de una institución de esta naturaleza no evita que sus objetivos y funciones deban ser rebatidos ante la opinión pública, porque nos conciernen a todos. En un gobierno representativo y republicano, confidencialidad no es sinónimo de clandestinidad.
Una de las primeras cuestiones que merece ser puesta sobre el tapete se centra en el papel que debería jugar un servicio de inteligencia. En este ámbito aparecen �expresados rudimentariamente� dos roles posibles: uno, vinculado con una mirada hacia el país en su relación con el exterior y con la economía global (el seguimiento de las rutas de la droga, las operaciones de lavado de dinero, la lucha contra el fraude y el crimen organizado). El Servicio de Seguridad e Inteligencia canadiense (CSIS), por ejemplo, tiene como su principal desafío prevenir cuestiones con raíz foránea que puedan devenir en problemas de seguridad doméstica. El otro rol se centra en la seguridad interior y su correlativa vigilancia fronteras adentro; es el modelo tradicional de los servicios sudamericanos.
Un concepto moderno puede resumirse en que inteligencia es una noción no necesariamente vinculada con ideología y represión. Una frase que se atribuye a Cyrus Eaton es ilustrativa a este respecto: �Siempre me preocupo cuando veo que una nación tiene la sensación de que está alcanzando la grandeza por medio de las actividades de sus policías�.
Un paso más allá de esta antinomia se sitúan los procedimientos. Incluso dentro de un servicio orientado hacia un horizonte con el que no comulgo, como es el control social e institucional, las cosas pueden hacerse bien o mal. Se discutirá sobre si eran útiles para el bien común los míticos expedientes que Edgar Hoover tenía almacenados con estudios de personalidad sobre los hombres públicos norteamericanos; nunca se sabrá el número de intervenciones telefónicas que ordenó, ni cuántos de aquellos expedientes destruyó. Pero sin dudas es dañina la actitud de Vladimiro Montesinos, el asesor de Fujimori que controla el Servicio de InteligenciaNacional, quien fue filmado in fraganti sobornando al congresista opositor Alberto Kouri, para que se transformase en tránsfuga y se pasase al oficialismo.
La de los procedimientos es básicamente una cuestión de profesionalismo, y en nuestro país, por desgracia, se suele contraponer profesional a político, a punto tal que la expresión �político profesional� suele ser usada cono desconcepto.
Markus Wolf, durante 34 años jefe del servicio de inteligencia exterior del Ministerio de Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana, atribuye los defectos que pudiera haber tenido la organización al exceso de profesionalismo, no moderado por el filo áspero y hogareño de la vida corriente. �Nuestros métodos fueron tan eficaces �dice�, que involuntariamente ayudamos a destruir la carrera de Willy Brandt, el más visionario de los modernos estadistas alemanes.� Pero, ciertamente, para que el profesionalismo llegue a ser defecto, primero hay que tener la virtud de ser profesional.
Un organismo moderno de inteligencia debería tener capacidad para anticipar conflictos, no debería ser confesional sino abierto a agentes de todas las religiones, no tendría que mantener relaciones espurias con instituciones civiles o militares sino ejercer independencia de abastecimiento de información y de análisis, coordinar a sus agentes en el extranjero con la Cancillería y estimular con algunos servicios foráneos la realización de actividades conjuntas, en lugar de permitir kioscos transnacionales dentro de una estructura nacional.
Como no hay peor combinación que la afición al secreto y la simplificación al pensar, un servicio de inteligencia debe estar controlado. Los de aquellos países que funcionan tienen un control complejo, que combina diversas instancias, pero donde no predomina necesariamente el control parlamentario. En Inglaterra, por caso, existe un comité a cargo de las cuestiones de inteligencia y seguridad con sede en el Parlamento (Intelligence and Security Committee), pero en el sistema global de control de los Servicios intervienen los tribunales, la Oficina Nacional de Auditoría y la Comisión de Seguridad.
Un plato de loza con una inscripción heráldica pintada con esmalte azul, en una novela del género, podría perfectamente ser un signo para que el protagonista advirtiera que su anfitrión pertenece a la misma logia. Un plato de loza con el logo del servicio secreto, usado por un agente para identificarse, es una anécdota que sirve para caracterizar a este país de ficción. Eso sí, no hace de nuestro país un país en serio.


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