Por Diego Fischerman
Su primera visita tuvo que ver con el azar. O con la amistad. O con esos extraños golpes de la buena fortuna de los que, a veces, se es testigo. Cecilia Bartoli debía cantar en el Colón y su pianista acompañante se enfermó. Un amigo la sacó del apuro. El amigo se llama Jean-Yves Thibaudet, estrenó en Buenos Aires el dúo con la excepcional mezzosoprano (con la que después grabó un disco) y es señalado por el mercado como el máximo especialista actual en el repertorio francés para su instrumento. Como no podría ser de otra manera en un músico que aprovecha cada una de sus visitas a esta ciudad para ir a escuchar a Horacio Salgán y que ya registró discos con obras de Bill Evans y de Duke Ellington, Thibaudet rechaza los encasillamientos: �En este momento estoy muy interesado en Chopin y en acompañar cantantes�, asegura mientras acaba de salir a la venta en Europa su grabación del Concierto Nº 2 de Chopin junto al de Grieg (dirigidos por Valery Gergiev) y está por publicarse uno en el que toca junto a la soprano Renée Fleming.
Algunas de sus grabaciones (la obra para piano de Maurice Ravel, la de Claude Debussy, su participación en la Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen con la orquesta del Concertgebouw de Amsterdam conducida por Riccardo Chailly) son referencias inevitables en la materia. Y su concierto de hoy a la noche, en el Colón y para el ciclo de la Wagneriana, tendrá que ver un poco con cada uno de ellos. La primera parte estará dedicada por completo al segundo libro de Preludios de Debussy. En la segunda tocará Miroirs de Ravel y �Regard de l�église d�amour�, el último número de los geniales Vingt regards sur l�enfant Jésus de Messiaen. �Uno de los compositores más importantes del siglo; tanto como Stravinsky, Bartók, Debussy o Ravel�, opina Thibaudet acerca de este autor que construyó su obra alrededor de cuatro ejes: las rítmicas simétricas, un sentido del color poco frecuente, el misticismo cristiano y los cantos de los pájaros, que se dedicó a grabar durante toda su vida.�
Para este pianista �hay un toque para los autores franceses y uno para los alemanes. No se trata simplemente de tocar notas y leer ritmos sino de lograr las luces y sombras de cada estilo, de sentir que se ilumina la pieza que se está interpretando de la misma manera en que se ilumina un cuadro. Si la luz es la justa, la pintura va a poder ser apreciada. Si es demasiada o demasiado poca, no�. No cree en los repertorios olvidados. Piensa que mucha música que habitualmente no se toca, simplemente, no lo merece. �Hay mucha música y bastante de ella tiene valor pedagógico, a veces como ejercicios técnicos, pero difícilmente una obra que durante uno o dos siglos no se tocó delate un error. Sería raro que algo que no interesó a nadie durante tanto tiempo pudiera competir con Chopin, con Mozart, con Liszt o con Debussy.�
Thibaudet tiene otros enemigos. El primero de ellos, a pesar de que ya grabó dos, son las integrales. �Esa es una necesidad de la industria, que necesita tener todo Beethoven junto. Para los disqueros es más fácil porque saben dónde ubicar el disco. Pero con el arte eso no tiene nada que ver. En la obra completa de Beethoven, de Mozart, de cualquiera, hay composiciones flojas. Composiciones que yo no tendría ganas de ponerme a estudiar bien. ¿Por qué no tocar, en vez de todo lo que hay, sólo lo que a uno le gusta, lo que da placer, lo que tiene algún valor? Debussy y Ravel son excepciones, de todas maneras, porque la obra de ambos es breve, muy concentrada, y allí no hay obras flojas�, dijo a Página/12. El otro enemigo son los conciertos y discos temáticos. �¿Qué tiene que ver que dos obras se llamen �La Tempestad� o que hagan referencia al amor o a la locura o a lo que sea si no casan musicalmente entre sí? Esa es otra de las manías en las que está entrando el mercado de la música clásica. Podrá ser más o menos divertido, pero no tiene nada interesante o revelador. Apenas un truco de venta.�
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