Por Eduardo Febbro
Desde París
El documental de Goran Markovic, �Los resistentes de la sombra�, es a la cultura política de la oposición yugoslava lo que �La hora de los hornos� fue para la izquierda argentina y latinoamericana. Comprometido desde muy temprano en la lucha contra el poder de Milosevic, Markovic realizó un punzante documental �clandestino� en el que narró las revueltas que sacudieron al régimen de Milosevic en junio de 1999. El director de cine dejó de lado las manifestaciones en Belgrado para concentrarse en las pequeñas localidades del centro de Serbia, es decir, los puntos donde empezó realmente a fisurarse el poder supremo de Milosevic y su corte. En esta entrevista con Página/12, Markovic revela los aspectos más ocultos de la caída del mito, al tiempo que analiza los factores que la hicieron posible.
�El derrumbe del régimen de Slobodan Milosevic pareció venir de golpe, como por arte de magia. Paralelamente, es imposible no tomar también en cuenta la propia ceguera de Milosevic. Parece haber avanzado solo hacia su propio abismo.
�Pienso que Milosevic llegó a un punto en que fue incapaz de ver lo que tenía enfrente, es decir, la realidad. Milosevic era un hombre aislado por su propio entorno, una suerte de círculo de aduladores que le debían lo que eran. En el centro de ese sistema estaba su mujer, Mira, la cual, junto al grupo de fieles, formaba el muro de contención. El último discurso que pronunció en la televisión fue lamentable, grotesco, daba pena. Su fin, ese fin que los manifestantes clamaban en las calles, ya estaba retratado ahí. Milosevic denunciaba un supuesto complot fomentado en el extranjero a la vez que fustigaba a la oposición interna acusándola de estar pagada por la OTAN. Milosevic había perdido el hilo de la realidad y era incapaz de aceptar la verdad tal como era. El otro elemento determinante fue el miedo: la gente perdió el miedo que tenía y empezó a creer que era posible terminar con Milosevic. Poco a poco las manifestaciones fueron subiendo de tono: primero se denunció el sistema, después el fraude electoral y al final la gente terminó pidiendo la cabeza de Milosevic. Quienes pensábamos que el pueblo estaba amordazado, que era presa de una suerte de resignación que lo paralizaba, nos equivocamos. La transformación fue como un relámpago y la protagonizó la misma gente. Entre el domingo y el lunes, es decir cuando se anunció que Vojislav Kostunica había ganado, la realidad cambió. Para hacer una comparación, lo que ocurre hoy en Belgrado me recuerda las jornadas del �68 durante la Primavera de Praga. En aquellos años yo estudiaba cine en Praga y lo que veo ahora en Belgrado se asemeja mucho: hay la misma mezcla de entusiasmo, de idealismo y de irrealidad. Milosevic perdió en la calle. Estamos reencontrando el camino que nos conduce a la civilización.
�Volviendo a su documental, las provincias serbias jugaron un papel predominante. Si se compara hoy la actitud de la capital con respecto a la de las provincias del centro se hace obvio que esas localidades empezaron antes que nadie el trabajo de demolición.
�Es efectivamente así, tanto más cuanto que, cuando fui a filmar a esas provincias después de los bombardeos de la OTAN, lo primero que me sorprendió fue constatar que, contrariamente a lo que yo creía, esa gente, en lugar de ser conservadores de provincia o ciudadanos estáticos, eran la vanguardia del combate contra el poder central de Milosevic. La gente no estaba manipulada por el régimen, no obedecía ciegamente a su doctrina. Creo que eso se debe a las consecuencias de la situación política. El poder de Milosevic se concentraba esencialmente en la capital, cuya sociedad civil fue aplastada durante los 13 años del régimen. La ciudadfue perdiendo paulatinamente una gran parte de sus ciudadanos activos y se pobló de mafiosos y de toda una categoría social que vivía a expensas del régimen. En los últimos 13 años hubo un enorme éxodo de estudiantes, ingenieros e intelectuales que se fueron a otros países a buscar un porvenir mejor. En total, Belgrado perdió más de 400.000 habitantes. Frente a esto, la provincia conservó códigos más estables, si se quiere más morales. La gente era menos influenciable y por eso resistió más y mejor. Las provincias serbias empezaron a oponerse al régimen hace más de cuatro años. De alguna manera, fue como si la Serbia profunda hubiese tomado la capital.
�Ahora viene un período duro, lleno de esperanzas y también de venganzas y de cuentas pendientes. En un país con varias años de guerra a cuestas y un embargo internacional de consecuencias severas, la reconstrucción no será nada fácil. ¿Cómo ve usted este período que se inicia ahora?
�Una vez que la alegría de la victoria haya pasado habrá que poner la cosas al día con el pasado. La revuelta popular, ese extraordinario movimiento civil que derrumbó el régimen, no es más que el comienzo de un proceso de toma de conciencia. Opositores y aliados del régimen tendrán que pensar en serio en todo lo que se hizo y no se hizo durante todo ese largo período. Yo me incluyo en ese examen porque nadie puede estar seguro hoy de que hizo lo que debía. Ese examen de conciencia es capital para el futuro del país. El cambio de un poder por otro no basta. Sería un error considerar que ahora hay que hacer como un borrón y cuenta nueva, que todo lo ocurrido fue por culpa de Milosevic. Sin embargo, se puede decir que la rebelión es irreversible. El régimen de Milosevic se acabó.
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