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Por Mario Wainfeld

Diagnóstico reservado 

Desde luego, las dos partes se atribuyen mutuamente todas las responsabilidades. Fernando de la Rúa mismo y algunos funcionarios de primer nivel achacan a Carlos �Chacho� Alvarez haber escuchado de labios presidenciales el diseño del nuevo gabinete el miércoles y haber guardado un silencio traducible como aceptación. En tiendas chachistas se afirma que el Presidente nunca transmitió a su (hasta entonces) vice la totalidad de los cambios, que De la Rúa sabía que eran indigeribles y que �por añadidura� los aderezó con algún comentario burlón diciendo que �Patricia Bullrich es del Frepaso�, lo que a Chacho le sonó como un gaste insoportable.
La �versión De la Rúa� dice que el Presidente �consultó� a Chacho. La �versión Alvarez� dice que le presentó un hecho consumado. La diferencia no es menor pero tampoco abismal. Lo real es que los dos líderes de la Alianza no tuvieron jamás un diálogo en el que se dijeran todo lo que pensaban el uno del otro y todo lo que estaban dispuestos a hacer. En el que De la Rúa le advirtiera a Alvarez que estaba cansado de escucharlo por radio y que �por el bien de la Alianza� iba a hacer un gesto público de ratificación de liderazgo. Que pensaba ascender a Alberto Flamarique, que buscaba un gabinete más delarruista porque percibía que el doble comando del gobierno debilitaba su accionar. 
Por su parte, el vice jamás le contestó que estaba a punto de renunciar y que el equipo de gobierno que se anunció el jueves equivalía a su retiro de la Alianza. 
En una situación límite, las dos cabezas del poder no terminaron de franquearse, de decirse cara a cara lo que salía en los diarios. Ese dato da cuenta de cuán bajo había caído su confianza mutua y también de la desaprensión con que ambos jugaron el futuro de la Alianza. En sus respectivos y diferentes estilos (�Chacho no habla cuando se enoja, De la Rúa siempre habla con medias palabras�, describe uno de los pocos funcionarios que dialogó con ambos) jugaron con fuego y ambos perdieron si su finalidad era la que prometieron al electorado: un novedoso gobierno de coalición por cuatro años. De la Rúa se quedó con todo el paquete del gobierno y Alvarez en el llano con su prestigio invicto. No es poco en ninguno de los dos casos, pero se supone que es bastante menos de lo que pretendían. Y prometieron.
De la Rúa y Alvarez salieron a explicar que la Alianza sigue vivita y coleando. Afirmación que transita una estrecha cornisa entre la ilusión desmedida y la mentira. Niega un dato archiconocido: la presencia de Alvarez (esto es, del Frepaso) en el Gobierno fue, desde que éste aceptó integrar la fórmula de la Alianza, una clave ineludible de la coalición. Su salida es un golpe al corazón que hoy la deja al borde de la agonía. Tanto así que cuesta imaginar, aun en el plano de la fantasía, otro futuro que el Frepaso en la oposición y la UCR (a esta altura podría decirse, un sector de la UCR) en el Gobierno. 

