Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

Volvedor
Por Antonio Dal Masetto

�Yo tengo la pasión de los libros, soy un comprador compulsivo, no importa el tema �dice el parroquiano Aristarco�. De tanto en tanto hago una limpieza y me deshago de los que no voy a leer ni a consultar jamás. Entonces pasa algo raro, algunos de los que ya habían sido echados en una limpieza anterior reaparecen misteriosamente en la biblioteca. Por ejemplo Pesca en la Laguna de Chascomús de Salustiano de Alfonso y El lenguaje del rostro, principio de la fisiognomía de Orencia Colomar. Esos siempre están paraditos y juntitos en el estante. ¿Qué pasa? ¿Habré comprado muchos ejemplares? ¿Será que pienso en deshacerme de ellos y después no lo hago? ¿Me estará fallando la memoria?
�Yo soy loca por los zapatos �dice la señorita Nancy�. Todo el tiempo estoy comprando zapatos. Cada tanto me deshago de unos cuantos pares. Hay unos de charol, con hebilla y taco aguja, que no sé cuántas veces les di el olivo ya. Y las amiguitas de ellos, unas sandalias de tiritas y plataforma de corcho, que también volaron montones de veces. Y siempre están ahí, al fondo del placard, escondiditos detrás de todos. Los tengo bien junados. No estoy tan chiflada como para haberme comprado docenas de zapatos y sandalias iguales. Es un misterio, ¿cómo se explica? 
�Yo junto frascos de vidrio con tapa a rosca �dice el parroquiano Rogelio�. De mermelada, de mayonesa, de café. Les sacó la etiqueta, los lavo y los meto en una alacena. Pueden llegar a servir para guardar tornillo, clavos, remaches, anzuelos, monedas en desuso, arandelas, botones, repuestos eléctricos, ballenitas, clips, restos de lápices, gomas, llaves, capuchones de biromes, chinches, semillas, fichas, resortes, tornillos, tuercas, medallas, conchas marinas. Cuando la alacena está llena hago una selección, separo unos cuantos y los tiro. Para alguien que no tenga el ojo acostumbrado todos los frascos son iguales, pero yo los reconozco. Hay varios que no se van. Y especialmente uno hexagonal, chato, de tapa dorada, que no sirve para nada. A ése lo tengo supermanyado, lo tiré un montón de veces y siempre está ahí, camuflado entre los otros. 
�La explicación de todo esto es muy simple �dice Espoleta�. Los objetos tienen alma, buscan que los quieran, son como huerfanitos. Y ya se sabe lo que pasa con los huerfanitos, si uno les demuestra un poco de cariño te agarran de la pierna y no se sueltan más. Hay que tener mucho cuidado con los sentimientos de los objetos.
�Por fin entiendo lo que me está pasando �dice el parroquiano Benjamín�. Mi amiga Lucía tiene un cerebro retorcido y maligno, siempre me regala objetos abominables. Cumplió años y decidí vengarme. Fui a un Todo por dos pesos y revolví hasta que encontré algo bien horrible. Una cosa que vendría siendo como algo parecido a las cabezas de la Isla de Pascua, pero más rara, un aparato que podría servir de florero, de copón, de adorno, de pisapapeles, de garrote, de enano de jardín, de paragüero. Lo tomé y le dije: �A vos te andaba buscando�. Lo envolví para regalo y se lo mandé a mi amiga con una moto. Un rato después lo encontré del lado de afuera de la puerta de mi departamento. Esta fue la roñosa de Lucía que me lo devolvió, pensé. Entonces empezó el operativo para deshacerme del objeto. Lo dejé en la vereda y al rato estaba otra vez junto a la puerta. Lo dejé en un banco de la plaza y volvió. Lo dejé en una silla del bar de la otra cuadra y volvió. Lo dejé en el asiento de un taxi y volvió. Lo puse en una escalera mecánica, me quedé mirando cómo subía, cuando llegó a la mitad se invirtió la marcha y volvió. Intenté explicaciones racionales: el portero que lo encontró en la vereda y me lo trajo, un jubilado de la plaza que me conoce, el mozo de la confitería que sabe dónde vivo, el taxista que vio mi dirección cuando lo tomé, la escalera mecánica que enloqueció. Fui al Tigre, di un paseo en lancha y lo tiré al agua. Cuando regresé al muelle me puse a fumar un puchito en la orilla y algo me tocóel pie. Ahí estaba la cosa, flotando y dándome golpecitos en la punta del zapato. No sé qué más hacer, no me quiere abandonar, no se quiere despegar de mí. 
Benjamín abre el portafolios, saca la cosa y la planta sobre el mostrador.
�Acá la tienen. 
Todos damos un paso atrás. El Gallego saca rápido un cartel y lo esgrime como un crucifijo. El cartel dice: La casa se reserva el derecho de admisión de personas como asimismo de objetos inanimados. Se ruega no insistir.


REP

 

PRINCIPAL