Por Alejandra Dandan
Ella apuesta a la imagen. �Apenas me levanto, me empiezo a mirar. Si tengo un trabajo en un banco me pinto apenitas, casi a cara lavada. Uso lentes, tipo intelectual.� Muñeca no dice robo, dice trabajo. Vive en un laberinto de torres y escaleras con números. Una reja frente a su puerta la aleja del barrio, ese tramo de conurbano donde el que no estuvo preso, cuenta, habla como si hubiese estado. Pero su puerta de rejas no detiene nada, es una trampa. Como la máscara de pintura en sus cejas: �No me depilo, me las agrando, es que aprendí a desfigurarme�. La máscara tapa también su nombre: Muñeca será su apodo sólo para esta nota. Roba bancos y fábricas. Actúa como jefa en bandas de hombres. No quiere mujeres como socias �por buchonas�. Estuvo presa cinco años. Por ideología, dice, no le gusta meter caño a los viejos. Es, lo declara, una chica bien vestida, de traje, con presencia. Suele resumir así su estrategia de pistolera.
Fueron demasiados los contactos hechos para encontrarla. Muñeca es una de las mujeres mejor entrenadas del hampa. Existen pocas que actúen como jefas de bandas, incluso pocas son aún las dedicadas al delito. Pero hay, entre ellas, un cambio hacia la autonomía, no aún como práctica, pero sí como búsqueda que empieza a poner en crisis ese sistema que todavía mantiene subordinadas a las mujeres en el mundo del delito (ver aparte).
Muñeca no ha improvisado su trabajo presente ni su formación. Tuvo causas serias por las que estuvo detenida años. Para el reportaje hubo un acuerdo por el que se pautó no revelar su identidad, ni siquiera con pistas. Aquí está su palabra desnuda.
La casa está en el conurbano sur, en un monoblock donde escaleras y pasillos se vuelven laberintos encargados de vigilar el paso de extraños. Frontera adentro, el barrio es caos. Cada corredor es zona franca: circulan armas, se transan datos o negocios. Hay leyes, pero son otras. Muñeca habla:
�Hace falta llevar el ritmo: prefiero a hombres como socios. El hombre necesita una mujer para tener �entre�: una fábrica no le abre la puerta a cualquiera. Una chica bien vestida de traje, con presencia, entra. Te abren la puerta. Te ponés tipo intelectual, con unos lentes y no se dan cuenta que tenés una cuatro y medio o una Magnum encima, en la cartera o en donde sea.
Muñeca conoce los códigos urbanos. Y los subvierte. Es su juego: los toma, se los apropia y los devuelve vestidos de daga.
Tiene veinticuatro años.
Lleva ocho de delincuente, esa categoría que su discurso devora y va redimiendo: �Ahora hablan de inseguridad �dice�. Y la ira viene hacia nosotros, los delincuentes. No se dan cuenta que tiene que ir hacia otro lado: a esos poderosos que nos quieren zombis�. Habla de trabajo y no de choreo. Habla de traiciones y acuerdos.
�Nos mudamos acá: esto también es una cárcel. Por eso a mí no me gusta. Acá tenés un problema y te sacan el arma: en la cárcel te sacaban la faca.
En esa mudanza sitúa otra: la de su oficio. Cuenta que tenía cien pesos por sábado, gastados en bares cuando su familia �estaba arriba�. Hubo razones que explican lo que perdió y la mudanza, hace ocho años, al barrio del laberinto. Después no hubo más amigos caretas, pero cada robo y botín le acercan un poco a los paseos de chetos: �Cuando ganamos, me voy a Puerto Madero, fui quinientas veces. Me encanta. Dejo tanto en mi casa, agarro 200 y me voy de fiesta�.
Doble de cuerpo
Muñeca no trabaja sola. Recluta gente, normalmente cuatro.
�No tololos (tontos): porque cuando aprietan los zapatos, hay que estar.
�¿Cómo sabés que te van a responder?
�Porque yo conozco la gente de acá. ¿Entendés? Conozco gente, sé quién puede servir para ese laburo y no se me va a quedar adentro del auto.
No se va a morir, eso dice. Y desconfía de sus pares mujeres, no por tontas sino por flojas. Una vez tuvo una compañera: �Era lesbiana, fue como trabajar con un hombre, mano a mano. Con ella caí: es mi compañera de causa�. Hay más motivos para acudir al equipo: Muñeca odia manejar y prefiere el lugar de copiloto cuando se trata de autos robados.
