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Un presidente que, a veces, duda

La multimipremiada serie �The West Wing�, que aquí emite la señal Warner, ofrece una mirada crítica sobre la intimidad de la Casa Blanca.

Por Julián Gorodischer

t.gif (862 bytes)  Este presidente no es un líder de cartón, de esos a los que acostumbró tanto el cine estadounidense. No toma siempre las decisiones correctas, ni propone grandes epopeyas nacionales. Por momentos pide consejos hasta la exasperación sobre sus decisiones de Estado; otras veces es severamente autocrítico. Exige un indulto o lo rechaza guiado por el dictado de las encuestas y admite que a veces opera por conveniencia. A este funcionario -.el protagonista de “The West Wing”– es posible espiarlo en cada uno de sus actos privados: cuando se lava los dientes, en una confesión frente al cura, cuando dice: “He pecado”. Pocos bronces resistirían ese seguimiento permanente y él no es la excepción.
Tal vez por la carnadura que otorga Martin Sheen a su personaje, siempre dubitativo, nunca todopoderoso, “The West Wing” –que se emite los domingos a las 19, por el canal Warner– ganó nueve premios Emmy, entre ellos el de Mejor serie dramática, en la entrega de este año. Los norteamericanos la eligieron como su serie favorita, quizás porque no debe existir nada más tentador que colarse en los pasillos de una casa de gobierno. Alguna experiencia local (“El hombre”, con Oscar Martínez en el ‘99) creyó que para hablar de política en TV era necesario declarar principios morales permanentemente, involucrando a “La Patria” en cada discusión. En “The West Wing” no existe esa vocación declarativa.
Un altísimo funcionario, mano derecha del presidente, es un “fiestero”, que vuelve borracho al ala oeste por las mañanas y nunca disimula su deseo de olvidarse del trabajo para vivir su vida. El mismo líder de la Nación da o quita sus favores, en algunos casos, movido por la seducción que genera en él una rubia o una pelirroja, a quienes convence de iniciar sendas carreras políticas. Cuando pelea con su mujer, le fastidian realmente las pequeñas cosas de todos los días, esas miserias de la convivencia que este hombre tan pequeño como todos también padece. Y cuando eso sucede, no existe otra cosa que la incompatibilidad de caracteres, como si ningún destino patriótico pesara por encima de que le estén quitando su parte de la frazada cuando duerme.
El presidente de “The West Wing” es un sabio mediático con costumbres similares a las del vernáculo Mariano Grondona. Le apasionan las etimologías y siempre tiene a mano una cita de San Agustín para justificarse. Lo recuerda para no indultar a un condenado a muerte por asesinato de dos personas. Deja que la condena se cumpla y expone una larga lección sobre los principios que avalan su abstinencia. Pero la serie es siempre más lúcida que su héroe y no lo deja acartonarse: el gran hombre se quiebra, en privado, cuando asume que “el 70 por ciento de los estadounidenses apoyan la pena de muerte”.
La Casa Blanca de “The West Wing” es demasiado plural, casi como si fuera una torre de Babel que nos representara a todos. Pero, por suerte, la mirada es algo más que políticamente correcta: el rabino de un secretario de Estado está arreglado con otra línea interna para inducir acciones en su fiel. El negro es un vehemente defensor de la justicia por mano propia, que aplicaría sin dudar a quienes apalearon a su madre. El mismo presidente pone su cristianismo en segundo plano apenas amenaza con ahuyentarle votos. Un ministro judío apela a su sagrado descanso del “Shabat” sólo para que no lo molesten durante el fin de semana.
Después, claro, cautiva ese frágil límite entre realidad y ficción que la serie pone en relieve. Es cierto que no hay vocación por el verismo en el personaje de Sheen, pero sí hay citas a presidentes que existieron y la repro de la Casa Blanca es casi perfecta. Una vez, el “jefe” oficia de guía por los pasillos, las oficinas, el Salón Oval... Exhibe –¿irónico?– cada rincón del escenario preferido por las inquietudes sexuales de Bill Clinton. Sólo que su alter ego de “The West Wing” lo reserva sólo parareuniones de trabajo: aquí no hay ningún paralelo para Monica Lewinsky, tal vez porque la serie no se lleva bien con los guiños efectistas. La realidad, en materia de affaires sexuales, supera a la ficción, y –al menos en ese campo– este presidente podría recitar: “Dicen que soy aburrido”.

 

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