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Por Mario Wainfeld

El producto y el envase 

La encuesta recaló en los principales despachos de la Rosada. Fue realizada por una de las principales consultoras de la Alianza y tiene al menos dos datos que hacen sudar frío a los primeros niveles del Gobierno: un 33 por ciento de los entrevistados dice que se quiere ir de la Argentina y un 50 por ciento de los que tienen trabajo confiesa tener miedo de perderlo.
Es claro que para contestar las preguntas respectivas los entrevistados hablaron de lo que más conocen, de lo que no miran por TV: de sí mismos y de sus circunstancias. Aplicando la cazurra sapiencia de poner las barbas en remojo cuando ven tusar las de tantos vecinos.
Con involuntario �pero para nada casual ni fortuito� simbolismo, los días en que ese sondeo ocupó los escritorios y las mentes de varios inquilinos del poder, el llamado grupo sushi, la usina de un modo de comunicar (esto es, de hacer política) del Gobierno vivió sus peores momentos. Ramiro Agulla, el cerebro de la estrategia comunicacional de Fernando de la Rúa, dio un voluntario paso al costado. Y Darío Lopérfido debió dejar la relación con los periodistas en manos de Ricardo Ostuni.
Todos los dirigentes políticos, con los gobernantes a la cabeza, son emisores de mensajes. La tentación de manejar el poder jugueteando con imágenes, slogans, iconos, franeleando al inconsciente de los gobernados se remonta al comienzo de los tiempos, pero tuvo en el siglo pasado sus momentos de clímax.
Esa tentación se exacerba durante las campañas electorales, burbujas de excitación mediática. La triunfal campaña de la Alianza contra el menemismo fue el momento de mayor gloria de los sushi. El problema, por decirlo de algún modo, es que ganar una campaña presidencial obliga a los triunfadores a cambiar de pantalla y gobernar. Instancia en la que se pueden arrojar fuegos artificiales pero en la que �guste o no� se es juzgado por otros datos, entre ellos los que se mencionaban en la encuesta mentada al principio de esta columna.
El punto cúlmine de la crónica del grupo Sushi fue el spot en que De la Rúa asumía ser aburrido y (como Robespierre con los sans culottes, como Evita con los descamisados pero sin cafeína) se valía de la descalificación del adversario para potenciarse. La leyenda añade que esa decisión fue muy controvertida por el actual ministro de Infraestructura Nicolás Gallo, quien riñó con el hijo presidencial, Antonio, y le profetizó que �si se hacía el aviso� sería el fin de la carrera política del candidato. No ocurrió así, claro, y eso demuestra que el apocalíptico anuncio de Gallo (típico de la excitación y el hervor que una campaña implica) era equivocado. Ese dato evidente, aunado a una victoria táctica, pudo inducir a los jóvenes asesores a una conclusión aventurada: que el triunfo de la Alianza se produjo por el susodicho spot o, dicho más genéricamente, por sus servicios. Inferencia halagadora de algunos egos (y de algunos bolsillos) pero desmesurada. La Alianza venía ganando las elecciones desde 1997, por ser una buena oferta electoral pero, ante todo, por el agotamiento del peronismo gobernante que a fines del �99 estaba en caída libre y con la derrota casi sellada. No fue, esencialmente, un impromptu de creatividad publicitaria lo que llevó a De la Rúa al poder, sino la construcción de la Alianza y el fin del ciclo menemista. No el packaging electoral sino la política.
Las elecciones en los sistemas políticos estables, básicamente, las ganan o pierden los oficialismos. No hace falta viajar en el tiempo. Si la perspectiva de que el peronismo regrese a la Rosada en el 2003 ha crecido desmesuradamente desde diciembre del año pasado, no es consecuencia de alguna proeza de sus dirigentes sino de la pobre gestión de la Alianza. No para comunicar los logros de su gobierno sino para gobernar, tout court. 

Tango 01 Feroz 

Vender ilusiones es un cometido �harto� más sencillo que saciarlas. Es fácil proponer en una �tormenta de ideas� que debe venderse el Tango 01. Llamar a licitación, conseguir un precio sensato, asegurar modos razonables y cómodos para que se desplace el Presidente es más peliagudo. Y la seducción lograda en la primavera de campaña es un búmeran si el avión no se vende, si andando el tiempo el Presidente monta en él, por añadidura llevando a su hija y a su yerno.
El último spot urdido por Agulla fue aquel en que De la Rúa anunciaba el recorte salarial. El grupo sushi producía por entonces otro mensaje: el noviazgo de Antonio con Shakira. Fieles a sí mismos, los sushi sondearon entonces la aceptación del romance (tal vez con la misma encuestadora que se menciona más arriba) y les dio bien. Lo que pasa es que el tiempo cambia las percepciones, la malaria agota la paciencia colectiva y lo que ayer cayó bien generando tolerancia o incluso pseudoidentificaciones, se transforma en bronca o resentimiento. La historia es mejor espejo que las encuestas, al fin y al cabo a la familia De la Rúa le viene pasando (más rápido) lo que les aconteció a los Menem.
La concepción lúdica o frívola (elija el lector) de la comunicación pública de la que Agulla era abanderado servía para un cuarto de hora que ya pasó. Seguramente fue hermoso mientras duró, pero devino disfuncional. No bastaba con elogiar al Presidente sin intentar aderezar sus alabanzas con algún granito de discurso político. 
Seducir a un electorado ávido por ser seducido es una cosa. Manejar el poder careciendo de experiencia previa sin ser un aprendiz de brujo, es muy otra. Que lo diga, si no, otro sushi en desgracia, Román Albornoz, quien del manejo de imagen del candidato derivó �en una jugada más frívola que lúdica� a la SIDE, de la que salió eyectado por urdir operaciones de prensa contra el ala �progre� del Gobierno tal como señala, on the record, el ministro del Interior en las páginas 4 y 5 de este mismo diario. 

