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OPINION

Amarás a tus enemigos

Por Alfredo Grieco y Bavio

Occidente busca en la derrota electoral la humillación del líder serbio Slobodan Milosevic. Confía en que una sola jornada electoral pueda contra el presidente de Yugoslavia lo que no consiguieron 78 días de bombas de la OTAN. La prensa, con la misma terquedad que puso en 1999 en difundir las escenas –calificadas como “bíblicas”– de la depuración étnica de los albaneses en la provincia de Kosovo, celebra desde el domingo la marea de fervor que despertó, sobre todo en Belgrado y otros centros urbanos serbios, el triunfo del profesor nacionalista Vojislav Kostunica. Antes de que se emitiera un solo voto, ya sabía: 1) que Milosevic había sido vencido y 2) que iba a hacer fraude, y en gran escala. Por supuesto, en líneas generales era cierto. Pero en la anticipación, compartida desde el Departamento de Estado norteamericano hasta la Cancillería alemana, se restaba legitimidad a esas mismas elecciones cuyo resultado iba a ser exaltado como decisivo para el futuro de los Balcanes.
Con independencia de las cantidades relativas de votos que favorecieran a Milosevic, y de los procedimientos más o menos violentos empleados para forzar muchos de esos sufragios, existe un electorado para el cual era –sigue siendo– significativo votar por los partidos socialista y comunista tradicionales. Es precisamente en el plano político en el cual, paradójicamente, Milosevic conserva aún mayor poder, con prescindencia de la también anticipada victoria de Kostunica en el ballottage de octubre. Constitucionalmente, el mandato de Milosevic termina recién en julio de 2001. El futuro de Montenegro es otra incógnita. Esta república, que junto con la de Serbia es todo lo que queda de la Yugoslavia del mariscal Tito, vive en una secesión de facto. Su presidente, Milo Djukanovic, llamó a la abstención en las elecciones. Los montenegrinos la respetaron, y dieron así a comunistas y socialistas la mayoría en el Parlamento. Las dos cámaras federales concentran más poder que el presidente, que ni siquiera tiene a su cargo el mando supremo de las fuerzas armadas. Los dos partidos oficialistas también conservan en sus manos el aparato del Estado. Recién el año que viene son las elecciones en Serbia, cuya autonomía es enorme respecto del Estado federal. Ante esta perspectiva, la única salida viable para los casi 20 partidos de la coalición opositora, unidos por lazos inestables, parece algún compromiso de transición con el socialismo y comunismo que gobernaron Yugoslavia en el último medio siglo.

 

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