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panorama politico
Por Mario Wainfeld

El pudor de la historia

En algún párrafo de Los siete pilares de la Sabiduría, T. E. Lawrence elogia el coraje de sus enemigos en la guerra, concretamente de un destacamento alemán. �Entonces, por primera vez en esta campaña �escribió�, me enorgullecí de los hombres que mataron a mis hermanos. Fueron gloriosos.� El texto alude a algo que podría parecer sorprendente en el siglo XXI: el respeto por el prójimo, aun por aquel con el que �por avatares de la vida y de la historia� se compite, se puja o se lucha. Sin embargo, ese respeto está inscripto en cualquier humanismo esencial, en casi todas las religiones de la Tierra, en los textos bíblicos que postulan que todo hombre (lo que abarca al peor, al perverso, a Caín, ni qué decir al pobre, al excluido) está hecho a imagen y semejanza de Dios. 
Valorar al otro suena a antigualla en una sociedad que privilegia el individualismo, el sálvese quien pueda, la vía oblicua como el camino más corto entre dos puntos. Un historietista, setentista y desaparecido, Héctor Oesterheld, proponía en aquel remoto entonces que �el verdadero héroe es el héroe en grupo�. Dos sociólogos (Mario Margulis y Marcelo Urresti, revista Sociedad, diciembre de 1999) describen hoy y aquí algo bien distinto: �La lógica del éxito (...) es individualista: exalta la epopeya del héroe solitario capaz de trabajar en su propio provecho y el de su entorno familiar�. Un héroe, cocinado en su propio jugo, incapaz no ya de la grandeza de respetar al enemigo sino de la mínima proeza de integrar algo colectivo.
Incluso quienes, como el autor de estas líneas, aborrecemos las guerras podemos entender que hasta ellas pueden tener sus reglas, su épica, sus códigos que impliquen y eventualmente hasta ennoblezcan a todos los contendientes. Pero ese reconocimiento no parece trasladable a las sucesivas batallas sin reglas, sin códigos, sin pactos que suele resultar la vida cotidiana en una sociedad en la que hasta cruzar la calle es un juego de fulleros, violentos por añadidura.
Está claro que la consunción del Estado y la creciente corrupción y decadencia de las autoridades públicas no son los únicos factores que empujan a la Argentina a la tristeza, el descreimiento y la anomia, que también en el llano se cuecen habas apestosas. Pero es también real que son factores preponderantes. Que la ejemplaridad, el control, el freno al individualismo y sus tendencias predatorias deben tener en los representantes del pueblo, los magistrados, los funcionarios, la Policía, a sus adalides. Nada más alejado de lo que se ve por doquier. 

La historia como parodia

Es habitual apostrofar a los medios por distorsionar la realidad, por exagerarla, por buscar el título tonante, por intentar cotidianamente transformar la historia en parodia. Y, a menudo, algo de eso hay. Pero, hoy por hoy, los protagonistas son mucho más responsables que los narradores de que la tragedia se lea como una farsa, de que la truchada sea el motor de la historia, de que gobernantes y autoridades parezcan personajes surgidos de la imaginación de Fontanarrosa antes que de William Shakespeare.
En un puñado de días:
Tres presos de alta peligrosidad fugaron del Departamento Central de Policía, sin haber usado más armas que cuchillos Tramontina, en una trama de venalidad por monedas e incompetencia que es la marca de fábrica de las policías locales.
Un represor obtiene su liberación en Italia echando mano a documentos falsos. Tras una defensa trucha, propia de un ladrón de gallinas (negar lo que hizo), acude a la falsificación de instrumentos. Un delito baladí si se lo compara con el secuestro, la tortura y la desaparición de personas pero revelador del ethos que caracteriza a las Fuerzas Armadas de la Nación que nada dicen de tan excelso integrante de sus filas en voz alta pero que celebran sus truchadas y su regreso al suelo patrio en voz baja.
El ex intendente de Morón Juan Carlos Rousselot (del �peronismo- peronista�) fue condenado por peculado y salió sonriente, haciendo la V de la victoria porque no quedó preso. 
¿Qué pluma, que título, qué ilustración pueden sobrecargar las tintas de semejantes parodias, protagonizadas por pillos que viven de dineros públicos? 
Todas estas noticias que merecerían la primera plana de los diarios de cualquier país normal por semanas, coexisten con el escándalo de las coimas senatoriales que, en estas horas, añadió la tremenda denuncia de la senadora Silvia Sapag y dos renuncias de parlamentarios:
La del diputado Guillermo Francos, aduciendo vergüenza ajena (todo un detalle tratándose de un aliado histórico de Francisco Manrique y Domingo Cavallo, dos figuras que convocan a la introspección y a la vergüenza propia antes que al rol de Catón), y
La del senador Juan Melgarejo, emitida en vivo y en directo desde un set de TV en lo que debe ser uno de los tantos records mediáticos que logra nuestro país y que nos harían bien competitivos en una Olimpíada de esa especialidad. La renuncia fue pronunciada por un hombre de vestimenta y lenguaje sencillos que lució sosegado. Empero �vista en vivo y en directo� convocaba a una incredulidad que no alude estrictamente al, hasta entonces, casi desconocido Melgarejo sino a los colectivos que integra: senadores, políticos. Gente en cuyos labios lo cierto se vuelve dudoso y las alusiones a la honra sólo convocan a que el interlocutor se manotee la billetera como se hace al ver con el rabillo del ojo a alguien con pinta de carterista.
En ese estadio están hoy los senadores de la Nación, quienes, mayoritariamente, siguen pugnando entre sí por ver quién insulta más o quién atribuye más conspiraciones a Carlos �Chacho� Alvarez, Antonio Cafiero y Silvia Sapag que �pecado de pecados� se atrevieron (cada uno a su manera y con sus tiempos) a enfrentar pactos de impunidad y de silencio. 
El dato nuevo de estos días fue la denuncia de Sapag, la primera que acusa directamente a un responsable y que alude no a la mítica valija de la Reforma Laboral sino a un pago por otra ley que favorece a intereses de la actividad privada. Una confirmación de la línea de crítica que viene escalando el vicepresidente: la existencia de un sistema de canjes, de los cuales la Reforma Laboral fue apenas un episodio.

