Por Martín Pérez
Había una vez un cuento llamado �Catorce y después�, en el que su autor recorría los cinco primeros fracasos sentimentales de su vida con una honestidad flagelante pero tan carente de autoconmiseración que era a la vez candorosa y cínica. Con el tiempo, ese cuento �publicado en la revista inglesa Granta� devino en el prólogo de una novela de culto titulada Alta fidelidad, en la que �a esos cinco primeros fracasos sentimentales escritos en primera persona� se le sumaba un sexto y definitivo, que daba entidad a la narración. Su protagonista era Rob, un treintañero inmaduro incapaz de comprometerse �pero que paradójicamente siempre era el despechado en todas sus historias� que a partir de ser abandonado por su pareja comienza a buscar un patrón que una todos los fracasos de su vida. Y ese patrón resulta ser a la vez la razón de la misma: la música pop.
Divertido, honesto y cretino retrato de la vida pop en un mundo (masculino) eternamente adolescente, Alta fidelidad (la novela) es una maravillosa e hilarante disección de la vida sentimental del hombre promedio dentro de la sociedad contemporánea, un espécimen que se cree sensible pero que en realidad no hace más que irse insensibilizando. Y Alta fidelidad (el film, dirigido por Stephen Frears y protagonizado por John Cusack) no hace más que rendirle justicia casi literalmente al texto original, aun cuando aparentemente la traicione desde un primer momento al transplantarla de su Londres original al entorno norteamericano de Chicago. Pero a la que se ciñe como un guante durante todo su metraje, obligando a Cusack a hablarle a la cámara casi permanentemente para no perderse nada de toda la cruel e hilarante honestidad en primera persona que es la esencia del libro.
Suerte de revisión de Annie Hall, pero para un mundo rocker antes que psicoanalizado (inclusive, aquel cameo de Mc Luhan es aquí reemplazado por Bruce Springsteen), Alta fidelidad es un brillante catálogo de fanatismos enfermizos y amores eternamente adolescentes. Tal como en la novela, su protagonista es dueño de una exquisita disquería especializada en la que se desprecia al cliente que viene buscando el éxito pop de la semana (o de la semana pasada, como �Sólo llamé para decirte que te amo�, de Stevie Wonder) o al arribista que busca alcanzar Captain Beefheart en una sola movida, sin haber aprobado antes ni un examen de la academia de la buena onda. En un mundo cinematográfico obsesionado por el marketing de bandas de sonido cuyos temas jamás se escuchan ni tienen importancia en los films a los que representan, Alta fidelidad es una película que comenta y racionaliza sobre la banda de sonido de las vidas de la generación pop a la que representa.
El placer del reconocimiento hace que Alta fidelidad �su música, sus protagonistas y sus reflexiones� sean una maravilla hilarante y sensible, crítica y representativa al mismo tiempo. Que comienza con una separación, y continúa durante casi todo su metraje siguiendo la lógica, los altibajosy las reflexiones que suceden a todo rechazo. Comedia romántica y cínica sobre el fracaso, una de las grandes virtudes de la película de Frears, además del texto original en el que está basado, y al que no traiciona jamás, es el casting que representa a todos y cada uno de los personajes de la novela, empezando por John Cusack en el papel de Rob y terminando con Tim Robbins como el desagradable novio new age de su Laura. En el medio, hay todo un abanico de pequeños papeles femeninos en un mundo casi exclusivamente de hombres, en el que se destacan los dos Sancho Panza de Rob: Barry y Dick, los empleados de su disquería, encarnación de los dos alter ego extremos (uno sensible, el otro despiadado) que forman parte integral de cualquier obsesivo coleccionista de discos.