�¿Tomás en cuenta la imagen para elegir socios?
�No podés salir con un negro todo tatuado. Mis compañeros se van chetitos, son como de Capital. O, sino, corte chetito: tal vez por la edad que tienen no van con traje.
�¿Alguna vez les pedís que cambien la ropa?
�Había uno que no se sabía vestir, me enfermaba. Salió un trabajo y le dije: �Te doy esta oportunidad, pero no vas a trabajar más así vestido�. Hicimos el negocio y fuimos a comprar ropa. Es que a veces salen de acá, del barrio. Y son buenos. Y no se saben vestir. Y vos necesitás presencia.
En su casa ahora suena el teléfono. Muñeca se levanta, salta una silla y se alarga hasta agarrarlo. Alguien le habla desde una cárcel. Avisa que en Ezeiza las presas mataron a una mujer. Muñeca tropieza con un mueble, un Fernet termina partido en el piso.
Hace un año ella dejó la cárcel, estuvo seis. Pasó doce meses en una celda de castigo: �Era un corte así, como la Noche de los Lápices ¿me entendés? Todo silencio. Una noche le grité a la de al lado que no podía más�. Cantaron en voz alta y rezaron fuerte.
El Fernet desapareció en un trapo de piso. El olor no. La mamá de Muñeca se decide por un paseo al patio del barrio. En la casa queda ella que se acerca a una ventana y su cara se mancha de sombra por la persiana americana.
�En un robo, vos no querés que te vean la cara porque después tenés que estar tiñiéndote, cortándote el pelo. Miles de cosas. A veces voy con el pelo atado, otras con lentes, no oscuros, hay que ponerse muy intelectual. A veces voy con la cara limpia, a veces muy pintada. Si esta semana usé tales trajes, la otra no los uso.
�¿Cómo te preparás?
�Apenas me levanto, si tengo un trabajo, empiezo a mirar qué ropa me pongo. Según si es banco o un negocio de pilchería, de esos que tienen camperas de cuero que valen. Mi ideología es que, en cada paso, tengo que estar a la altura de la persona que puede estar frente mío. Estoy nerviosa, me altero todo el tiempo. Me pinto y pienso: �Esto no me va, esto sí�. Hasta que digo: �Esto sí�. Le pregunto a medio mundo si estoy bien, para ver mi presencia.
�¿También te pintás para entrar a un banco?
�No, apenitas, casi cara lavada.
�¿No te reconocen?
�Una vez salimos de un hecho con problemas y yo estaba de rubia. Buscaban a una rubia de pelo largo y me cambié. Uso lentes de contacto azul: si caigo, los tiro. El damnificado no me reconoce, terminás con ojos marrones: después que la cana dé vuelta la taquería para encontrarlos. Se quieren matar: ¿Sabés cuantas veces salí así?
�¿Qué otro truco usás?
�Aprendí con la vida a desfigurarme. Me pinto las cejas, no me depilo, me las agrando, me hago las facciones grandes. ¿Entendés? Todo para cuidarme. Es eso. Te vas disfrazando. Desde que salgo, para ir a trabajar me pongo la careta. Lo que llevo es una careta, no soy yo. No soy yo, la persona con la cual estás hablando en ese momento. Es así.
Ideología de un asalto
Hace un rato, la mamá de Muñeca volvió de la calle. Apenas entró dijo algo sobre el olor a Fernet que, al parecer, aún baña la casa. Volvió con una bolsa de caramelos y alfajores, se los dejó a Muñeca. También cigarrillos. Vuelve a sonar el teléfono. La mamá es quien rezonga: �Tengo que comprar otro, de esos con los que se camina�. La mujer sigue de largo hasta la cocina donde, en silencio, queda dedicada a la jarra de té caliente que prepara.
Muñeca no baja la voz, sigue hablando. En la casa todo es sobreentendido. Ella habla del miedo: �Sentís adrenalina todo el tiempo. Tu corazón va palpitando cada vez más y en el momento que ya tenés la plata te palpita más�. Y hay adrenalina, dice, hasta la vuelta a casa: �Seguís temblando, porque el que roba y me dice que no tiene miedo miente�.