La mochila presidencial

Ambos comparten culpas por no haber dialogado a fondo. Sobre el resto está claro que las responsabilidades más vastas recaen en la mochila presidencial. De la Rúa demoró fenomenalmente los cambios del gabinete y los resolvió desoyendo buenos consejos y escuchando sólo otros, salidos de su riñón más íntimo. �A la hora de la verdad el Presidente sólo confía en su familia, que está compuesta por sus hijos y (Fernando) De Santibañes�, explica-bromea siempre una figura aliancista de primer nivel que se supone cuenta con su confianza. Y en este caso, esa descripción se corroboró. El último trazo del gabinete presentado el jueves fue resuelto por consejo del hijo presidencial Antonio y del jefe de la SIDE. Su objetivo, reforzar el poder presidencial. Su llave maestra: negar la existencia del escándalo del Senado y, ya que estaban, ascender a Alberto Flamarique. Una decisión que le habían desaconsejado docenas de veces el ministro del Interior Federico Storani, la vicejefa de Gobierno porteña Cecilia Felgueras y Raúl Alfonsín. Y que �era público� Alvarez rechazaba de plano. 
Esa movida se agravó con la sobreactuación festiva de Flamarique durante la jura, la ovación que le prodigaron en el Salón Blanco y que contrastaba con la cara de odio de Alvarez y la mufa apenas disimulada de Storani y Alfonsín por el desplazamiento de Ricardo Gil Lavedra. 
El viernes fue un día que pareció un semestre y cuya crónica cualquier lector avisado conoce. La renuncia de Alvarez cayó como una bomba en la Rosada. El Presidente no podía creer lo que oía. Cual aprendices de brujo, quienes le habían aconsejado �fortalecerse� mostraban desazón y desconcierto ante un desenlace que habían propiciado. �No midieron lo que hacían. Obraron como amateurs�, despreciaba una alta fuente del Gobierno. Lo que no tuvieron en perspicacia, les sobró en obstinación. Fueron también Antonio, el Señor Cinco y la flamante ministra Patricia Bullrich los que se opusieron durante horas a un gesto de descompresión de libro: la renuncia de Flamarique. Chocaron con los firmes reclamos de José Luis Machinea (quien exigía no romper todos los puentes con Alvarez), Storani y otro De la Rúa, Jorge. Los flamariquistas se oponían a �mostrar debilidad�. �La debilidad ya se produjo, es la renuncia. Ahora hay que atenuar las consecuencias�, replicó Storani. Sobre la postura del ex ministro de Trabajo e hiperfugaz secretario general, los relatos difieren. Flamarique mismo y fuentes cercanas al Presidente dicen que ofreció su dimisión. Fuentes de Economía y de Interior aseguran que la resistió hasta que el Presidente se la exigió.
Fernando de Santibañes, quien transitaba con aire decontracté y sin corbata en una Rosada donde el aire se cortaba con tramontina, también se puso a disposición del Presidente. Pero éste le dijo que no, aunque su permanencia en el Gobierno tiene plazo fijo: durará hasta tanto termine de dar explicaciones en la Justicia sobre los fondos reservados de la SIDE. Explicaciones que no develarán enigma alguno, porque los fondos reservados se gastan sin contrapartida de rendición de cuentas. Como fuera, para Navidad como máximo el Señor Cinco será otro.

El nudo

�Premió a todos los sospechosos por las coimas: a Flamarique, a Nosiglia (con el nombramiento de Chrystian Colombo) y a De Santibañes. Y puso en Justicia a su hermano�, fue la lectura chachista de los cambios. En el Gobierno dicen que Colombo (como Bullrich) fue elegido por sus méritos de gestión y que De la Rúa no dialoga con �Coti� desde hace meses. Aún sin compartir totalmente el tremendismo de la visión del ex vice es innegable que el Presidente desdeñó el escándalo del Senado a la hora de renovar su equipo. Y que ese tema fue la divisoria de aguas que arrastró consigo al entramado de la Alianza.
De la Rúa niega el escándalo desde el vamos. Un ministro que le es fiel adhiere así a ese punto de vista: �lo que pasa es que a Chacho le conviene que el Gobierno sea sobornador�. Una lectura internista que omite un hecho esencial: le convenga o no al líder del Frepaso lo cierto es que �para la opinión pública y para la inmensa mayoría de los analistas políticos� el Gobierno �fue� sobornador, toda vez que las coimas existieron. Media incluso la confesión de Emilio Cantarero. No es una postura institucional seria llevar la discusión a los Tribunales (¡a los Tribunales de Comodoro Py que por tradición dilatan hasta las calendas griegas la elevación a juicio oral de expedientes que son cuestión de Estado!). Es un subterfugio político para no definir responsabilidades de la misma índole. Presionado por las circunstancias, de cualquier manera, el Presidente le bajará el pulgar a José Genoud (ver páginas 3 y 7). Pero no irá más allá como exige Alvarez. 
Ese debate es el real fondo del enfrentamiento entre ambos. Y en él, sencillamente, uno tiene razón y el otro no. El lector tendrá su parecer. Las encuestas que el Gobierno encarga con fruición dicen que casi el 100 por ciento de los argentinos comparte la perspectiva del ex vicepresidente.