En homenaje a De Niro
El astro estadounidense Robert de Niro será la figura central del Festival de San Sebastián, que comienza hoy y se desarrollará a lo largo de nueve días. Los organizadores entregarán al gran actor estadounidense un premio especial, en reconocimiento a su larga y excelente carrera en el cine. La idea central de la edición es que �estén representadas simbólicamente todas las tendencias cinematográficas� del mundo, según el director, Diego Galán. Entre los 18 films que lucharán en la Sección Oficial por la Concha de Oro está la producción local La Comunidad, del director español Alex de la Iglesia, que inaugurará el certamen. Con ella compiten los films franceses Harrison�s Flowers, de Elie Chouraqui; Paria, de Nicolas Klotz, y Sous le Sable, de Françcois Ozon, así como el japonés Face, de Junji Sakamoto, ya estrenado unos días atrás en el Festival de Toronto. También están en competencia, entre otras, las películas hispanomexicanas La perdición de los hombres, de Arturo Ripstein, y Sin dejar huella, de María Novaro, así como la hispano-peruana Tinta roja, de Francisco Lombardi. La organización del festival introdujo una novedad en la edición, al dividir en dos apartados, �Nuevos directores� y �Perlas de festivales�, la tradicional sección paralela �Zabaltegui�, donde se presentará el film argentino 768903, de Flavio Nardini y Christian Bernard, que aspira a llevarse el premio a la mejor ópera prima. Además de a De Niro, el Festival rendirá homenaje al actor inglés Michael Caine. |
Una RETROSPECTIVA de rosa VON PRAUNHEIM EN LA LUGONES
La estética de la provocación
Nació en Riga en 1942, bajo el nombre de Holger Bernhard Bruno Mischwitzky, pero se hizo famoso en los círculos más extremistas del cine europeo como Rosa von Praunheim, el nom de guerre que adoptó en referencia al triángulo rosa que los homosexuales estaban obligados a llevar en los campos de concentración nazis. Considerado el enfant terrible del Nuevo Cine Alemán y una de las figuras más rutilantes y controvertidas de la escena gay alemana, Praunheim era completamente desconocido en Argentina. Hasta ahora. Desde hoy y hasta el jueves 28, el Teatro San Martín, el Goethe Institut y la Fundación Cinemateca Argentina le dedican una retrospectiva integrada por ocho films inéditos en Argentina, que dan cuenta del carácter siempre polémico y cuestionador del cine de Praunheim.
�No busco que el público pase un buen rato, sino que quiero ponerlo nervioso�, suele decir el realizador, autor de más de 50 películas; las ocho que ahora se presentan en Buenos Aires permiten obtener un panorama cabal de una obra que, a partir de la urticancia y el desafío a la costumbres establecidas, busca el compromiso con la libertad y la tolerancia. Rosa von Praunheim, convertido hoy en una figura moral en su lucha en materia de sida y su permanente reclamo público en materia de campañas de prevención, usa la provocación como arma. Hasta tal punto que, en el año 1990 el movimiento gay alemán decidió expulsarlo de sus filas por haber reclamado el cierre de los saunas gay en los que no se alertara contra los peligros de contagio del HIV.
La agenda completa del ciclo es la siguiente: hoy va Yo soy mi propia mujer (1992), donde entre la ficción y el documental, Praunheim narra la extrema y conmovedora historia de la vida de un travesti oriundo de la RDA, que le valió el premio de la crítica internacional (FIPRESCI) en el Festival de Rotterdam. El viernes 22 le sigue Sobrevivir en Nueva York (1989), documental sobre tres mujeres alemanas que viven desde hace diez años en Nueva York, que también se convierte en la protagonista del film, con su gente, sus calles, su brillo y su miseria. El sábado 23 y el domingo 24 se exhibe El Einstein del sexo (1999), una biopic a la manera del viejo Hollywood que narra la historia del famoso sexólogo Magnus Hirschfeld, quien en 1897 fundó la primera agrupación gay y revolucionó el mundo de la ciencia con sus investigaciones y su Instituto de Ciencias Sexuales.
El lunes 25 va Anita . La danza del vicio (1987), la historia de la escandalosa Anita Berber, bailarina nudista de la noche y los cabarets berlineses de los años veinte, que fascinó y provocó al público con sus �danzas del vicio y del horror�. El martes 26 se verá No es perverso ser homosexual, perverso es el contexto (1970): el periplo de un joven que se inicia en el mundo gay del Berlín de los setenta, entre estéticas afectadas y clisés, sirve a Praunheim para echar una mirada demoledorasobre el ambiente y desafiar al aburguesado ghetto gay a dejar los saunas para salir a las calles. Un film de tesis, que aún hoy es altamente provocador. El miércoles 27 está programada Los virus no saben de moral (1985), la primera película de ficción alemana sobre el sida, una comedia negra cuyos protagonistas son los gays y travestis de Berlín y que retrata de modo satírico los primeros tiempos del pánico. Y el jueves 28, El almohadón salchicha (1970), comedia kitsch-trash y perfecto manual de instrucciones de cómo ser feliz en la sociedad de consumo. El programa de ese día se completa con el corto Can I be your Bratwurst, please? (1999), una comedia caníbal que tiene como protagonista al legendario porno star Jeff Stryker.
�Fuckland�, o el monstruo nacional
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Fabián Stratas y Camilla Heaney, haciendo el amor y no la guerra, tras un manto de neblina.
