En el este, los alemanes
sólo beben cerveza del este, y en el oeste del oeste. Es
políticamente incorrecto insistir en que estas diferencias
subsisten con todo su esplendor. Pero los alemanes ex orientales
y ex occidentales están más unidos cuando están
unidos por lazos preexistentes (como la Iglesia Católica
o los prejuicios raciales) que por diez años de convivencia
bajo la misma Constitución. Es cierto que los niveles de
consumo empiezan a igualarse, y que unos y otros ya gastan el 10
por ciento de los ingresos que no ahorran en cerveza, aunque se
bifurquen al elegir la marca.
Hoy lo que algunos intelectuales críticos como el premio
Nobel de Literatura Günter Grass llamaron sin ironía
el Cuarto Reich tiene su capital en Berlín. Esta
también costosa decisión siguió a la reunificación,
pero no era de ningún modo su conclusión lógica
y necesaria. El ex canciller socialdemócrata Willy Brandt,
que entonces era diputado, pronunció un elocuente discurso
en el Reichstag donde recordaba algo que no necesitaba demostración:
que los años en que la vieja, eficiente República
Federal había tenido su capital en Bonn habían sido
los menos peligrosos para las naciones vecinas. El traslado de la
sede del gobierno a la capital de Hitler era otro signo que los
adversarios de la reunificación, o de los términos
en que había sido consumada, interpretaban en el mismo sentido.
La celeridad triunfalista con que las autoridades occidentales celebraron
reunificación y mudanza de la capital de la ciudad modesta
a orillas del Rhin a la antigua metrópolis imperial no tuvo
contrapartida en el este. En la ex república comunista, la
riqueza y el dinero aún hoy no son considerados el patrón
por el que ha de medirse con exclusividad el éxito. Los arcaicos
valores prusianos del orden, la disciplina y la modestia no han
sido desplazados con la eficacia y la rapidez que esperaban sus
connacionales de Frankfurt o Hamburgo.
En Alemania occidental, los que tienen el dinero que hace falta
se compran un Mercedes Benz. En los estados del Este, un Mercedes
es sigue siendo un símbolo del capitalismo. Una
campaña publicitaria (para el Este) enfatiza que un polvo
para lavarropas no destiñe los colores. El rojo sigue
siendo rojo, proclama. En el este, al capitalismo con rostro
humano, todavía, siguen sin estimarlo lo suficiente.
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