El consejo de Corach

Durante la minicumbre entre Menem y De la Rúa, Carlos Corach le regaló un buen consejo al Presidente: �No hay solución buena para esta crisis si de ella no participa el Chacho�. El ex ministro del Interior no es precisamente un filántropo ni un aliado de Alvarez. Su advertencia aludía a una sabiduría de la política, el arte de sumar, de contener a los aliados. De la Rúa prefirió sobreactuar su decisión aconsejado por novatos en la política. 
Lo mal que hizo. Se encuentra hoy día en una situación patética: 
Su gobierno no expresa la vastedad de la Alianza ni contiene siquiera a todo el radicalismo. 
Su persistencia en negar el escándalo senatorial va a contrapelo del deschave cotidiano de nuevas tropelías de los legisladores. 
El ministro supuestamente más favorecido por los cambios, Machinea, tiene dos problemas. El primero es el record mundial de Argentina, casi el único país del orbe que no crece sin que Economía pueda resolver ese drama o al menos explicarlo. El segundo es la pérdida de Alvarez, estimado por �Machi� como uno de los políticos más dúctiles y productivos del Gobierno.
Los tiempos vaticanos que se propone para terminar de eyectar a De Santibañes no coordinan necesariamente con la crítica pública y mediática al jefe de los espías y con el anhelo del juez Carlos Liporaci de agregar a su nómina de imputados (que por ahora incluye sólo a los que se supone cobraron las dádivas) alguno de los sospechosos de haber pagado.
Todo induce a pensar que el bloque de diputados, que ya tenía sus rebeldes y remolones, no va a funcionar como un violín tocando la partitura del Ejecutivo.
Poner en las espaldas de la única ministra del Frepaso la estabilidad de la Alianza es un exceso de optimismo. La foto que se sacaron ayer De la Rúa y Graciela Fernández Meijide es más sencilla de obtener que los recursos que el Gobierno viene mezquinando a Desarrollo Social. A la hora de pelear plata (que es ésta aunque los nubarrones políticos la hagan invisible) la ministra será inexorablemente débil, con la sola fuerza de ser la llave de la coalición. Una situación enrarecida, de difícil solución. A menos que se dé un improbable giro a la política económica y se vuelque dinero a una repartición que viene siendo una cenicienta del presupuesto. Lo que desataría las broncas de la poderosa ala liberal del oficialismo.

División de bienes

El vice eligió la ética de las convicciones y se desligó de un Gobierno que no soportaba más para poder continuar su lucha contra la corrupción política, desde el lugar que mejor conoce y más le gusta, el llano. Perdió poder institucional, pero eso no lo desvela. Vuelve a su territorio, caminando por la calle, de cara ante �la gente� tras haber hecho un gesto de desprendimiento inusual en la clase política. Está en un lugar peliagudo, el futuro es un misterio abierto, pero seguramente en este fin de semana no se reprochará lo que hizo.
Todo sugiere que sí lo hará un Presidente que por meses fue sumiso ante los organismos internacionales, las empresas privatizadas, el establishment financiero, �los mercados� y muy dubitativo frente a la corrupción senatorial. Y que, enfurecido y obsesionado por la interna, maltrató a su socio, para demostrar poder. Lo logró por un lapso de horas y a un costo sideral. Enardeció a su (ex) vice y llenó de furia al presidente de su propio partido. Y puso a la Alianza (una herramienta de gobierno que necesita como el aire) en una situación que �para no ser apocalípticos� es de diagnóstico reservado. 


 

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