LEANDRO
ERLICH EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
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Por Fabián Lebenglik En la Galería Ruth Benzacar Leandro Erlich presenta una breve antología que resume en cinco obras de muy distinta naturaleza y realización sus últimos cinco años de producción. Aunque los trabajos son bien distintos, sin embargo todos están centrados en la reflexión entre lo verdadero y lo falso, por una parte (ambas son categorías que funcionan en la misma lógica), y lo ficcional, por la otra (que responde a una lógica diferente): todo para desafiar la percepción. Con su instalación El Living, que presentó a comienzos del año pasado en la Feria ARCO de Madrid y luego en Buenos Aires, en la Galería Ruth Benzacar, el joven artista asombró por la perfección con que lograba confundir la percepción del espectador gracias a una minuciosa puesta en escena. Las obras de Erlich son construcciones y dispositivos destinados a cuestionar la relación rutinaria y automática que suponen las situaciones de la vida cotidiana. Con ellas desafía la percepción del espectador. En su Ascensor, una cabina de ascensor antiguo invierte las nociones de interior y exterior, porque está revestida por fuera con aquello que usualmente está adentro: fórmica, espejo, botonera, barandillas y el cartelito que anuncia el peso y capacidad máxima. La puerta-reja, en vez de introducir el interior, da a un falso hueco en el que el espectador se abisma. Otra obra, un par de puertas con mirilla y portero eléctrico,
colocadas una contra otra, también crea una sensación de
espacio virtual. Al asomarse a las mirillas, el espacio se vuelve ficcional,
y aparece un típico pasillo de edificio, con matafuegos y ascensor.
Cada mirilla muestra un punto de opuesto de la otra, mientras por el portero
eléctrico se oye el monólogo libre de una vecina.
La más impactante es la instalación Lluvia que mostró este año en la Bienal del Whitney Museum de Nueva York. Una construcción escenográfica de paredes y ventanas (contiguas y enfrentadas) reconstruye las experiencias de la vida en un departamento con vista a interiores y paredes de ladrillo. En ese falso exterior, llueve a cántaros, hay relámpagos y truenos. El agua cae con fuerza sobre las ventanas aunque con una incidencia diferente, como es lógico y las gotas y salpicaduras se ven cada vez que los destellos de luz lo permiten. Nuevamente la ambigüedad de la percepción entre el afuera y el adentro, la obsesiva fabricación y utilización de artificios, la reconstrucción artificiosa y ficcional de la vida diaria, la lucidez de reflexionar sobre cuestiones básicas a partir de experiencias básicas. Erlich nació en Buenos Aires en 1973 y actualmente reside en Nueva York. Desde su primera muestra individual, en 1991, hizo una carrera meteórica. En 1992 ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes, dirigida por Luis Felipe Noé. En 1994 fue seleccionado para integrar el Taller de Barracas, dirigido por Luis Benedit y Pablo Suárez. Al año siguiente ganó una mención en el Premio Braque. Vivió y trabajó dos año en Houston, gracias al prestigioso programa CORE a través del cual obtuvo el Eliza Prize en 1998. Su obra fue elegida para formar parte de muestras colectivas en la Argentina, Brasil (Bienal de Arte del Mercosur), Estados Unidos (Houston y Nueva York), y Madrid (Arco). Fue el único artista argentino invitado a la Bienal del Whitney Museum 2000 en New York y ya está preparando. Está preparando la instalación participativa Turismo, junto con Judi Werthein, para ser exhibida en la Bienal de La Habana. Para el 2001 prepara una instalación para la Galería Contemporánea del Museo del Barrio en Harlem. (En la galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 14 de octubre.)
GABRIELA
CASSANO, CON EL AUSPICIO DE PAGINA/12 Por F. L. Gabriela Cassano se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y luego en los talleres de Aníbal Carreño y Carlos Cañás. Desde entonces compartió la docencia con la pintura. Participó en treinta muestras colectivas y salones y presentó tres exposiciones individuales. En 1999 recibió el primer premio en el Salón de Otoño de la SAAP. En su nueva muestra individual en el Centro Cultural Recoleta auspiciada por Página/12 la pintora presenta una selección de su obra reciente. Para Cassano, la práctica de la pintura, desde su inicio, ha estado relacionada directamente con dos clases de memoria articuladas entre sí: la memoria personal y la social. Desde el punto de vista técnico, esa doble vía de la memoria pictórica ha tenido una variante figurativa fijada tanto en la evocación del paisaje urbano como en el recuerdo de lo siniestro: los osarios, como símbolos de la historia trágica y reciente de la Argentina.
Por un tiempo, la figuración se fue disolviendo
y en este proceso también el color cedió ante un agrisamiento
de la paleta, según el cual pintura y subjetividad formaban parte
de un mismo tejido. Pero si la memoria antes fue desgarramiento y luego nostalgia, ahora es una toma de distancia con su objeto, que en la nueva serie de pinturas es claramente la ciudad. Cassano trabaja su pintura en series bien diferenciadas. Cada cuadro es parte de una trama que se explica en conjunto y que se desarrolla y avanza de una tela a otra. Este ritmo no sólo es sostenido de uno a otro trabajo, sino que también funciona dentro de cada cuadro, dándole valor y sentido a la fragmentación. En su nueva serie, de mayor nivel de formalización, se ven paisajes y crónicas visuales del entorno urbano: arquitecturas, construcciones, vehículos, perspectivas fugadas, relaciones dinámicas que indican movimiento. La fragmentación se transforma en un principio compositivo tanto de la escena, como del fondo respecto del tema. Esto se acentúa a medida que avanza la serie, entre 1999 y 2000. La distancia, que ahora toma la forma de la crónica visual, transforma a la pintora en alguien que registra fotográficamente la ciudad de Buenos Aires edificios, calles, el Obelisco, autos, volquetes, alguna escalera, una barrera y luego toma esas fotos como punto de partida para la pintura. Es decir que el proceso de distanciamiento se acompaña de otro, de mediación. Tanto los temas como el género (la crónica) son preexistentes y la liberan de aquella carga previa que significaba la puesta en escena de una memoria dolorosa. Ahora los temas están dados de antemano: entonces la cuestión se centra en el tratamiento, la pincelada, la compartimentación de la imagen, la construcción del cuadro, la dedicación a la pintura. (En el Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 15 de octubre.)
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