Por Fernando D�Addario
En el árbol genealógico de Suma Paz se mezcla sangre gallega, italiana, ranquel y francesa, un abanico étnico que también podría corroborarse en buena parte de la pampa gringa. Es al menos paradójico, sin embargo, que semejante pluralidad cultural haya conformado un tipo social sujeto a pautas de comportamiento aparentemente inamovibles. El secreto podría estar en el paisaje, esa llanura que parece prolongarse indefinidamente y que modela a sus criaturas con la rigidez de su geografía. Atahualpa Yupanqui fue quien mejor comprendió, por su naturaleza, y por la universalidad de su humanismo, el alma del criollo, y de su tierra. Suma Paz, fiel a una especie de mandato, se asume como una continuadora de su mensaje. Ha grabado poco en los últimos años, pero siempre en sus trabajos dejó traslucir un amor incondicional por la obra de Don Ata.
En su nuevo disco, Canto de nadie, interpretó con sobriedad y buen gusto temas como �Zamba perdida�, �Guitarra, dímelo tú�, �Pa�alumbrar los corazones� y �Recuerdos del portezuelo� (todos de Yupanqui), más otras joyas de la música popular, desde �Bajo un sauce solo� (Castilla/Valladares) y la milonga que le da nombre al título, escrita por Alfredo Zitarrosa y convertida, aquí, en una declaración de principios. Sabe que ese canto es necesario, aunque no reditúe: �Atahualpa me lo dijo de entrada, que éste es un camino solitario y áspero�, dice ahora Suma en la entrevista con Página/12. Es tan solitario que su anterior disco, Homenaje a Atahualpa Yupanqui, fue presentado en París y no en Buenos Aires. El viaje imaginario a la sensibilidad europea la obliga a reconocer que �en Alemania, Atahualpa es una especie de prócer. Para mí fue conmovedor cantar allá, porque tenía otra idea de los alemanes. Fue en el único lugar donde me pidieron que hiciera cuatro bises. Son pueblos viejos, les pasaron cosas, están en otra espiral de la cultura y han dejado atrás lo que nosotros vivimos ahora�.
�¿Y qué es lo que estamos viviendo ahora?
�En lo musical, lo que llaman folklore se ha ido convirtiendo en una válvula de escape. La gente escucha música para evadirse, porque no tiene ganas o no tiene tiempo para reflexionar, para mirar hacia adentro.
Suma vive desde hace muchos años en Ituzaingo, oeste del conurbano bonaerense, pero su esencia artística fue alimentándose en Pergamino. Cuenta que de niña era tan enfermiza que su familia la mandaba largas temporadas a la chacra de su abuela, donde conoció los primeros misterios de la tierra y fue testigo de sus rigores.
�¿Le resultó difícil, como mujer, interpretar un mundo como el de la pampa, que se supone demasiado áspero?
�Muchos se sorprenden, porque en realidad es así. Es una vida áspera la de la pampa. Hay una gran rudeza en el domador, el alambrador, el resero. Los trabajos a la intemperie, con las heladas. Como la vida es así, el canto también. Por eso, el camino para la mujer debe ser sutil, buscar los tonos. Nunca me discriminaron por ser mujer. Y le digo una cosa: es en el campo donde he cosechado mayor respeto y cariño.
�Llama la atención que los cantores sureros que se destacan, como José Larralde, Omar Moreno Palacios, Alberto Merlo, entre otros, tienen todos más de 50 años. ¿No hay renovación, o se necesita tener esa edad para ser considerado un cantor?
�Las dos cosas. Se necesita una madurez, que recién se consigue después de los 30. Claro que esos hombres, y yo también, ya en los 60 estábamos cantando lo que cantamos ahora. Eran otros tiempos. Nosotros éramos muy idealistas, estábamos al servicio del canto. Ahora se utiliza el canto para hacer un producto. Así es más difícil que salgan esos cantores.
�¿Nunca se vio tentada de alivianar su propuesta, para tener más llegada en los sellos o en los medios?
�Voy a contar algo que me dijo una vez Fangio, a quien conocí en un programa que tenía en Radio El Mundo: �La trayectoria de un artista se parece a la de un automovilista. El corredor tiene su máquina y empieza a andar. Puede ver pasar a otro auto por el costado, más rápido, pero no se tiene que desesperar, porque más adelante, se lo puede volver a encontrar parado a un lado de la ruta. Entonces, lo que hay que tratar es de llegar, y para eso hay que cuidar la máquina�. Nunca olvidé esas palabras.
�¿En qué situaciones las puso a prueba?
�En el �81 tenía un disco que contenía el tema �La hermanita perdida�. No lo sacaban. Y lo quisieron editar en el �82, en ocasión de la guerra de las Malvinas. Y yo me opuse, cómo iba a hacer negocio con un disco aprovechándome de los chicos que se estaban matando en la guerra... bueno, esa actitud me costó estar doce años sin grabar.
�¿Esas convicciones no guardan una especie de fundamentalismo?
�No, porque yo no le impongo nada a nadie. Soy así. Siempre estuve al costado de muchas cosas y me he cerrado muchas puertas, pero mirándolo bien, ahora, algunas puertas se convierten en pagarés. El artista puede aspirar al entusiasmo o a la emoción. Yo apelo a la emoción y me siento cumplida con lo que conseguí. El éxito es muy demandante. Pide más de lo que da. Esa demanda la va devorando a una de a poquito y yo quiero, como me dijo aquella vez Fangio, llegar entera al final del camino.
Apuntes de una decidora
�Acaso no sea casual que el título elegido suene como una premonición. Es que en la medida que el cancionero criollo avance por caminos livianos y pasatistas, la voz del alma quedará en silencio. Grávida y visceral, apagada por el fragor de los tiempos, tal vez su destino sea precisamente ése: Canto de nadie�, escribió Suma en el sobre interno del CD, con el tono sentencioso que la caracteriza. El disco es, en general, grave y austero, impecablemente interpretado por la cantante de Pergamino, que se afirma en su rol de �decidora� sin perder un gramo de musicalidad. Y a cada canción, como si el peso de la letra no terminara de expresar su significado, Suma le agrega una pincelada de su autoría. Así, �explica� �Soy un gaucho peregrino� (milonga de Atahualpa Yupanqui): �El destino del canto: andar, andar�. O en �Guitarra, dímelo tú� (Pablo del Cerro/Atahualpa Yupanqui): �La confidente del gran desencanto�. |
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