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�PEDI EL PARAISO�, POR EL GRUPO TEATRAL CARACU
Don Segundo Sombra está vivo

Una versión para chicos de uno de los clásicos de la literatura gauchesca se presenta todos los domingos en el Parque Avellaneda, en Floresta, a cargo de un grupo de teatro callejero a la gorra.

 Por Inés Tenewicki

t.gif (862 bytes) �Ibamos a vivir en el hilo de un relato�, versa Ricardo Güiraldes en su obra Don Segundo Sombra, cuando se dispone a darle voz al gaucho que relatará la historia de Miseria. Exactamente en el hilo de un relato es como se sienten los espectadores de Pedí el Paraíso, del grupo Caracú, sentados en las verdes butacas del Parque Avellaneda para disfrutar de uno de los pasajes más representativos de la literatura gauchesca. Basado en el libro de Güiraldes, este grupo de teatro callejero adapta y dramatiza el capítulo XXI que dio por nombre al espectáculo. La obra está ambientada en un paisaje gauchesco, con un rancho que resulta ser una herrería; el cielo y el infierno apostados de costado y la gobernación completando la escenografía. De esta manera, el público queda en el centro de estos cuatro frentes que comprenden una extensión de aproximadamente 20 metros, y no es casual. Parece que este tipo de teatro apuesta a un acercamiento entre los actores, el público y la obra de una manera acogedora. Cerca de doscientas personas se arriman entre mates y bizcochitos �al mejor estilo campero� a disfrutar una obra que sabe qué decir y cómo hacerlo.
Dios se pasea en zancos junto a San Pedro y una mula en busca de una herrería. Dan así con Miseria, el herrero que resuelve solucionar el problema con lo único que tiene: una argolla de plata. Por no haberles cobrado el arreglo de la herradura, Dios y San Pedro deciden concederle tres deseos. Este es el comienzo de una historia conocida: la del hombre que le vende su alma al diablo.
En el gran escenario que es el Parque Avellaneda, donde se ha generado una movida cultural importante �responsabilidad de los vecinos y el Gobierno de la Ciudad�, todos los domingos a la tardecita, siempre que el sol acompañe, se desarrolla esta obra. Cuenta con enormes y vistosos muñecos, bombas de humo y estruendo, canciones al mejor estilo murga que levantan a los niños del suelo y los invita a participar. Estos son algunos de los recursos a los que apela esta obra callejera. Y debe entenderse esta característica como una opción estética y no una alternativa económica, poniendo el acento en un tratamiento especial de la palabra, apostando a la energía del actor que dice mucho en pocas palabras sin desvirtuar el texto original. Se transmite claramente el sentido de éste, pero de una manera afable y directa, que no sólo llega a los espectadores sino que también los participa. De esto se trata: de atrapar al simple visitante en la red de un espectáculo que le pedirá no solamente que abra sus ojos sino que comprometa también su cuerpo en la historia y se convierta así en protagonista. Una propuesta arriesgada y seductora, alcanzada exitosamente. Hay que ver sino como los chicos festejan junto a Miseria los veinte años de juerga que el Diablo le ha concedido a cambio de su alma, entre cantos murgueros y trencitos que se abren paso entre la gente. O como en otro de los pasajes en el que Miseria, al ser rechazado en el Cielo y el Infierno, pregunta si alguien se lo quiere llevar a su casa y más de un chico levanta su mano y asiente con la cabeza. 
Esa distancia que se acorta entre los actores y el público tiene su correlato también en el lenguaje. Es valorable cómo este grupo recupera un clásico como Don Segundo Sombra, escrito hace más de setenta años y que sigue vigente en su temática, pero que difícilmente es abordado fuera del ámbito escolar. Caracú actualiza esta obra fundamental, dándole un giro al lenguaje con un modo coloquial que permite un acceso rápido y divertido, mostrando la actualidad de su contenido: �Al lado del poder la miseria se ha instaurado� dice sobre el final. Así la tarde se pone y el público, lentamente, se va pensando.

 

 

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