Por
Cecilia Hopkins
A caballo entre Córdoba y Buenos Aires, el director Paco Giménez
mantiene desde hace casi una década dos grupos en actividad: La
Cochera y La Noche en Vela. Junto a este último elenco, formado
por doce actores, acaba de estrenar Ganado en pie, espectáculo
creado a partir de la lectura grupal de Muerte y resurrección del
Martín Fierro, ensayo que Ezequiel Martínez Estrada escribió
en 1948. Esta es la segunda obra que el director cordobés estrena
inspirándose en la prosa del santafesino: la anterior fue Ludibrio
y Eutrapelia, estrenada hace cinco años, sobre Radiografía
de la pampa. En su obra ensayística, Martínez Estrada intentó
desde los años 30 efectuar un diagnóstico de la sociedad
argentina, pero recibió el rechazo casi unánime de los círculos
intelectuales de la época. Recién veinte años después,
en los hacedores de la revista Contorno tuvo lectores más benevolentes.
David Viñas, entre ellos, reconoció que las denuncias del
autor tuvieron la virtud de captar el incesante fluir de la historia,
en su intento por integrar lo demoníaco y lo angélico
del ser nacional. Su estilo retórico y tremendista su técnica
de púlpito, según acotó Ismael Viñas
parecía un grito desesperado de advertencia, para terminar con
la pretensión de concebir a la Argentina como una alegoría
de un futuro optimista y fácil.
El contenido fuertemente polémico y contrastante de sus escritos
fue, precisamente, lo que volvió a tentar a Giménez, quien
dio carta blanca a sus actores para que construyeran materiales alusivos,
pensando en concretar un montaje. El resultado es un trenzado pasional
de una gran variedad de cuadros en los que están presentes personajes
y situaciones que pueden tomarse como emblemáticas de un tiempo
fundante de la argentinidad, pero desde el cruce festivo, sin ninguna
pretensión de análisis. Aunque, claro, existe una toma de
posición básica, por la cual gauchos y paisanos están
presentados desde la simpatía y la complicidad, mientras que las
ironías o parodias se dirigen contra los personajes asimilables
a los poderes, extranjeros o militares. Por momentos, vestuarios, músicas
y objetos se combinan de un modo lúcido y sorprendente, pero en
otros se instala una obviedad descriptiva que se vuelve en contra del
conjunto.
Giménez y su grupo se proponen una excursión por la imaginería
presente en las páginas de Martínez Estrada y el Martín
Fierro, entre otros materiales, pero siempre cuidándose de no internarse
demasiado en ninguna cuestión. El director esboza una imagen o
situación y apenas cuaja parece pegar un tirón de riendas
para que otro cuadro las suplante. En medio de escenas muy breves, sin
embargo, otras permiten un desarrollo mayor a sus protagonistas. Entre
ellas, la de la prostituta criolla que recita los versos sobre la muerte
del negro a manos de Fierro, en el bailongo, y la gringa que se desespera
por encontrar al auténtico habitante de las pampas. Distribuido
entre varios actores, la figura del gaucho está presente en las
más disímiles versiones, desde el ser pacífico y
hogareño que fue antes de sufrir la leva que lo manda al desierto,
hasta la imagen de su propia extinción, acostado en un féretro
y cubierto de sal gruesa, como para el charqui.
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