Sin desconocer que sus palabras repercuten en todo el mundo, no dudó al responder a los periodistas que lo bombardearon a preguntas ayer en Praga. Así como tampoco dudó al hablar de la situación de Argentina: �La pobreza en los países de desarrollo medio en América latina, como es el caso de Argentina, es un tema que tiene menos que ver con el crecimiento que con la distribución de la riqueza. La distribución de la riqueza va en la dirección equivocada para lograr una mayor equidad�, afirmó. Y agregó, en tono de advertencia, de nuevo refiriéndose a la región en general y a Argentina en particular: �Las diferencias entre ricos y pobres son demasiado grandes como para garantizar la estabilidad social�. James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, sorprendió con un discurso más cercano a las consignas de los manifestantes antiglobalización �que, poco a poco, van invadiendo las calles de la capital checa� que a la élite de funcionarios y burócratas de organismos internacionales que se pasean por el centro de convenciones de la ciudad, donde se lleva a cabo la Asamblea anual conjunta del Fondo Monetario y del Banco Mundial. Los últimos datos del Indec sobre pobreza, anticipados por este diario hace dos semanas, revelan un nuevo salto entre octubre pasado y mayo de este año (ver aparte), llegando hoy a niveles record en el área metropolitana, donde se realizan mediciones periódicas. Más aún, en los últimos años, el crecimiento casi interrumpido de la pobreza, aun durante períodos de expansión de la economía, como en la etapa �96/�98, ha sido asociado por los expertos a un problema más que nada de ingresos: en un contexto de alta desocupación, al margen de que la economía crezca o se contraiga, los ingresos de los sectores bajos mantienen su tendencia descendente. Por lo tanto, tampoco ha dejado de ensancharse la brecha de bienestar entre ricos y pobres. Definir este diagnóstico es importante, porque de ahí se siguen importantes lecciones para los �hacedores de política�. La principal es que no se pueden esperar reducciones notorias de la pobreza sólo apostando al crecimiento económico. O de otro modo: los niveles récord de pobreza sólo empezarán a ceder una vez que se encare una política redistributiva de ingresos (ya sea a través de la política tributaria o la de gasto público), que acompañe al crecimiento. El reconocimiento por parte de James Wolfensohn de esta realidad no puede ser menos que bienvenido. En especial, porque dentro del propio Banco Mundial se había librado una batalla política e intelectual sobre el tema. Como contó este diario hace más de dos meses, el economista indio Ravi Kanbur, un experto en pobreza que estaba a cargo del Informe sobre el Desarrollo Mundial del año 2000, difundido ayer, renunció a su cargo en la entidad en desacuerdo con las posturas que defendía el establishment del BM al encarar el problema de la pobreza en el mundo. Curiosamente, la tesis de Kanbur era que había que prestar atención a la desigualdad en la distribución del ingresos si se quería atacar la pobreza, en lugar de poner énfasis exclusivamente en el crecimiento, como hacía el staff tanto del Fondo Monetario como del Banco Mundial. Denunció que en muchas oportunidades las políticas sugeridas por los organismos internacionales a los países subdesarrollados (privatizaciones, apertura comercial indiscriminada, ajuste fiscal cuidando de no promover impuestos al capital) eran parte del problema antes que una solución al mismo. Que Wolfensohn haya defendido esta idea ayer tal vez responda a un interés de corto plazo antes que a un verdadero cambio de actitud. En los últimos años, las interna entre el FMI y el Banco Mundial se ha profundizado, y este último organismo ha tratado de mostrarse mucho más cercano y permeable a los reclamos sociales que el primero. Tanto es así que, en los últimos tiempos, el BM empezó a realizar rondas de consultas con diversas ONGs y fuerzas sociales de los países a los que presta en un intento por cambiar la imagen típica de los organismos con sede en Washington, que imponen sus recetas al margen de la realidad política de los países periféricos. Además, se dice que Wolfensohn nunca condenó el desplante de su ex economista jefe, Joseph Stiglitz, que abandonó el BM y su lugar privilegiado en la burocracia de Washington, denunciando los groseros errores del Fondo Monetario Internacional al enfrentar las crisis financieras en los países emergentes, empezando por la asiática. Hoy, esa denuncia de Stiglitz, hecha pública en la revista New Republic, es material de consulta obligado en todas las páginas de Internet de las ONGs que llegaron hasta Praga para protestar contra lo que se denomina el �Consenso de Washington�, y pedir la abolición del FMI y del Banco Mundial. Wolfensohn habló como si estuviera, incómodo, en una barricada, en lugar de ser el titular, hace ya más de cinco años, de un organismo internacional que, además de ser el principal prestamista del mundo, ha sido promotor a ultranza de las políticas de mercado que hoy prevalecen en casi todo el mundo emergente. Dijo lo siguiente: �En Latinoamérica y en Argentina, las diferencias entre ricos y pobres son demasiado grandes para como garantizar la estabilidad social. Sin estabilidad en el mundo en desarrollo, no tendremos un mundo en paz�. �Los pobres tienen que elevar su voz. El Banco no puede obligar a los gobiernos, es el pueblo el que debe hacerlo. La presión debe surgir desde adentro porque es la reacción del público la que genera los cambios.� Calificó de �crimen� la reducción de la ayuda crediticia de los países industriales para asistir a los países pobres. �Las manifestaciones de las ONGs que protestan en Praga contra la Asamblea del FMI y del BM no son negativas�, aseguró. �Indican que hay una creciente conciencia sobre la necesidad de una mayor equidad y reducción de la pobreza dentro de la mundialización económica�, explicó. �No nos levantamos cada mañana pensando cómo arruinar un país�, ironizó, cuando se le recordó que las propias recetas del BM eran responsables del aumento de la pobreza.
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