Por
Verónica Abdala
La vamos a filmar con mucha calidad, con gran sensualidad, pero
con elegancia, le advirtió el director Carlos Hugo Christensen
a la actriz Mecha Ortiz, que dudaba en aceptar el papel de Selva en Safo.
Historia de una pasión, de Alphonse Daudet. Si no querés
aclaró, la película no se hace. Sin Mecha Ortiz
no hay Safo. Ella leyó el guión, dudó unos
minutos (algunas tomas eran definitivamente arriesgadas), paseó
la mirada por los rincones de la habitación, se llevó una
uña a la boca, se mordisqueó los labios. Y finalmente dijo:
Está bien, confío en vos... Y en Dios. Porque si esto
sale mal, vamos todos presos. Se podría decir que ese diálogo
marca el inicio de la historia del cine erótico en la Argentina.
La película, que se estrenó en setiembre de 1943 en el cine
Broadway, con Ortiz y Roberto Escalada en los roles protagónicos,
inauguró el género y acarreó, previsiblemente, el
escándalo. En poco tiempo se convirtió en un éxito
de taquilla: todos querían ver esas comentadas escenas de alcoba
que, aunque mostraban muy poco, sugerían situaciones dos
cigarrillos encendidos en la oscuridad, por ejemplo, operaban como la
prueba de la pasión consumada que hasta entonces no se acostumbraban
a exhibir en la pantalla.
Escenas de ese film uno de los primeros que cargó con la
calificación de prohibida para menores de 16 años
dan inicio a El erotismo. Seducción en blanco y negro,
una de las emisiones dedicadas a la historia del cine nacional que Canal
á emitirá en octubre, en su ciclo Historias del cine
argentino (lunes 11, 16.30 y 22.30; viernes 24 y domingo 25, 21.30).
El erotismo... se verá el lunes 16, mientras que luego
se proyectarán capítulos dedicados a El melodrama
(2/10), El sainete y el conventillo (9/10), El cine
musical (23/10) y El tango (30/10).
El de los 40 y los 50 era un erotismo femenino, sutil, asociado
a la seducción, las palabras y las expresiones. Para nada agresivo,
opina Soledad Silveyra, entrevistada en el programa. En pantalla desfilan
algunas de las escenas que calaron hondo en la memoria de los espectadores
de mediados de siglo: como en aquella escena de Cinema Paradiso, se suceden
los besos de Hilda Thamar y Enrique Serrano en Adán y la serpiente
(1945), Thamar e Ignacio de Soroa en Novio, marido y amante (1947), Olga
Zubarry y Roberto Escalada en Los pulpos (1947), Laura Hidalgo y Jorge
Rivier en Las campanas de Teresa (1957). Las divas de aquella época
dejan ver parte de su exuberante anatomía sin descuidar jamás
la expresión de la mirada y la delicadeza de los movimientos. Hidalgo
seduce con un rostro anguloso, una cintura avispada y un busto prominente.
La figura de Nelly Panizza se amolda al prototipo de las divas italianas
de la época. Virginia Luque luce una larga melena negra y Olga
Zubarry desnuda su espalda segundos antes de suicidarse de un tiro en
la sien, en El ángel desnudo, de 1946, la primera película
argentina que participó en el Festival Internacional de Cannes.
Pocos años después desembarcaría Isabel Sarli de
la mano de Armando Bo, una aparición que significó un punto
de inflexión en la tradición del cine erótico vernáculo.
En 1955, Sarli ganó el concurso de Miss Argentina. Bo, entretanto,
comenzaba a tramar los argumentos de esas historias con las que pretendía
ponerse a la altura del cine mundial, imaginando las curvas
descubiertas y agigantadas de la Sarli como la carnada perfecta para arrastrar
a miles de hombres hasta las salas de proyección. Como había
hecho Christensen varios años antes, Bo recurrió al viejo
artilugio de prometerle el máximo cuidado de las tomas y la óptima
calidad de lo que sería el producto final. Sarli relató
años más tarde: Confié en Armando, y me desnudé,
pensando que la cámara, que se encontraba a una prudente distancia,
no llegaría a tomarme en primer plano. El trueno entre las
hojas se estrenó en 1958 y causó un esperable revuelo. Por
supuesto que en ese revuelo nadie habló del libro de Augusto Roa
Bastos en que se inspiraba el guión.
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