Anchoas en
el desierto
Por Mario Wainfeld
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�No renuncio a luchar, renuncio al cargo con que me ha honrado la ciudadanía�, escribió a la mañana y dijo a la tarde, parafraseando a Eva Perón (�renuncio a los honores pero no a la lucha�). Arrancó leyendo su discurso, algo a lo que es bichoco desde cuando era el mejor orador de su agrupación estudiantil. Lo suyo es improvisar, darse manija con las palabras, seducir al auditorio mediante la frase que nace redonda en su mente pero que parece impensada. Pero ayer, en aras de la precisión, se resignó a leer el texto de su renuncia, una crítica digna de releerse al funcionamiento del sistema político actualmente existente, a la Alianza, al Presidente y a los partidos políticos. La dijo bien porque su memoria y concentración, cuando quiere, son prodigiosas y porque recordaba el texto de memoria. Que terminó dándose el gusto, improvisando, llevando el discurso muy arriba, haciendo bien lo suyo, que es conmover con conceptos, arrancando lágrimas aun a varios periodistas gráficos, fotógrafos, movileros y cameramen que cubrían el acto (que así cabe llamarlo) en el tórrido, a fuerza de calor humano, salón del Hotel Castelar.
Después lucía distendido, con los ojos enrojecidos pero sosegado, bromeando, calmando la ansiedad con agua mineral y un cigarrillo tras otro. Parecía haberse sacado un peso de encima. Había hecho lo que muchos (empezando por el atónito presidente Fernando de la Rúa) pensaron imposible. Los espacios, dice la ciencia política, no se resignan. Nadie renuncia a nada, ni salta al vacío. Pero Carlos �Chacho� Alvarez no ha construido su carrera así sino como un continuo proceso de saltos al vacío, coronados (en algún caso mucho) tiempo después por cierto éxito. Salto al vacío fue su renuncia al peronismo allá por 1990, cuando recién comenzaba la década menemista. �El que se va del PJ pierde�, predicaba una añeja ciencia. Algún peronista de ley le propinó por entonces una metáfora creativa que Alvarez siempre recuerda: �Te vas al desierto y lo único que tenés para comer son anchoas�. Apuestas a todo riesgo fueron abrir el Frente Grande a José Octavio Bordón y formar la Alianza.
Vistas ahora, esas movidas se dejan describir con un crecimiento tan lineal como acelerado. Pero si se mira con más detalle, hubo en el medio momentos en que parecía haber perdido la partida. Entre 1991 y 1994 cuando �la gente nos aplaudía, nos decía �sigan así� pero no nos votaba�. Cuando perdió la interna contra Bordón o cuando Graciela Fernández Meijide cayó ante De la Rúa. Ganó terreno porque fue coherente pero también porque algunas circunstancias �no previsibles desde el vamos ni inexorables� lo favorecieron: el Pacto de Olivos que potenció al Frente Grande como opción, la falta de templanza de Bordón que lo dejó con el Frepaso. Otras veces fue su decisión lo que cambió la historia: cuando aceptó integrar la fórmula con De la Rúa.
En todos los casos (como ayer) arriesgó el lugar que había ganado, cambió con desenfado o hasta desdén de orgánica, de partido. Los partidos, las identidades, las banderas le pesan a menudo como ataduras, lastres a lo que sabe es que su mayor recurso: la relación con la gente común. Que es lo que venía sintiendo en riesgo tan �terminal� como la crisis del Senado desde hace dos meses. No había padecido ese temor durante los primeros tiempos del gobierno, cuando se jugó a fondo para defender aun sus medidas más antipáticas y antipopulares. Pero sufrió casi sucesivamente dos golpes tremendos que cambiaron su estado de ánimo: una campaña periodística basada en supuestos chismes sobre su vida privada y el escándalo de las coimas senatoriales. La primera la atribuyó a la SIDE de Fernando de Santibañes pero más aún que la perfidia de los servicios lo lastimó la falta de solidaridad de sus compañeros del gobierno, reproche que abarcaba a casi todos pero que tenía picos en el Presidente, Darío Lopérfido y Alberto Flamarique.
El escándalo del Senado le pareció un problema esencial para la Alianza y una amenaza vital a su patrimonio simbólico, el único que desvela a un político full time que no tuvo una casa a su nombre ni auto hasta cerca de los 50 años y que sigue ignorando lo que es firmar un cheque. Alvarez fatiga desde hace añares un método propio para medir cómo le va con �la gente�: camina por la calle, pulsa las reacciones, escucha. Desde que comenzó la ofensiva del Senado tuvo una confirmación y un alivio: la gente lo acompañaba, lo alentaba, criticaba a sus adversarios. En las últimas semanas midió esa adhesión en su terruño, las calles que van de Palermo a Congreso, pero lo sacudió especialmente recibirlo en Rosario y hace tres semanas en Tucumán, en Lules, un pueblo especialmente pobre donde, según describe alguno de sus allegados, �hasta las piedras son peronistas�.
Ese apoyo terminó de decidir lo que ya tenía decidido. Como cuando se fue del PJ, cuando pulseó con Bordón. Jugar a todo o nada, no al crecimiento lineal y escalafonario. Volvió al territorio conocido, al llano en parte porque �para bien y para mal� le queda más cómodo que la gestión, porque le calza mejor el traje de opositor que el de oficialista pero también porque lo abrumaba ser tan luego, vicepresidente de la Nación si siéndolo arriesgaba su imagen pública.
A su alrededor, en el peronismo, en los sectores del radicalismo que menos lo quieren se fabulaban ayer jugadas inmediatas: un frente con Cavallo y Beliz, su candidatura en el 2001 en capital o en provincia, otras alquimias. Ninguna de ellas tiene proporción �medida en términos convencionales� con el riesgo que acaba de asumir. Quienes lo conocen bien saben que algo de eso hará �es un formidable gestor de propuestas electorales y un gran inventor de candidatos� pero que de momento está cien por cien dedicado a cambiar de escenario, a salirse de una situación que lo asfixiaba como sólo se puede asfixiar un asmático y de la que sale a su manera, traccionando a los otros, cambiando las reglas de juego. En su momento, verá qué hacer. Por ahora le queda el alivio de haberse corrido de un lugar que la mayoría de los políticos argentinos no soltaría ni bajo amenaza armada.
Qué va a hacer, hoy por hoy, ni él mismo lo sabe. Pero sí es seguro que �a diferencia de la mayoría de sus colegas� teme mucho menos a comer anchoas en el desierto que a caminar por la calle sin que la gente le diga �Dale Chacho�.
REP
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