Por eso, la vuelta alivia. En la casa Muñeca aprendió guiones. �Al principio me acordaba de las películas: tipo quedate ahí, quieto �va acordándose� /bajate/no me mires y no me mires�. De pronto se ríe de esas �palabras prestadas �dice� porque no son mías�.
�¿Tenés algún límite, pensando en el asaltado?
�¿Si me da cargo de conciencia?
�Por ejemplo.
�No me gusta robarles a los viejos. Sacarles la plata es un horror. Mi ideología es que a los viejos no les meto caño.
�¿Si tiene plata?
�Sí, le doy, pero no lo lastimo, a la gente grande que saca buena plata, ¿podés lastimarla a esa edad? Por más que se me amotinen... Lo tirás al piso, dale un cachetazo. Si con el viejo podés con las manos, guardá el fierro, ¿entendés? No podés meterle un cañazo.
�¿A quién sí?
�A los tipos grandes, se te ponen muy mal.
�¿Las mujeres?
�Son las peores, las tenés que matar, son histéricas. Yo bajé en una salidera con una mujer, había que darle: gritaba que parecía que la mataban, arrastraba la cartera porque ahí llevaba la plata y no la largaba. Se veía en sangre la mina y no la largaba. Le tenés que pegar porque se te vienen todos encima. Si vos estás en la calle y ves que te están robando, no te queda otra.
�¿Te pone mal?
�¿Y qué querés? Yo no voy a estar presa, yo te mato. Es un modo de decir, no te mato, pero te lastimo, te lastimo para que te calles. Porque ella lo está buscando. En ese momento es ella o yo. Es difícil: sé que es difícil para la gente que lo ve y está en otro ambiente. Yo lo sé, pero vos tenés que fijarte que la sociedad no te da laburo, la misma sociedad te incita a que sigas en lo mismo.
�Ellos no nos ven�
Hay una sola llave en casa de Muñeca. Cuando alguien sale, golpea a la vuelta. También cada tanto algún vecino pasa por el descanso y golpea. De a turnos se asoma Muñeca o va su mamá. Se oye algún murmullo y, enseguida, la puerta que se cierra.
�No tenés que demostrar miedo �dice como sugerencia�: Es un error demostrarlo a la gente porque nosotros los vemos y ellos a nosotros no nos ven. Pero nosotros, como ya sabemos que andamos en algo malo nos vendemos.
El miedo es el punto de quiebre a evitar cuando la carrera continúa. El trabajo termina en �destino�: el sitio hacia donde va el futuro robado. �Se tome lo que se tome, lo seguís: porque vos sos más que ellos, vos en ese momento sos más porque llevás un arma.� Su firmeza es la convicción.
�Antes de hacer un trabajo, te fijás cuántas cuadras son contramano, a cuántas está la comisaría, si tiene mulo... si tiene mulo el local.
�¿Qué es mulo?
�Cuando el dueño tiene cobanis que están parados y cuidan. Pero también mirás cuántos coches podés llevar: cuatro para un coche son muchos. ¿Entendés? Con dos en coche y dos sin coche, a veces ya está. El dato para el trabajo es lo que nuclea a la banda. Eso va quedando claro en la charla. No acceden a él buscándolo: �Nos conocen y nos lo entregan�, aclara. La banda necesita gente externa. Puede acercarlo un bancario, la empleada de un local de ropa o un obrero. �Como la gente está muerta de hambre �dice Muñeca�, te entrega el dato, porque un sueldo de 400 pesos no le alcanza; sabe que así se lleva tres lucas.� Existen códigos que regulan también la recompensa. El dinero, dice, se reparte siempre en partes iguales.
La puesta en marcha del trabajo requiere instrumentos. Se usan autos a veces robados. Muñeca evita los estacionados, prefiere llevárselos en movimiento.
�Es menos peligroso. Hay veces que te miran, no me gustan los parados: no me gusta romperlos. ¿Entendés? Quiero que estén bien, antes de llevarlos a trabajar los llevamos al lavadero, para que brillen y tengan un aspecto bueno. El auto es la presencia de la persona.
Para la policía, son �violentas�
Por A.D.