El film es la ópera prima de José Luis Marqués, un realizador proveniente de la publicidad. |
Por Horacio Bernades
Producida y dirigida por gente proveniente de la publicidad, lanzada en base a una estrategia de marketing pensada para llamar la atención, con un título entre llamativo y escandaloso y una temática por lo menos urticante, Fuckland es un película llamada a la polémica. Esta la envuelve ya desde antes de su estreno, y se incrementará seguramente a partir de hoy. Ciertos elementos del film, astutamente explotados por sus productores, le dan un carácter entre inquietante e irritativo. El hecho de haber sido rodada clandestinamente por un equipo argentino en Malvinas es uno de ellos. Las peculiaridades del personaje central, por otra parte, invitan al malentendido.
Desde el propio planteo, Fuckland juega con la ambigüedad, al estar presentada como un documental, que un argentino llamado Fabián Stratas (encarnado por un actor llamado Fabián Stratas) filma en Malvinas, de modo clandestino. Todo se lo ve por el ojo de la camarita digital que el protagonista lleva consigo, escondida entre sus pertenencias, durante un viaje a las islas. Por alguna razón que no se develará hasta bien avanzado el metraje, ese rodaje debe permanecer oculto ante las autoridades locales. El método de rodaje, con camarita digital en mano, sin luces ni decorados artificiales, se corresponde en líneas generales con los postulados del Dogma danés, hasta el punto de que Fuckland es el primer film argentino en recibir ese famoso �certificado� que los propietarios de la �marca� otorgan a las películas que cumplen con su decálogo.
Obviamente que a esta altura, lo que en sus orígenes sirvió para remover saludablemente las rutinas estéticas del cine �oficial� se convirtió, a su vez, en otra etiqueta. Por lo cual, el hecho de ser o no �una película del Dogma� es lo que menos importa de Fuckland. Familiarizado con las estrategias publicitarias, su realizador, el debutante José Luis Marqués, supo aprovechar esa etiqueta como un factor promocional más para su película. Estrategia de lanzamiento tan válida como cualquier otra. Por otra parte, que Fuckland �se presente� como un documental no quiere decir que aspire a serlo, sino más bien que se aprovecha de las formas del documental para lograr cierto efecto dramático. Como documental, Fuckland es paupérrimo: la cámara registra apenas algunas ovejas y pingüinos, el frío que cala los huesos y aquel infame �manto de neblina�. No se profundiza en las características de su población, su situación de aislamiento o la relación de los malvinenses con Inglaterra y Argentina.
Claro que, pequeño detalle, todo lo que se ve en Fuckland está visto a través de los ojos y el relato en off de su personaje. Si hay personaje, entonces hay ficción. El protagonista de Fuckland tiene ciertas características peculiares que el film, muy sabiamente, irá develando de a poco. Fabián es un mago con poco trabajo, y los motivos de su viaje se desconocen. Mira de arriba a los pobladores con los que se cruza y se burla de ellos en off, con esa típica soberbia que hace que el turismo argentino no sea particularmente bienvenido en el extranjero. Peor aún, en el curso del viaje y a medida que va entrando en confianza, el tipo verá alos malvinenses como podía verlos la propaganda oficial de tiempos de Galtieri: unos piratas despreciables.
Para completar el panorama, este genuino homo argento acudirá a ese otro hit del folklore nacional que es el turismo macho, depredador sexual de la población femenina. Descarta a una mujer por tener la tez demasiado oscura, califica de �ballena� a una gordita y finalmente orienta la cacería sobre una bonita rubia, a la que �le hace el verso�. Tendida ya la trampa, comentará para sí mismo, triunfal: �¡Cómo te voy a recoger!�. Con gran habilidad e inteligencia, la película lo deja hacer, sin tomar partido y fomentando la posibilidad de que cualquier cerdo de la audiencia festeje sus chistes racistas, xenófobos y misóginos como si se tratara de un triunfo.
Pero Fuckland no tiene un pelo de ingenua, mucho menos de descomprometida. En una doble vuelta de tuerca final, se ocupa de develar el delirante plan de reconquista de las islas que mueve a su personaje, así como de escupirle a la cara (a la cara del espectador) la clase de monstruo que es. Un monstruo argentinísimo. Podrá señalársele a Fuckland algún tropiezo narrativo, que sin duda lo tiene. Sería una ceguera gigante desconocer que se trata de uno de los films más endiabladamente autocríticos que haya dado el cine argentino en bastante tiempo.
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