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JULIO PANE FUE LO MEJOR DEL FESTIVAL �ROMAEUROPA 2000�
�Juro que sentí a mi viejo�

El bandoneonista protagonizó el mejor momento del festival de tango argentino en Italia, que artísticamente pareció ir de menor a mayor.

Pane hizo estallar en una ovación al teatro Nazionale. Después se fue a tomar un café en la esquina.


Por Fernando D�Addario
Desde Roma

t.gif (862 bytes) El árbol genealógico de Julio Pane está compuesto por dos abuelos de Sicilia, uno de Calabria y otro de España, un padre y un tío bandoneonistas y una madre que debió salir a trabajar para que la familia no sufriera privaciones en el conventillo del barrio del Abasto. Aquí en Italia, donde una docena de romanos se le cuelgan para preguntarle lo que sea (si enseña a tocar el bandoneón, si tiene familia en Italia, si tiene algún disco para vender), Pane potencia su porteñidad y, por esos reflejos retrospectivos que asoman sin explicación, parece también un tano de los �40, salido de una película de Vittorio De Sica. Está exultante. Gesticula, propone una salida al Trastévere, se vuelve loco porque no encuentra al contrabajista de su trío y finalmente se rinde en un restaurante de Términi, mientras una mesera albanesa ofrece información sobre Tirana y el dueño del boliche impone respeto calabrés con la exhibición de su faccia.
La excusa de todo es el tango. El miércoles, con los shows de El Arranque, de los brasileños de �Porto Alegre canta tangos� y la danza del grupo La Viruta, terminó el Romaeuropa Festival 2000 y las opiniones recogidas entre el público, más la crítica, permiten concluir que Pane fue lo mejor que se vio en estos tres días, un lujo para un evento con mejor música que organización (la Fondazione Romaeuropa no mostró demasiada idoneidad en la materia, y la organización Buenos Aires Música tuvo que salvar la ropa). El evento, de todos modos, fue de menor a mayor, y su mayor mérito fue haber mostrado aquí qué es lo que está pasando hoy con el tango en Buenos Aires.
�Me hubiese gustado que mi viejo estuviese aquí�, dice Pane en diálogo con Página/12, con una emoción que no puede ni quiere disimular. Su personal manera de interpretar el tango, que lo mantiene en un punto equidistante entre la vanguardia y la tradición, fue recibida con admiración, y los romanos no entendían cómo ese virtuoso del bandoneón estaba, veinte minutos después, en el bar de la esquina del teatro Nazionale, tomando café y hablando con todo el mundo. El mozo del bar cuenta que él es romano, pero su tío es argentino y vive en Mendoza. Es el viaje de vuelta de la inmigración, y nada parece igual que hace un siglo, pero el tango se mantiene, aun con sus estereotipos, como un reaseguro de códigos comunes. Pane dice que �ayer estuve en San Pietro, y juro que sentí la presencia de mi papá. En Roma pasan muchas cosas que se viven todos los días en Buenos Aires, y aunque los tipos no escuchen tango, uno lo vive igual. Me crié entre los fideos y el asado, y eso es el tango. Hasta los pibes que hacen rock no se dan cuenta de que están hablando en lunfardo, ese dialecto que recogimos de los inmigrantes�.
Pane conoció a todos los tangueros de la vieja guardia (a través de su padre, Francisco, que lo llevaba a radio El Mundo) y tocó con todos (Salgán, Piazzolla y un largo etcétera), pero recién pudo grabar un disco (el soberbio A las orquestas) en el 2000, a los 52 años. �A mí eso no me preocupa, porque de cualquier modo yo iba a seguir haciendo esto. Hay gente que nace para ser arquitecta, otros para ser médicos, yo nací para ser músico. Dormía al lado del bandoneón de mi viejo, porque en la pieza estábamos mi vieja, mi viejo y yo. El no quería que yo lo tocara. Prefería que aprendiera piano, porque el piano era un símbolo del progreso. En cambio con el bandoneón, cuando empezó la época difícil para el tango, se puso muy brava la cosa.� 
Pane vive hoy en San Cristóbal, en San Juan y Rincón, y los domingos trabaja a una cuadra de allí, en una cantina histórica del barrio. Allí lo conoció un productor y lo llevó a tocar al bar Gandhi. El resto es historia mínimamente conocida, por eso Pane, en Roma, prefiere volversobre el pasado: �En la Argentina hubo dos inmigraciones: una que llegó con una población mayoritariamente italiana, aunque también habían españoles, judíos... La otra vino en una caja: fue el bandoneón, y lo agarraron los hijos de los tanos, para expresar la nostalgia de sus padres. Ahora somos nosotros los que expresamos la nostalgia de nuestros padres y abuelos. Yo soy uno de ellos, y por eso estoy orgulloso de venir bien de abajo, de tener la nobleza del arrabal, y de ser hijo de inmigrantes y estar hoy acá, tocando tangos para ellos�.

 


 

�DOBLE TRAICION�, DE JOHN FRANKENHEIMER
Una clase �B� sin vergüenza

Por Horacio Bernades

Producida por el superpoderoso Harvey Weinstein, Doble traición es la clase de film que Hollywood ya no produce. Barata, siempre al borde del trash y animada por un espíritu decididamente lúdico, Doble traición es una clase B como las de antes. Reverso exacto de la recién estrenada Revelaciones, no hay aquí un gran diseño de producción, decorados high class, superestrellas portentosas ni una sucesión de shocks pensados para sacudir a la audiencia. 
Lo único que hay en Doble traición, y se disfruta, son ambientes de tres por cuatro, personajes rasposos, una intriga pensada apenas como soporte para el placer compartido entre espectador y películas. Y, sobre todo, brotes de puro absurdo, que surgen, inesperados, entre las grietas de la narración. No es casual que el guión aparezca firmado por Ehren Kruger, que venía entrenándose en ello desde Scream 3, paraíso del guiño socarrón y autorreferente. Doble traición arranca, de movida, con una imagen entre extraña y herética: cuatro Papá Noel yacen sobre la nieve, chorreando sangre. De allí en más, en tácita cita al cine negro, el relato en off del protagonista, entre cansado y amargo, es el que guía el relato. Este comienza en prisión, donde Rudy (que no es el humorista de Página/12 sino un ladrón de autos del montón) pisará un primer palito y se hará pasar por su mejor amigo, para quedarse con su novia, a quien sólo conoce por carta y foto.
Rubia y tentadora, pero sin rasgos de mujer fatal (¡ojo con las apariencias!), detrás de Ashley viene Gabriel, que junto a un par de �roperos� que lo custodian obligará a Rudy a participar de un robo. Obviamente, la trama no tiene ni pizca de originalidad, y más de un diálogo íntimo entre los tortolitos da escalofríos. Galán oficial de la escudería Weinstein, Ben Affleck hace lo que sabe: poner cara de baby face. La rubia Charlize Theron es poco más que un muñequito en manos del guionista y director, mientras que Gary Sinise compone a Gabriel como lo haría su amigo John Malkovich. Como el dueño de un casino de cuarta que sueña con volver a Las Vegas, Dennis Farina está absolutamente encantador. Pero la diferencia la hacen aquí el desconcertante humor de Kruger y el oficio del veteranísimo John Frankenheimer. Como en sus clásicas El candidato del miedo o Siete días de mayo, ambas de los primeros �60, Frankenheimer vuelve a abusar de primeros planos y luz �dura�. Que no serán muy ortodoxos, pero con esos recursos logra, una vez más, poner las cosas al borde del delirio y la fiebre.

 

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