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El �Otelo� de Shakespeare, un 
clásico a la manera de Welles

Se edita por primera vez en Argentina la pasional y anárquica adaptación que el gran Orson realizó entre 1947 y 1952. 

Orson Welles, a puro betún, haciendo la del moro celoso.
La película se pudo estrenar, completa, recién en 1992.


Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) De los muchos proyectos soñados por Orson Welles, tres fueron los que con más insistencia lo desvelaron. Uno fue aquel célebre Don Quijote, que comenzó a rodar hacia fines de los años �50, y que continuó a lo largo de por lo menos veinte años, hasta dejar la película casi terminada, aunque nunca del todo. Las otras dos llevan la firma de su amado William Shakespeare. Welles siempre quiso filmar su propio Rey Lear, pero jamás la empezó siquiera, debiendo conformarse con ponerla en teatro. La que sí comenzó y terminó, en uno de los rodajes más largos y quiméricos de la historia del cine, fue Otelo. Iniciada hacia fines de 1947 y concluida recién en 1952, Otelo ganó la Palma de Oro en Cannes ese mismo año. Conoció, sin embargo, una muy irregular distribución internacional, exhibiéndose de modo tan breve como tardío en Estados Unidos, mientras que en otros mercados directamente ni llegó a estrenarse. Tal el caso de Argentina.
Hubo que esperar cuarenta años para que Otelo tuviera el relanzamiento internacional que merecía. Fue en 1992 que Beatrice Welles, una de sus hijas, dio con los negativos originales en un galpón perdido, la acondicionó y la reestrenó, con toda pompa. Esa copia es la que por estos días presenta, en video y en lo que constituye un pequeño acontecimiento, el sello Epoca. Al frente de su grupo, el Mercury Theatre, Welles montó, en teatro, innumerables versiones de Shakespeare hasta casi agotar el catálogo. En cine, sus Shakespeare se reducen a tres. El último de ellos, Campanadas de medianoche, lo filmó en España a mediados de los �60, mientras que las otras dos, realizadas en continuidad, constituyen, de hecho, un díptico. La primera fue Macbeth, filmada a toda velocidad y por sólo un puñado de dólares, en 1947. De inmediato, Welles se abocó a la realización de su Otelo, que resultaría infinitamente más larga y complicada de lo previsto. 
Las dilaciones en el montaje final de Macbeth habían convertido al realizador de El ciudadano en todo un anatema en Hollywood, iniciando ese mismo año un exilio europeo que se extendería por una década. Resuelto a seguir adelante a como diera lugar, Welles no tuvo que esperar demasiado para encontrar la ocasión. Así se lo contaba, años más tarde, a Peter Bogdanovich: �Un poderoso productor italiano llamado Scalera mostró interés en financiar mi producción de Otelo, y firmamos contrato. Reuní a mis actores, al director artístico Alexandre Trauner y a mi equipo italiano, y nos dirigimos a la ciudad de Mogador, en Marruecos, para comenzar el rodaje. (...) Dos días más tarde recibimos un telegrama que decía que el vestuario no llegaría, porque aún no estaba completado. Al día siguiente llegó otro telegrama, diciendo que todavía ni habían empezado a confeccionarlo. Y después un tercer telegrama, anunciando que Scalera se había declarado en quiebra. Me encontraba con una compañía de cincuenta personas en el norte de Africa y sin dinero. Teníamos cámara y película, pero ¿cómo puede filmarse Otelo sin el adecuado vestuario?�.
La respuesta de Welles fue firmar por su cuenta, dónde, cuándo y cómo fuera posible. Esto significó cambiar tres veces de Desdémona y dos de Yago, además de utilizar media docena de directores de fotografía, en escenarios tan diversos como Marruecos, Venecia, Frankfurt y la Toscana. De tal modo que Welles podía filmar un plano hoy en una ciudad africana, y el correspondiente contraplano años más tarde, en una villa italiana. Resulta pues un verdadero milagro, o consecuencia del genio de su autor si se prefiere, que de ese caos haya salido un film que puede considerarse bien a la altura de su obra. A causa de los problemas de rodaje, que obligaron a Welles a abreviar planos a destajo para que nadie notara la diferencia de vestuario, actores y escenarios, Otelo se caracteriza por un montaje veloz, hechos de trozos de escenas más que de escenas en sí. Pero Welles supo hacer de limitaciones virtud, dando al relato entero la forma de una red espesa y laberíntica, llena de sombras, oscuridades y contraluces, que no hace más que reproducir la tela de intrigas que Yago teje para atrapar a Otelo. A quien encarna, bien embadurnado en betún, él mismo. Y todavía, en medio de ese caos, le sobra el suficiente sentido de construcción como para hacer de su relato un círculo implacable. 

 

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