RESISTENCIAS
Por Juan Gelman
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El 24 de abril de 1976 un grupo de pescadores encontró en el balneario
La Esmeralda Rocha, Uruguay el cuerpo inanimado de un hombre.
Había transcurrido exactamente un mes desde el golpe de Estado
que asestaron los militares argentinos y los vuelos de la muerte ya estaban
en función. El desconocido pertenecía a la raza blanca,
pero los médicos forenses que examinaron sus restos decretaron
que era asiático. Así dieron base a la versión de
la dictadura cívico-militar uruguaya: se trataría de un
coreano víctima de alguna pelea a bordo de un buque de esa bandera.
La policía técnica de Montevideo cortó y se llevó
las falanges de los dedos de ambas manos, obviamente para que nadie
pudiera tomarle las huellas digitales, recuerda el periodista oriental
Andrés Capelán.
No fue el único coreano que encalló en las playas
de Rocha se hallaron otros doce por entonces, o en el limo
del puerto de Montevideo, con los traumatismos múltiples y el estallido
del cráneo característicos de quien es arrojado al vacío
desde una gran altura, pero esos despojos corrieron un destino particular:
Mario Bobadilla, encargado del cementerio de Castillos donde fueron depositados
bajo la placa de un NN más, los ocultó prolijamente durante
mucho tiempo en un lugar de la necrópolis sólo conocido
por él. Tenía un sentimiento especial por ese cuerpo,
reveló al diario uruguayo La República tras romper el silencio
que guardó casi un cuarto de siglo.
El coreano no fue a parar al osario común, como es
de práctica con los restos NN a los cinco años de su entierro.
Se transcribe a continuación un tramo de la entrevista que Bobadilla
concedió a La República el domingo pasado:
L.R.: ¿En qué año se hizo la reducción
de esos restos?
M.B.: En 1993. Estaba en un nicho municipal y luego de la reducción
lo pasé al osario. Ahí empezaron otras investigaciones y
cosas y ahí fue cuando yo lo escondí.
¿Por qué?
Por precaución. Era un poco celoso con ese cuerpo o más
bien yo me sentía responsable de él.
Usted no lo consideró sólo un montón de huesos.
No, porque era un ser humano. Detrás de él podría
estar una madre, un padre, un hijo o un hermano sufriendo y eso era lo
que me llevaba a tener tanto celo con eso (...).
¿Cómo vivió personalmente esos años (de la
dictadura)?
Yo qué sé, trataba de cumplir con mis funciones sin interesar
quién fuera el gobernante. Ahora, yo no sé cómo explicar,
me sentiría orgulloso de que se llegara a buen fin y que hoy o
mañana (yo) llegara a conocer a los familiares.
Cuando limpiaba el cementerio, Bobadilla solía recoger alguna flor
caída para depositarla sobre su NN.
El doctor Alejandro Incháurregui, miembro del Equipo Argentino
de Antropología Forense, narra historias similares registradas
en nuestro país. El 11 de junio de 1976 de madrugada, el sereno
de un camping de SMATA instalado en Cañuelas vio una hoguera en
el descampado de enfrente. Se acercó: seis cuerpos de secuestrados-desaparecidos,
asesinados de dos tiros en la cabeza, ardían rociados con nafta.
Sólo dos cadáveres escaparon a la calcinación total
y uno de ellos era el de una mujer cuyo embarazo había llegado
a término. Su bebé nació al fallecer la madre y pasó
de la vida a la muerte en un instante. El director del cementerio ordenó
que lo enterraran en el sector de los angelitos, pero un sepulturero
no le obedeció: acomodó los restos del recién nacido
a la altura del vientre de su madre y juntos pasaron cinco años
antes de confundirse en el osario común.
El 14 de octubre de 1976, de madrugada siempre, un grupo de genocidas
lanzó a las aguas del Canal San Fernando ocho tambores de 200 litros.
Estaban rellenos de cal viva y arena y contenían los cuerpos de
otros tantos prisioneros de Automotores Orletti. Los enterraron como NN
en el cementerio de San Fernando y sus despojos tampoco pasaron al osario
común: los sepultureros, impresionados porque uno de los asesinados
era una mujer embarazada a término con dos balazos en el abdomen,
consideraron que algún día van a venir a buscarlos.
Así ocurrió: 13 años después señalaron
con precisión a los antropólogos forenses el sitio donde
se encontraban esos restos. Entonces recuperé a mi hijo de esa
segunda muerte que es la desaparición del cadáver.
No se trata de actos escatológicos, ni de necrofilia: objetivamente
fueron gestos callados de resistencia a la dictadura militar. No conozco
la ideología ni el credo político de esos trabajadores,
pero sé que tales hechos hablan de la relación debida entre
vivos y muertos, de una voluntad humana de reinstalar en la cultura, en
la historia y en su historia a nuestros desaparecidos. Son rituales de
civilización que vienen del fondo de los tiempos y que los genocidas
argentinos, tan cristianos y occidentales ellos, se empeñaron y
aún se empeñan en aplastar.
REP
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