Dos velocidades

Fernando de la Rúa suele enfadarse si se le atribuye lentitud, mas es imposible dejar de lado un dato esencial de la coyuntura: la realidad cotidiana va en un Fórmula Uno y las decisiones presidenciales a pie, a paso cansino. Para colmo, va acompañado de errores de diagnóstico �muy equivocada fue la percepción presidencial acerca de la entidad del escándalo del Senado� y de gestos que licuan el capital simbólico que tiene acumulado De la Rúa. Viajar en el Tango 01 era burlar una promesa, hacerlo con su hija y su yerno duplicar la burla.
Es muy difícil no leer como otro error y otro desagio de la imagen presidencial la reunión de ayer con Carlos Menem en la Casa Rosada. Más aún: es casi imposible imaginar �aun apelando a las interpretaciones más maquiavélicas� cómo puede esa cumbre beneficiar a De la Rúa. Hay quien opina, dentro del gobierno, que el cónclave se hizo para acallar o diluir versiones acerca de un supuesto encuentro anterior entre ambos, realizado en la clandestinidad y que el Presidente siempre negó. Todo es posible en las viñas del Señor pero la coartada semeja ser más grave que el presunto delito. Otra lectura, que también se elabora en la Rosada, es que De la Rúa lo hizo para demostrar a su vice que tiene otros interlocutores en el sistema político. La versión alude a un secreto a voces, el maremoto que agita la relación en la fórmula presidencial aliancista, pero así y todo, escuchando la sensación térmica de la calle y las voces de los oyentes que se comunican con las radios, da la sensación de que el Presidente eligió mal con quién ponerle los cuernos al vice.
Cuesta pensar que acontecimientos tan brutales y vertiginosos como los que se suceden en estos días no anuncien cambios, nuevos escenarios, alguna ruptura. Que habrá un antes y un después de los deschaves senatoriales y de la dicotomía de la fórmula presidencial. Jorge Luis Borges solía burlarse de los que creían en la existencia de �jornadas históricas� que abrían una época. �Las jornadas históricas tienen menos relación con la historia que con el periodismo �satirizaba�, yo he sospechado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo durante cierto tiempo, secretas. Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar desapercibido. Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registró en su libro.� 
¿Tendrá pudor la historia? Carecen de él muchos de sus protagonistas actuales, cuyo desparpajo e irresponsabilidad esmerilan la consistencia del sistema democrático mismo. La Argentina de hoy no suele habilitar miradas como la que abre esta columna, la del hombre noble que respeta aun a sus enemigos. Se deja narrar mejor por el desencanto discepoliano, por aquello de la Biblia junto al calefón, que sería un buen final para esta nota y buen epígrafe para la foto de la semana: la que aúna al Presidente que �se supone� vino a poner fin a la fiesta de pocos junto a su antecesor. 


 

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