Las visiones son dispares. La policía no duda: �Las asaltantes son tanto o más violentas que el hombre�. Para los sociólogos, ellas están aún en una situación de subordinación tal que reproducen la discriminación sexista aun dentro de la lógica delictiva. De todos modos, Muñeca es un modelo atípico. La mayoría jamás controló una organización. Basta un vistazo sobre los tipos de delito más frecuentes entre las que llegan a prisión para mostrarlo: narcotráfico, robo y hurto. Habitualmente no son autoras, pero ni siquiera tienen un buen jefe: trabajan con sus maridos o como mulas transportando drogas. De acuerdo con los datos de Policía Federal, este año 29,25 por ciento de los delitos vinculados a mujeres fueron por droga, 10,06 por hurto y 8,83 por robo. Pero detrás de las cifras, algo parece alterarse. Existen como tendencia, aún muy reducida, quienes se mueven con mayor autonomía. Son estafadoras y revendedoras de droga, que comparten de algún modo el espacio de Muñeca.
Lo cierto es que preocupan al menos a la policía. �Son más peligrosas, se resisten más que un hombre, e incluso abren fuego contra nosotros con mucho menor prejuicio.� Quien habla es uno de los preocupados, o al menos podría serlo. Es uno de los jefes del Departamento Central habitualmente concentrado en persecuciones a bandidos. El hombre se anima incluso casi a una mirada sociológica: �Abusan de su condición y supongo que debe ser porque son mujeres �y lo explica�: como saben que éste es un trabajo de hombres es como que tienen que demostrar que son buenas�.
Los perseguidores conocen algunas de las trampas contadas por Muñeca: �Si están en el tema de bancos, es una persona elegante, bien parecida, superfina, si está en otra cosa no... se mimetizan�.
Hay un dato que despeja fantasmas: 0,2 por ciento de los delitos los hacen las mujeres. El dato surge de una encuesta del Ministerio de Justicia, que analiza la participación de la mujer sobre el universo de delictivo de la urbe porteña y la provincia de Buenos Aires. La Dirección Nacional de Política Criminal recogió ese índice a partir de una encuesta entre víctimas que han identificado al atacante de acuerdo con el sexo. Pero el muestreo puede arrojar datos confusos. Al menos así lo cree Alcira Daroqui. Es socióloga y, además de coordinar el programa de UBA XXII en cárceles, integra el concejo de redacción de la revista de Ciencias Sociales Cárcel y delitos. Para ella, el problema es de base de datos: �La mayor parte de los hechos cometidos por mujeres o son por drogas o por estafas y allí la víctima se diluye�. Por eso aquel 0,2 por ciento no daría cuenta de todas las mujeres vinculadas con el delito, sino de una parte: homicidio, hurtos o robos.
Aun así ese indicador parece importante. Representa el contacto que han tenido porteños y bonaerenses con el sexo débil como victimario. Y como el número es bajísimo, a las mujeres no se las asocia al maldito icono del delincuente: �No creo que, como sociedad, nos sintamos amenazados por el delito femenino�, admite Daroqui.
Pero la mujer armada existe y crece: más allá de los números oficiales, Daroqui prefiere un indicador propio: �En el �95 en Ezeiza había 330 mujeres, hoy hay 600 y se ha hecho otra unidad para 200�.
Hay algo que las cifras siguen encriptando: ni el paso del tiempo ni el aumento de mujeres presas hablan de una opción efectiva por el delito. �No creo que este aumento esté vinculado con una mayor conciencia ni, por lo tanto, con una elección clara de la mujer por la actividad.� Para la socióloga, la lógica delictiva actual no revela conciencia sino �inercia�.
En el mundo de las presas, las procesadas o condenadas como autoras son escasas. Llegan a la cárcel como partícipes o cómplice de una organización donde ocupan un lugar que, gran parte de las veces, ni siquiera deciden. Ese sometimiento para Daroqui es significativo: �Terminamos reproduciendo la estructura de discriminación �dice�: también dentro del delito�.
Hay excepciones. Muñeca parece serlo. Pero no es la única: existe una tendencia, aún residual, explica la socióloga, que muestra alguna autonomía en ciertos delitos. En esa línea hay estafadoras, traficantes y revendedoras minoristas de drogas. Más autónomas porque ejerce la tarea como �trabajo�. Además de construirlas como sujeto, �las hace asumir un protagonismo en donde se califican, hay conciencia: desarrollo que supone emancipación�.
De eso habla el comisario cuando habla de las poderosas: �...Vamos a decir... que se incrementa, se incrementa. Y esto es por el modernismo que hay, pero no ha superado al hombre, la verdad�.
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