Presentimientos
Por Juan Gelman
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El vuelo y la reproducción de la vida en movimiento fueron, entre otras, dos obsesiones tempranas del siglo XV europeo. La primera encarnó en Leonardo da Vinci: su estudio de las maniobras aladas de los pájaros le encendió la idea de una máquina voladora que, como las aves, se apoyara en la resistencia del aire. Diseñó el aparato, que tiene en el papel extrañas semejanzas con un helicóptero moderno. No había en el Renacimiento técnica capaz de construirlo.
Al veneciano Giovanni da Fontana le interesaba lo que terminó como fotografía primero y cinematografía después. De él se conserva un manuscrito del año 1420 en el que dibujó un personaje envuelto en una capa que sostiene una lámpara cilíndrica con una figura pintada en el vidrio: un diablo diminuto que exhibe alas, cuernos y pezuñas. Proyectada en una pared, la figura se agrandaría de manera amenazante. Una oscilación de la llama de la lámpara podría haber creado la sensación de que el diablo se movía. Eso no asustaría a un espectador de hoy, a quien la concepción, el artefacto y el diablito parecerían productos de mentes primitivas. Pero ocurre que la criatura imaginada por Da Fontana guarda un curioso parecido con ET, el extraterrestre simpático que inventó Steven Spielberg. Y el principio básico �agrandar una representación pequeña mediante su proyección� es el mismo en los dos casos.
En 1659 el holandés Christian Huygens �astrónomo, físico, matemático� dio un paso importante hacia nuestra contemporaneidad. Inventó una linterna mágica basada en un sistemas de lentes y espejos que permitían proyecciones perfectas de una imagen, sistema que dos siglos después se tornaría indispensable para la fotografía y luego para el cine. Este renacentista que elucubró la teoría ondulatoria de la luz descubrió un satélite de Saturno, acuñó el principio que lleva su nombre y que todavía facilita el estudio de diferentes fenómenos ópticos, quiso también dar cuerpo a lo aterrador que fascinaba a Da Fontana. Un coetáneo describe su linterna mágica como �la maquinita óptica que muestra en la oscuridad, sobre una pared, espectros y monstruos tan horrendos que quien no conoce el secreto cree que son obra de la magia�.
Huygens hubiera ido más lejos, movido por la voluntad de apresar figuras en movimiento. Uno de sus esbozos revela ambiciones que estaban muy por delante de la viabilidad tecnológica de la época: consiste en una serie de imágenes sucesivas de un esqueleto que mueve su calavera, se inclina y uno de sus brazos cambia de posición. Esta intentona de visión continuada de un desplazamiento sólo comenzaría a concretarse en el siglo XIX, pero había incubado ese día de diciembre de 1895 en que los hermanos Lumière mostraron cine por primera vez cobrando entrada.
Y luego apareció lo que se dio en llamar �panorama�, una tela pintada que se adosaba a una pared cilíndrica y que desarrollaba un paisaje. El espectador, de pie en el centro de tal ámbito, giraba 360 grados y recorría toda la pintura con la vista. El artista escocés Robert Barker fue autor de la primera experiencia; en 1788 exhibió una perspectiva de la ciudad de Edimburgo, cargada de ilusiones ópticas, y no tardó en incursionar en la representación de batallas de las guerras napoleónicas.
La forma circular resultó muy apropiada para crear las sensaciones sucesivas de un combate. En 1802 Barker montó un panorama de la batalla naval de Copenhague e invitó al triunfador, el almirante Nelson, a observarlo y verificar su precisión. �Es la pintura de un hecho más exacta que conozco�, escribió al pintor. Y agregaba una curiosa reflexión: aconsejaba a Barker �tomar en cuenta el cambio de posición de los buques en el lapso de una hora y media, período de tiempo que, a mi juicio, la pintura debe abarcar�. Estaba pidiendo cine sin saberlo.
A mediados del siglo XIX el panorama se convirtió en una suerte de mural portátil contenido en dos rollos que desplegaban lentamente ante el espectador un paisaje, una batalla, o el Via Crucis de la tela al ser desenrollada. El desenvolvimiento de este relato pintado solía tener la compañía de comentarios verbales, música, humo de verdad si se trataba de un combate, y aun efectos sonoros. El yanqui John Banvard trasladó el paisaje que corre junto al río Mississippi a un panorama de esta clase que tenía 370 metros de largo. Tales espectáculos fueron muy populares en la Argentina de principios del siglo XX.
Como Leonardo el vuelo humano, Giovanni da Fontana y Christian Huygens presintieron el ineludible nacimiento del cine. ¿Presagiaron algo más? La insistencia en visitar el horror con sus experimentos tal vez reflejaba el que latía ya en las entrañas de la modernidad y dio frutos tan espantosos como Hiroshima y la Shoah.
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