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Las últimas postales de
un Pekín que desaparece

Aníbal Ibarra se internó en el hutongs de Pekín, la zona pobre que por poco tiempo sobrevive al avance capitalista.

Todo provoca asombro en las calles estrechas donde los patos esperan para ser laqueados. 
Una zona donde el menú tiene precios de centavos y la limpieza no es prioridad.


Por S. M.
Desde Beijing, China

t.gif (862 bytes) Los chinos miraban como miran los chinos, con ojos inescrutables. A veces reían, otras se sorprendían ante la presencia de un grupo de occidentales que se metieron en los barrios abigarrados de trabajadores, barrios ancestrales en peligro de extinción inminente. Aníbal Ibarra y su comitiva, impulsado por los periodistas que cubren la gira �este cronista entre otros�, se internaron en el hutongs de Beijing, una serie de laberintos de material que serpentea detrás de los monumentales edificios de las avenidas, muestra de desarrollo, crecimiento y dinero del capitalismo, a escasos metros. Mejor dicho, a escasos pasos. Siguiendo los consejos intencionados, el jefe de Gobierno se lanzó a las calles internas de Beijing, tras romper el protocolo que por la tarde lo llevaría a la Gran Muralla y, luego, a cenar en el corazón del Palacio de Verano de los últimos emperadores.
Nueve occidentales caminaban por las callejas estrechas, tanto que extendiendo los brazos se tocaban con facilidad ambas paredes. Pequeños comederos donde el menú tiene precios de centavos y la limpieza no es prioridad, peluquerías de tres metros cuadrados en las que, antes del corte, las coiffeurs hacen masajes en el cuello a la concurrencia masculina, patos muertos colgados, para macerarse con el aire, listos para ser laqueados, carros llenos de carbón que traban los giros, autos que se aventuran a quedar varados y chinos, muchos chinos, vestidos de todas las formas, atraviesan las callejas formadas por paredones grises, desde donde se asoman los zaguanes que dan a patios internos que estallan como racimos para dar lugar a puertas de las casitas, mínimas, donde vive la población.
Va a durar poco. Ya los están demoliendo y mudando a sus integrantes a modernos edificios en otra parte de la ciudad. Los hutongs se van. Resistieron durante siglos, como todo en China, pero les llegó su hora.
Volviendo sobre sus pasos, Ibarra y sus acompañantes presenciaron cómo, en pocos metros, cambia el paisaje: la China profunda a un lado, la China capitalista conducida por un puñado de hombres que toman todas (todas) las decisiones, de otro, a veinte metros.
Al mediodía, la Gran Muralla. Cinco mil kilómetros de pared de roca construida durante 2000 años. El primer emperador la comenzó en el 200 antes de Cristo. El último, hace doscientos años puso la última piedra. En el medio, destrucciones, reconstrucciones, invasiones de los mongoles y los unos, y contingentes de 100.000 hombres que cada tres meses eran repuestos, los que quedaban de ellos, para seguir construyendo una de las grandes maravillas del mundo.
Los chinos no tienen paciencia. La globalización los ha cambiado y perdieron esa característica que los hizo más famosos. No tienen paciencia, menos aún cuando deben ajustarse al protocolo. Las delegaciones de alcaldes debían partir y fueron literalmente arreados a las combis para llegar a la próxima cita, el Palacio de Verano. 
Los hombres que conducen este país son de soluciones rápidas. Ya que no se admiten retrasos, ya que ellos son poderosos, todas las autopistas de la ciudad y la larga que conduce por 70 kilómetros a la Gran Muralla, fueron cortadas para que pase la larga caravana de camionetas que llevó a los alcaldes y sus comitivas. Imagínese el lector que, para favorecer los traslados de una visita, las autoridades argentinas cortasen la 9 de Julio, las autopistas internas de la ciudad, y la Panamericana hasta Zárate en hora pico. Pues bien, los chinos lo hicieron ayer, seguramente lo han hecho antes y no hay dudas de que lo harán cuantas veces consideren que un huésped debe llegar a horario, según fija el protocolo.
La comitiva llegó a horario al Palacio de Verano, obviamente. Un lugar con palacios diseminados en 290 hectáreas, con lago propio que ocupa el 70por ciento de esa superficie, con embarcaciones para trasladar a las visitas a los templos budistas. Una exageración. Una exquisitez. Un capricho imperial (otro más).
Cuando todo terminó, la cena, el show de magia, equilibristas, música y baile, en segundos los huéspedes estaban nuevamente en sus combis. Todo el trazado urbano hasta el Hotel Beijing, en el centro de la ciudad, estaba tomado por uniformados. Una vez más, la comitiva llegó a tiempo. Pero esta vez, no era hora pico.

 

FINAL ANUNCIADO PARA LA CUMBRE DE GRANDES CIUDADES
De cómo afianzar las relaciones

Por S. M.
Desde Beijing, China

La sexta Cumbre de Grandes Ciudades del Mundo cerró ayer con el sabor amargo que dejan estas citas: una declaración final, un tanto chirle, con generalidades y eufemismos enunciados en dos carillas. Pero pocos se quejaron, ya que el encuentro les sirvió a los 27 alcaldes presentes para sentarse a negociar y acelerar procesos de integración. Rosquear, le llaman en política, una gimnasia que, bien realizada, de vez en cuando trae beneficios para los ciudadanos.
Dejando de lado los formalismos, en esta cumbre surgieron una serie de temas comunes a las ciudades presentes, independientemente de la diferencia de desarrollo de cada una de ellas. Por ejemplo, ricos o pobres, tecnificados o no, todos plantearon el problema universal del reciclaje de los residuos. 
Otro asunto que surgió �Ibarra lo trató especialmente en su discurso, tal como los intendentes de Madrid y Lisboa� fue la necesidad de modernización de las metrópolis para no quedarse afuera del tren de la globalización.
El hecho de que dentro de 10 años las dos terceras partes de la humanidad viva en las ciudades o en sus alrededores �el fenómeno de despoblamiento rural� hizo que el crecimiento y expansión de las urbes fuese, también, un asunto a tratar.
Los temas fueron expuestos, pero no surgieron �ni nadie lo esperaba� soluciones. El alcalde de Kuala Lumpur fue al grano, y pidió que, desde la próxima cumbre, se trate un tema por encuentro, sobre el que se puedan sacar conclusiones y aportar alguna solución, o un principio de ella, aunque más no sea.
Pero a Ibarra no le fue mal. Además de las gestiones para obtener distintas sedes de eventos universales y de la posibilidad de inversión de la Fira de Barcelona en Buenos Aires, el jefe de Gobierno porteño estrechó una relación más que cercana con los jerarcas de Beijing, y revitalizó una serie de convenios que existían pero estaban vegetando con esta capital, con París, con México DF y Lima. Ayer, acordó con los representantes de cada una de estas capitales la realización de comisiones bilaterales mixtas, que se reunirán en los próximos meses.

 

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