Por Cecilia Hopkins
¿Cuál es el destino de los ideales juveniles? ¿Es posible mantener una coherencia ética según pasan los años? El miembro ausente, obra escrita por el sanjuanino Ariel Barchilón �también autor de la premiada Los impunes� ensaya sobre estos temas algunas respuestas inquietantes. Aun cuando no lo sepan con claridad, estos cuestionamientos sobrevuelan la conciencia de los personajes, que todavía sienten la profunda huella que dejaron sobre ellos los años de la dictadura militar 1976-1983. El insólito dúo que forman Gómez y Márquez se hace presente en las oficinas de Domínguez, un amigo de la juventud con el que integraban el grupo �Las tres zetas del canto nativo�. Aun cuando las situaciones asumen desde el vamos un cariz que propicia la risa del espectador, la obra evoca el ambiente cultural de los setenta, haciendo expresa alusión a las connotaciones subversivas que el folklore tuvo para algunos. Y por otro lado hace referencia, a través de uno de los personajes, a ciertos individuos que reverencian las tradiciones nacionales sin abandonar la práctica de actividades muy poco recomendables. Con sus atuendos gauchescos y sus poses campechanas, el mismísimo banquero en desgracia Raúl Moneta serviría de matriz para esta clase de personaje.
El título de la obra alude a las amputaciones que exhiben los protagonistas: tanto los derrotados como el que se ha vuelto poderoso han perdido una parte vital de sí mismos. La supresión de esos miembros no fue una cuestión accidental, sino el castigo impuesto por una época signada por el autoritarismo y la represión. La condena social o el autocastigo, en cambio, podrían haber sido la causa de la discapacidad que sufre aquel que hizo abandono de las luchas de la juventud. Desde sus primeros minutos, El miembro ausente plantea recursos característicos del absurdo teatral: la espera prolongada de los dos hombres se transforma en una situación que se perfila como límite, considerando el lento proceso de degradación moral al que van accediendo los personajes. Pero el cariz humorístico que toman los acontecimientos tuerce el rumbo hacia situaciones de un grotesco patetismo. La dirección de Guillermo Ghío ha sido extremadamente cuidadosa en sus planteos para evitar excesos o actitudes facilistas. Carlos Portaluppi y Marcos Montes trabajan en escena unidos bajo el mismo espíritu complementario que les dio su autor, con los mejores resultados. Secundado por Florencia Esteves, el trabajo de Marcelo Serre también es destacable, especialmente por su contundente gestualidad.
�CANCIONES MALICIOSAS�, DE JON MARANS
La música ¿lo puede todo?
Por C. H.
Un joven pianista que llega a Viena para tomar clases con un eminente maestro debe permanecer por unos meses en el estudio de un viejo e ignorado profesor. Imprevistamente, el temperamento vital del docente pone al joven en contacto con su propia falta de sensibilidad. Así comienza Canciones maliciosas, la primera obra escrita por el músico estadounidense Jon Marans, quien sitúa la acción en 1986, año en el que Austria elige como presidente a Kurt Waldheim, un hombre que acreditaba un pasado ligado al nazismo, un suceso que guarda obvias similitudes con el protagonismo logrado por Joerg Haider en el mismo país, catorce años después. Aunque el tema que los reúne sea estrictamente musical, la relación que se establece entre alumno y maestro es decisiva en la exposición y desarrollo de sus respectivas opiniones sobre la vida y la política.
Pero las contradicciones van mucho más allá: uno encarna al judío que desea reivindicar su historia y sus tradiciones, mientras que el otro ya las abandonó hace tiempo �y lo que es peor� para asumir el discurso del enemigo, empujado por la imperiosa necesidad de sobrevivir. Detrás de su reverencia por la cultura musical germánica se oculta una tremenda sensación de culpa. Así es como las apariencias engañan una vez más: la exultante personalidad del viejo maestro y su amor por los sentimientos delicados esconden, en realidad, un pasado turbio, cargado de renunciamientos indignos y egoístas.
Discursiva en exceso, a pesar del buen desempeño actoral de Héctor Bidonde y Juan Manuel Gil Navarro, la obra no se detiene en la presentación de un personaje contradictorio y polémico, dueño de una particular interpretación sobre la existencia de los campos de concentración del nazismo. El autor desarrolla, además, una tesis (tan cuestionable como el comportamiento del propio profesor Mashkan) por la que parece afirmar que la música es un lenguaje capaz de brindar un supremo consuelo, un arte que permite al hombre la superación de los dolores y rencores más profundos. Así, entonces, el final de la obra encuentra a ambos judíos reunidos en el trance de interpretar una bellísima página musical, después de haber recordado un pasado de persecuciones y exterminio.
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