HASTA
LAS ULTIMAS CONSECUENCIAS
Por
Roberto Cossa
|
Como cualquier otro ciudadano de este país un día me enteré
con indignación de que senadores de la Nación habían
sido sobornados. Al mismo tiempo me alegró saber que la Justicia
tomaba cartas en el asunto y que el Poder Ejecutivo demandaba una investigación
a fondo. Escuché al propio Presidente decir que se iba a llegar
hasta las últimas consecuencias.
Tomé al pie de la letra las palabras del doctor De la Rúa
y en un arrebato de conciencia cívica me decidí a colaborar
con las investigaciones.
¿Por dónde empezar? Elegí al azar una de las casas
que un senador se había hecho construir y que, se decía,
había costado un millón de pesos. Sospeché que detrás
de esa operación podía esconderse alguna irregularidad.
Averigüé la dirección de la empresa constructora y
hacia allí me dirigí. Era una mañana lluviosa y el
taxi me dejó frente a un rascacielos de vidrio en plena city. Subí
en un ascensor ultrasónico hasta el piso 22. Pedí hablar
con alguien responsable y me atendió el jefe de Relaciones Públicas,
un joven veinteañero vestido con un traje de 1500 dólares
que me hizo pasar a una oficina suntuosa. Me invitó a sentarme.
¿Su empresa construyó la casa del senador? le
pregunté.
Sí señor me respondió.
¿Costó realmente un millón de pesos?
Exactamente.
¿Me podría discriminar el costo de la obra? indagué.
Cómo no. Cien mil pesos de materiales... más los honorarios
de los arquitectos...
¿A cuánto ascienden esos honorarios?
Bueno... dos arquitectos... tres mil pesos por mes cada uno, durante
tres meses... más un plus por el control de las obras...
Unos cuarenta mil pesos de arquitectos. ¿Qué más?
El salario de treinta obreros a cinco pesos la hora durante tres
meses de jornadas de diez horas...
Eso da unos 90.000 pesos en total.
Bueno... vos sabés... se sinceró el joven ejecutivo,
la mitad eran bolivianos y paraguayos... Se les paga menos.
¿Digamos?
Unos 75.000 de mano de obra.
Todo estaba en regla. El joven pidió un par de whiskies y nos quedamos
charlando. Estábamos en confianza y le pregunté cuál
era su tarea.
Contestar preguntas me respondió.
¿Y cuánto te pagan?
Cinco mil pesos más un porcentaje de las ganancias a fin
de año.
Las cuentas daban bien. Pero no me podía quedar ahí.
¿Se habrán gastado realmente cien mil pesos en materiales?
En busca de la verdad, decidí hacer una visita a la empresa proveedora.
Un rato después estaba sentado en un mullido sillón de un
petit hotel del Barrio Norte frente a un muchachón que, impaciente,
miraba su Rolex de oro a cada instante. Se presentó como el gerente
de la empresa.
¿Ustedes fabrican materiales de construcción?
Bueno, no... Nosotros los vendemos.
¿Cuál es el trabajo?
Simple: recibimos el pedido de los arquitectos vía fax y
se los trasladamos al corralón.
¿Los materiales para la casa del senador costaron cien mil
pesos?
¿Los materiales propiamente dichos? Treinta mil y veinte
mil por el costo del traslado.
¿Ustedes se hacen cargo del traslado?
No. Contratamos a una empresa.
Quise seguir preguntando, pero el muchachón del Rolex se puso de
pie y dio por terminada la visita.
Salí a la calle y revisé los números. ¿Veinte
mil pesos por el traslado de los materiales? Había que llegar hasta
las últimas consecuencias, como lo pedía el Presidente.
Me tomé un remise y le di una dirección de Longchamps. El
auto me dejó frente a una playa de estacionamiento con camiones
que entraban y salían. Un grupo de hombres comía en cuclillas
alrededor de una olla humeante.
En ese instante una 4 x 4 ingresó raudamente y se detuvo. Una mujer
joven, enfundada en un tapado de piel de chinchilla, bajó taconeando.
Al verla, los hombres abandonaron la comida y comenzaron a reclamar: trabajo,
señorita trabajo, señorita. Sin volver
la cabeza, la mujer ingresó en una construcción sólida
que se alzaba al fondo del playón. La seguí. Me dijeron
que era la hija del dueño.
Cuando ingresé a la oficina, la mujer se estaba sacando el tapado
de chinchilla. Vestía un yoguin azul oscuro. Se sentó frente
a un amplio escritorio, arregló su melena con sus dedos cargados
de anillos y se dispuso a escucharme.
A usted le pagaron veinte mil pesos por el traslado de los materiales
para la casa del senador. ¿Me podría discriminar sus gastos?
Fueron tres días de trabajo. Usamos dos camiones con seis
peones. Cada peón cobra dos pesos la hora y trabajaron 12 horas
por día. Calcule: 6 peones a 24 pesos por día durante tres
días de trabajo. Más el combustible.
Algo así como 500 pesos calculé.
Un poco más.
La mujer se puso a comer un yogur sin convidarme. Me despedí y
le ordené al remise que me dejara en mi casa. Una vez frente a
mi escritorio desparramé los apuntes. Con una máquina de
calcular hice la suma una y otra vez. Las cuentas daban bien. No había
ni una sola irregularidad en la construcción de la casa del senador.
Ahora digo yo: ¿por qué no nos dejamos de joder con esto
de la corrupción en el Senado de la Nación?
A ver si por meternos hasta las últimas consecuencias con la vida
privada del pobre Cantarero vuelve el comunismo.
REP
|