Por
Horacio Cecchi
Había tantos árabes que el ex embajador en Portugal, Jorge
Turco Asís, pasó inadvertido. Ocurrió
ayer, durante la inauguración de la mayor mezquita porteña,
instalada en un monumental edificio levantado sobre un terreno de 34 mil
metros cuadrados donado a Arabia Saudita por el ex presidente Carlos Menem
durante su gestión. Concurrieron no menos de 700 invitados, muchos
de ellos ataviados con sus trajes típicos. Encabezaron la ceremonia
el príncipe heredero, vicepresidente del Consejo de Ministros y
jefe de la Guardia Nacional, Su Alteza Real Abdullah Ibn Abdul Aziz AlSaud,
y el nada más que presidente argentino, Fernando de la Rúa.
El público pasó del fastidio al éxtasis, momentos
coincidentes con la caótica organización musulmana y la
llegada del príncipe Abdullah, respectivamente. Pero el clímax
lo alcanzó cuando cruzó la amplia galería Carlos
Menem acompañado por Zulemita, vestida de negro y cubierta con
un velo del mismo color.
¡Yo primero, yo primero! gritaba una mujer de unos 60
años, engalanada de joyas, junto al portón principal de
acceso a la mezquita, sobre Intendente Bullrich 55. Una masa informe de
invitados especiales agitaba su tarjeta personal, tratando de ganar un
espacio frente a la muralla de policías que intentaba controlar
el ingreso, mientras desde adentro los encargados de la seguridad de la
mezquita analizaban en ceremonioso arábigo las credenciales, de
una en una. Eran las cuatro de la tarde, y aún faltaba una hora
y media para la llegada de Su Alteza Real.
S.A.R. no es el único beneficiario de extensos títulos.
Las costumbres árabes dieron pomposo nombre también a la
mezquita: Centro Cultural Islámico Custodio de las Dos Sagradas
Mezquitas Rey Fahd Ibn Abdul Aziz Al-Saud.
Por dentro, traspasando rejas y amplios jardines, la tensión no
era menor: a esa hora, las dos primeras filas, de veinte mullidos sillones
cada una, pasaron a ser el eje de una controversia sumergida. Estos
árabes ocuparon todos los primeros asientos y todavía falta
Cecilia Felgueras, los ministros. Parados no van a estar, se quejaba
un funcionario del protocolo, que hasta tuvo que batallar para que la
condición femenina de Felgueras no la dejara en segunda línea
(ver aparte).
Pero la vicejefa de Gobierno y el Presidente fueron los últimos
en llegar. Antes, cuando la sala ya estaba colmada, hizo su ingreso Carlos
Menem. Lo acompañaba Zulemita, que en esta ocasión, cumpliendo
con los preceptos islámicos, se ubicó en segunda línea,
junto a Alberto Kohan y Eduardo Menem. También hizo acto de presencia
Erman González. Al lado del ex secretario general de la Presidencia
se ubicó el secretario de Seguridad, Enrique Mathov. En la primera
línea, justo en el centro, el canciller Adalberto Rodríguez
Giavarini quedó perdido entre dos ghotras (la túnica rojiblanca
que cubre las cabezas árabes) con sus funcionarios debajo. Aplausos,
vítores, algún grito comprensible y murmuraciones islámicas
acompañaron a Menem hasta su asiento.
Después llegó S.A.R. Abdullah, quien recibió a De
la Rúa, acompañado por Felgueras, para ingresar los tres
juntos a escena. Abdullah saludó el aplauso del público.
El locutor oficial dio lectura a la lista de los principales funcionarios
presentes. Nombró a De la Rúa, nombró al príncipe
de los múltiples títulos y después tuvo un fallido:
Está también presente el ex vicepresidente Carlos
Menem. El lapsus fue corregido tras unos murmullos de desaprobación.
