Por Diego Fischerman
Cualquiera podría pensar que Dino Saluzzi se siente, a veces, partido por la mitad. Y él dice que sí, que es cierto. Resulta difícil, cuenta en la charla con Página/12, �estar en Europa y ser un músico al que le tocan su música, al que programan en los festivales, que graba discos, y llegar a mi país y sentir que hay que empezar siempre de nuevo�. Cuando llega a su Salta natal, además, ve �toda esa pobreza, todas esas necesidades postergadas� y duda acerca de �cuál es el mundo real�. Es que este bandoneonista nacido en Campo Santo, ex músico de la orquesta de Alfredo Gobbi, ex folklorista (�aunque nunca tradicionalista�, aclara) y actual estrella del jazz (o de la música a secas) internacional, no encuentra respuestas para ciertas cosas: �¿Por qué mi obra para bandoneón y cuarteto de cuerdas pudo presentarse en todas partes menos acá? No sé. Pero lo cierto es que aquí no sólo nadie me lo pidió sino que, en general, lo que uno se encuentra son dificultades, reparos. Incluso por parte de los músicos, a los que les cuesta moverse de algunos esquemas.� Un dato alentador, sin embargo, es que en la primera edición del Festival Internacional de Jazz de los Siete Lagos, que comenzará el jueves de la semana próxima, la suya sea una de las presencias protagónicas.
Recién llegado de Suiza, donde estrenó fragmentos de una ópera que acaba de componer sobre textos de Esther Díaz, y antes de irse al sur (actuará junto a su grupo, con entrada libre y gratuita, en el escenario montado al aire libre al lado del lago Lácar, en San Martín de los Andes), Saluzzi habla. Su tono, inmune a la vida europea, sigue siendo inexpugnablemente salteño. Sobre todo en su manejo del tiempo. Habla como toca: esperando, bordeando una idea, puliendo una frase con paciencia infinita. Y dice estar seguro de que lo que hace �no es lo más genial de la historia de la música�. Lo que lo hace valioso, piensa, es que �es único�. Afirma que �todos somos personas, todos somos aparentemente lo mismo, pero no hay dos que tengamos el mismo color de ojos, la misma voz ni los mismos pensamientos. Una obra musical siempre lo expresa a uno por la sencilla razón de que no puede expresar a ningún otro�.
Alguna vez tocó chacareras y zambas; alguna vez estuvo en una de las mejores orquestas de tango de la historia. Godard eligió su música como banda de sonido de la película Nouvelle Vague y tocó junto a Charlie Hadem Tomasz Stanko, John Surman o el Rosamunde Quartet. Si Jarrett fue el creador, de la mano del productor Manfred Eicher (demiurgo del sello ECM) de los largos soliloquios al piano, Saluzzi, junto al mismo productor, inventó las improvisaciones de bandoneón como género. Su primer disco para el sello alemán, Kultrun, revolucionó al mismo tiempo el espectro de los timbres a los que estaba acostumbrado el jazz (o más bien la música improvisada de tradición popular) y el universo de lo que era posible para un bandoneón. Saluzzi resultó tan nuevo para el jazz internacional como para la música argentina. El terreno venía siendo preparado ya desde sus tiempos junto a Manolo Juárez y el Chango Farías Gómez y desde la creación del grupo del que se desprendió el trío Alfombra Mágica. �Yo creo que lo que me llevó desde allí hasta aquí fue una gran curiosidad�, explica el bandoneonista. �Nunca me conformó hacer las cosas tal cual las hacían los demás o tal como me las habían enseñado. Ni siquiera cuando hacía folklore tradicional. Me interesaba, y me sigue interesando, buscar algo más, encontrar dentro de modos, de convenciones, de lenguajes que son universales o, por lo menos, colectivos, que nos pertenecen un poco a todos, un camino individual. Pero no se trata de algo meditado. No tiene que ver con una búsqueda de originalidad porque sí, ni con ponerme a inventar cosas raras que nadie haya hecho nunca. Al contrario, me gusta la sencillez. Creo que algo sólo puede ser complicado cuando expresa ideas complicadas y ésa es la manera más sencilla que hay para expresarlas.�
De los músicos nuevos �y en particular de los bandoneonistas� Saluzzi opina que �tienen técnicas deslumbrantes, tocan magníficamente, pero en general están demasiado pendientes de parecerse a alguien y terminan repitiendo clisés. De los músicos extranjeros admira a varios con los que ha tocado. Los contrabajistas Armins Jordan y Marc Johnson, el pianista Bobo Stenson (�un hombre que no abandona la sencillez para ser profundo� , el saxofonista y clarinetista John Surman. Le encantan las composiciones del húngaro György Kurtag y viejas glorias del jazz como John Coltrane y Miles Davis. Pero se entusiasma en especial con dos nombres: �Horacio Salgán, ése es el músico vivo que más admiro, que más me sorprende, al que le encuentro siempre cosas nuevas�, empieza su discreta enumeración. �Y Piazzolla, claro. A él le debo, entre otras cosas, atreverme a pensar que la música clásica no es algo tan distinto de la popular, que las fronteras pueden desdibujarse. Al fin y al cabo, toda la música clásica nace de la popular.�
|