Ausente en el medallero
La economía mundial crecerá en promedio 4,7 por ciento este año. Estados Unidos se destacará con una suba del 5,2 por ciento, la región asiática en su conjunto se recuperará 6,7 y Rusia 7,0. Brasil avanzará 4,0 por ciento; México, 6,5 y Chile, 6,0. También subirá el Producto de Medio Oriente en 4,7 por ciento y de Europa Central y Oriental en 3,1. La zona del Euro mejorará 3,5 por ciento y Africa, 3,4. Las estimaciones de crecimiento elaboradas por el FMI para el 2001 son apenas un poco más bajas debido a los ajustes aplicados a lo largo de este año por la Reserva Federal en la tasa de interés y a la disparada del petróleo. La Argentina no figura en el medallero. En estos juegos olímpicos de las economías mundiales tiene una participación muy similar a la de los atletas argentinos en Sydney. Pura decepción, con alguna ilusión lejana e individual, pero con un saldo final desalentador. La economía argentina creció el insignificante 0,85 por ciento en el primer semestre de este año, proyectando un desconsolador 1,0 para todo el 2000. El pronóstico oficial dice que el Producto se incrementará 3,7 por ciento el año próximo, poco más que el pobre 2,5 que estiman los consultores privados. ¿Qué está pasando?
Los muchachos de Machinea, varios de los cuales mandaron al archivo muchas de sus ideas que defendían con pasión cuando estaban en el llano, piensan que no se crece porque no vienen inversiones. Y que la estrategia consiste simplemente en presentar un escenario fiscal ordenado para atraer capitales. Pero los inversores de afuera piden algo más. Y también la gente que vota, consume, invierte y vive en el país. El problema reside en que no queda claro cuál es el proyecto que propone la Alianza. El equipo económico, extensible al resto del Gobierno, carece de una mística movilizadora sobre lo que quiere. Resulta difícil pensar que la austeridad fiscal pueda constituirse en el horizonte para conmover a una sociedad sometida a ajustes permanentes. Aunque no hay que descartar a esta altura que Machinea no tenga algo distinto que ofrecer atrapado por propia voluntad en una lógica fiscalista que no le deja mucho margen para hacer algo diferente a lo que está haciendo.
Además de la ausencia de un mensaje alentador para seducir consumidores e inversores, resulta una ingenuidad reiterar recetas que se ganan el apoyo verbal del establishment empresario y financiero pero no sus dólares. Lo que sucede es que algo ha cambiado en la Argentina y en el mundo en estos años en los cuales la convertibilidad ha sido la única herramienta de política económica que se ha aplicado. Y si no se comprende que el actual escenario no es el mismo que el de la dupla Menem-Cavallo, y que se necesita hacer otra cosa, el estancamiento que provoca un régimen cambiario rígido en un mundo flotante derivará en presiones cada vez mayores para una ruptura del 1 a 1. Los inversores en bonos quieren que la Argentina crezca para cobrar sin contratiempos. En caso contrario, se les presentará el fantasma de la cesación de pagos, el mismo que derribó el sistema cambiario de Rusia, en agosto de 1998, y posteriormente el de Brasil, en enero de 1999.
Vale la pena mencionar, entonces, algunos de los cambios que se han registrado en la dinámica de desarrollo de la economía argentina y mundial para comprender por qué lo que antes funcionó, al menos para crecer, ahora no.
Se acabaron las privatizaciones. Durante la gestión Cavallo fueron la principal fuente de ingresos de capitales, dólares que apuntalaron la convertibilidad. Incluso durante el período de Roque, aunque en menor intensidad, se liquidaron importantes empresas públicas.
Las multinacionales ya compraron todo lo que podían comprar de las grandes compañías en manos locales. Otra vía de entrada de capitales se ha secado.
El mercado de capitales es una especie en extinción. Sin nuevas empresas que salgan a cotizar, las importantes que quedan están listadasen Nueva York o en Madrid. Otra puerta de convocatoria de dinero caliente se ha cerrado.
La Argentina dejó de ser un polo de atracción para las inversiones pensadas para un mercado ampliado como el Mercosur. Brasil ocupó ese lugar después de devaluar su moneda.
También las devaluaciones en muchos países emergentes dejó a la economía argentina en una posición de competitividad muy débil.
Además, el retorno en dólares de inversiones productivas es mucho más bajo aquí que en otros países, puesto que instalar una planta requiere más dólares que el necesario en otros mercados que ajustaron sus monedas.
El negocio de financiar el consumo se ha reducido drásticamente debido al derrumbe de los ingresos de la población por la elevada desocupación y subocupación y por la deflación de salarios.
Y si todo eso fuera poco, la tasa de interés internacional trepó al 6,5 por ciento, de los niveles mínimos del 3,0 por ciento de la primera mitad de la década del 90.
La capacidad de pedir préstamos en la plaza financiera internacional, además, se ha reducido debido al crecimiento explosivo de la deuda. Entonces, con un nivel de endeudamiento elevado y una convertibilidad dependiente de capitales del exterior y con pérdida de competitividad que sumerge a la economía en estado vegetativo, la salida a esta crisis necesita de audacia y creatividad. Y si se quiere conservar la convertibilidad, como el Gobierno no se cansa de repetir, audacia significa atacar nichos de privilegio para bajar costos para mejorar la competitividad de la economía. Pero esos costos no son los salarios, como arremetió Machinea con los de los empleados públicos, actuando de espejo para el sector privado. Los costos a bajar para salir del pozo son los de los servicios públicos privatizados y los financieros. Recién a partir de esas medidas, que requieren un poco de insolencia al poder económico, habría espacio para esbozar una estrategia de crecimiento e integración social, en caso de que pudiera ser posible una dentro de la convertibilidad. |