Después, el silencio avanzó por la sala. Comenzaba la lectura
del Corán. La voz islámica del orador fue interrumpida por
algún que otro celular y el handy de un remisero, en alto volumen:
Aquí Alejandra. ¿Me escucha? Lo tiene que pasar a
buscar ahora se oyó una voz femenina, insistente, supuestamente
desde una agencia de remises, mientras el remisero, que luchaba nerviosamente
por bajar elvolumen de su aparato, no lograba evitar que todas las cabezas
dejaran de mirar hacia La Meca para apuntar hacia su aparato.
Pasado el momento de oración, se iniciaron los discursos: párrafos
en árabe luego traducidos al español. Habló el presidente
de la comunidad islámica en Argentina, Mohammed El-Kadri. Luego
el arquitecto árabe Zuhair Fayez, que trabajó ad honorem
según aclaró el locutor. Lo siguió el ministro de
Asuntos Exteriores de Arabia Saudita. Los tres lo hicieron desde un púlpito
ubicado en el extremo izquierdo del frente de la sala, cubiertos por una
nube de cámaras y fotógrafos que superaron todas las barreras
medio-orientales.
Siguió el discurso del príncipe heredero Abdullah. El cierre
estuvo a cargo de De la Rúa, con un discurso de paz entre los pueblos.
La salida quedó situada en el otro extremo de los deseos principescos
y presidenciales: macetas caídas, flores en el piso, la extensa
alfombra roja totalmente desacomodada, cruzada por cables de cámaras
y micrófonos, quedaron como última imagen de la inauguración.
Apostillas musulmanas
De los 700
invitados, 250 formaban la comitiva del príncipe. Vestían
túnicas y thowb, besht y ghotras (atuendos que cubren sus cabezas,
sujetos por una cinta negra, equal). El canciller árabe perdió
su equal al pasar entre los tumultuosos medios de prensa.
Antes de ingresar al recinto,
el príncipe heredero le entregó al presidente argentino
el collar Abdul Aziz, fabricado en oro y zafiros, con
un valor de 700 mil dólares. De la Rúa entregó
la invaluable Orden del Libertador.
Cuatro árabes, con
sus vestimentas típicas, sirvieron té al príncipe,
al Presidente y a los funcionarios de la primera línea. Zulemita,
desde la segunda fila, pasó su mano por encima del hombro de
su padre, y tomó un vaso. Los vasos estaban contados: el último
príncipe se quedó sin té.
Cada vez que De la Rúa
mencionaba al rey o al príncipe, lo hacía abreviando
nombres y títulos. Rey Fahd, se lo oyó decir
en uno de sus párrafos. Rey Fahd Bin Abdul Aziz Al-Saud
guárdele Dios, tradujo el locutor islámico.
En su discurso, De la Rúa
recordó que la piedra basal de la mezquita la puso Carlos Menem.
En ese momento, el actual presidente, como senador, había votado
en contra de la cesión del terreno que hoy ocupa la sede islámica. |
El lugar de la vicejefa
La quiero enfrente mío, pidió
Fernando de la Rúa. Cecilia Felgueras, vicejefa de Gobierno
porteño en ejercicio por ausencia de Aníbal Ibarra,
estuvo, de hecho, sentada frente al Presidente. Con ella ocurrió
una situación peculiar. En el Islam, la mujer debe ir siempre
detrás del hombre. Tras tensas negociaciones protocolares en
arábigo español, Felgueras fue la única mujer
ubicada a la misma altura que príncipes y principales, una
línea delante que la ex primera dama, Zulemita, que jamás
habría osado desatender las órdenes del Corán.
Felgueras entró antes que el Presidente, pero salió
del recinto para ingresar junto a él. Ambos fueron recibidos
por el príncipe heredero. Intercambiaron unas palabras. De
la Rúa se animó a expresar su saludo en árabe
fonético. El príncipe le respondió en el mismo
idioma. Después, fuera del diálogo público de
mandatarios, y tras las firmas de convenios, los funcionarios protocolares
islámicos hicieron llegar una recomendación de Abdullah:
Por favor, que mañana (por hoy), la gobernadora vaya
en polleras a la entrega de las llaves de la ciudad. |
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