Un Corach ahí, por favor

Comunicar desde el Gobierno es una tarea ardua, que exige muchos registros, todos ellos requirentes de alta complejidad y profesionalidad. La mirada de Agulla (que alguna vez entró a una reunión de gabinete y se quejó por la poca �onda� de los ministros) era perspicaz para alguno de ellos. Por caso, para registrar que la imagen y el modo del ministro de Economía no convocan a la euforia, a creer en el fin de la recesión. 
Pero un gobierno además de mensajeros con carisma necesita gladiadores mediáticos en el día a día, para hacer conocer lo bueno, pero también para bancar lo dudoso y hasta para defender lo indefendible. El menemismo manejaba fenomenalmente ese arte. Eduardo Menem trataba de transformar en racionales los arrebatos de su hermano, Jorge Yoma (él mismo lo dijo alguna vez) era un experto en defender causas perdidas. Y Carlos Corach plasmó un género propio: la conferencia de prensa de parado en la puerta de su casa haciendo de pararrayos de todas las preguntas y las broncas. �¿Quién va a ser el Corach de nuestro gobierno�, se preguntaba, mitad chanceando y mitad no, Carlos �Chacho� Alvarez durante la campaña electoral. La respuesta fue curiosa: él mismo, sí que en otras circunstancias y con otros modos fue el principal espadachín mediático oficialista. Casi el único. El mejor defensor de las medidas de la Alianza, aún las más indigeribles.
Pero de ese género ha ido derivando a otro, aún más novedoso. El de crítico de buena parte de la gestión de gobierno, de sus legisladores, de sus prácticas políticas. Tarea que acomete de un modo tan constante,entrador y eficaz como el que tuvo cuando era su acérrimo defensor. Claro que un integrante de gobierno puesto a constante crítico genera ruido. Lo que, nuevamente, no alude a un problema comunicacional sino político. Lo que Alvarez verbaliza a través de los medios es su disenso con el Presidente en temas esenciales. La crisis del Senado es el más ostensible pero para nada el único. En estos días ha añadido ostensiblemente dos: la necesidad de cambios en el gabinete (que propuso de un modo oblicuo, sugiriendo mover cuanto antes a un ministro del Frepaso) y la de imponer un nuevo giro a la política económica. Planteo que, contra lo que es usual en él, formuló de modo asaz impreciso de modo que pudo leerse (de hecho se leyó) como un misil dirigido a la línea de flotación de José Luis Machinea, que recibió el presente griego en Praga. Cuando en rigor contenía una demanda de más protagonismo gubernamental, Machinea incluido pero no sólo él. De cualquier modo, poner en entredicho la política económica es un nuevo issue añadido por Alvarez a la agenda interna del Gobierno.
Amén de nuevos issues hay un nuevo dato: el laborioso parto de un nuevo gabinete no funciona como el anterior. Por entonces Alvarez trabajaba codo con codo con el Presidente proponiendo figuras y criterios. Ahora apenas habla cuando se lo piden, esto es, muy de vez en cuando. Nada dijo, nada tuvo que ver en las salidas y relevos de Juan José Llach y Lopérfido.

El Cavallo de Troya

Un medio informó que el Gobierno le había ofrecido la presidencia del Banco Central a Domingo Cavallo, un opositor odiado por muchos radicales (con Raúl Alfonsín a la cabeza) y frepasistas pero que tiene buena onda con De la Rúa y Alvarez. La noticia fue fervorosamente negada por fuentes aliancistas y cavallistas, sin lograr disipar el consiguiente impacto. Germinaron las sospechas internas y las acusaciones mutuas formuladas fuera de micrófono. 
La versión resultó verosímil. El hecho puede que haya existido, puede que no, puede que haya sido uno de los tantos globos de ensayo emitidos desde recovecos del poder candidateando figuras o intentando quemarlas. Lo más revelador es su credibilidad, que trasunta grietas en la credibilidad del Gobierno. Hace ocho meses, cuando el dream team de ministros entraba a comerse la cancha nadie le hubiese dado crédito. Tampoco hubiera parecido viable en mayo, cuando Cavallo venía de ser vapuleado por Aníbal Ibarra y por su incontinente alma de mal perdedor. Era un opositor derrotado, que volvió a crecer sin mérito propio, por sólo contrapeso de la debilidad del oficialismo.
Un oficialismo que esta semana cambió piezas en el área de comunicación pero que se seguiría equivocando si no percibe que su principal problema es más el producto que el envase.


 

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