Un nuevo proletariado protonotable asoma por la pantalla desvaída,
obligada al entretenimiento con fórceps. Idos ya los tiempos en
los que las celebridades mostraban sus casas en las revistas de actualidad
y los pobres mostraban sus miserias en los talk shows, promete florecer
ahora una nueva categoría suprahumana dada en llamar los
famosos. Los talk shows este año se volvieron psicodramas,
y las revistas de actualidad ya encuentran poca gente dispuesta a abrir
las puertas del dormitorio. Los que lo hicieron, todavía no renovaron
la decoración.
La fama es algo etéreo que muy pocos se dan el gusto de despreciar.
Es etérea porque no se materializa: circula e ilumina a veces en
su peor ángulo a quien la porta, como una linterna a pilas que
se gastan. La época apadrina un tipo de fama fast que se consigue
yendo a comer a alguno de los siete u ocho restaurantes en los que ya
se sabe que están apostados los cuatro o cinco fotógrafos
que cubren la noche y que una vez al año descubrirán
algún chisme que valdrá, más que la pena, la foto
que venderán a alguna agencia. Remedos o remiendos de una dolce
vita que acá transcurrió en Mau Mau y cuyos héroes
y heroínas eran básicamente gente sin nada más importante
que hacer, pero que al menos optaba por un estilo de vida que inventaba
para matar el tiempo. Ahora son pelotones enteros de famosos
los que toman por asalto el esparcimiento ajeno, mostrándose indefectiblemente
divertidos y azarosamente chispeantes, cuando no algo bebidos, para acumular
millaje televisivo.
Programas como Teleshow o Versus, El Rayo,
Maldito lunes o Circomanía, amén
de los que se dedican al chimento, crean sus propios famosos
a fuerza de interceptar a cualquier chico o chica que haya hecho alguna
vez un bolo o haya posado alguna vez para alguna producción de
moda. Con carreras artísticas inexplotadas o aún inexistentes,
con trayectorias invisibles, con puestos de batalla sostenidos en los
pasillos de los canales o apenas habiéndose dejado ver con alguien
más conocido que ellos, los famosos rellenan la nueva
fascinación con mecanismos que los propios programas inventan para
alimentar no sólo la precaria fama de los famosos sino
además su propio status de programa de famosos. Los
mandan en tour a esquiar o a inaugurar un spa en Mendoza o al preestreno
de alguna película. Los neopersonajes adhesivos a este nuevo engranaje
generador de famosos son los noteros, que para hacer bien
su papel deben exhibir, más que solvencia, camaradería confianzuda
con la troupe de famosos: pegarles chicles en el pelo, derramarles
champagne sobre la ropa, estamparles besos en el escote o compartir algún
chiste privado forma parte del sketch de cada nota, en las que casi no
hay preguntas. Los famosos no están ahí para
decir nada, porque a nadie le interesa lo que puedan decir y porque además,
si hablaran, vaya uno a saber qué dirían. El engranaje supone
que la pantalla invertida en ellos está justificada si, por ejemplo,
se tiran en grupo a una pileta o si cantan a coro o si hacen que se sorprenden
cuando son aparentemente sorprendidos.
Actores y actrices de reparto, modelos desconocidas, noteros con facilidad
de palabra hueca y eso sí, indefectible dominio de inglés.
Desde el estudio, conductores apelando a palabras como espectacular,
infaltable, imperdible, como nunca
o fabuloso alientan a la hinchada a hincharse de vacío.
La fama antes era puro cuento. Ahora es magia: nada por aquí, y
nada por allá.
REP
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