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FERRARI GANO EL TITULO DE F-1 TRAS 21 AÑOS
Sentimiento que se corre

Los hinchas desplegan una bandera de Ferrari en la tribuna: en todas las pistas del mundo son mayoría.
El campeonato conseguido por Michael Schumacher cierra un período oscuro para la marca más amada del mundo.

Por Pablo Vignone

t.gif (862 bytes)  Desde el 9 de setiembre de 1979 a ayer, pasaron exactamente 7700 días. Con varias desgracias entretanto. Desde aquella tarde soleada de Monza, en la que Jody Scheckter paseó hasta la meta con Gilles Villeneuve haciendo de insigne guardaespaldas, hasta esta llovizna impía pero sanadora de Suzuka, hubo de transcurrir miseria, caída, desesperación. Veintiún años y un mes sin que un piloto que manejara una Ferrari, la máquina de carreras por excelencia, estacionara en el Olimpo del fierro. Y por fin, la victoria. Largamente esperada, costosamente amasada. Esta de Michael Schumacher y su banda no fue la restauración del rojo punzó sino la del rojo Italia. La de un sentimiento que recorre el mundo del automovilismo y se enanca en un grito de gloria: ¡Evviva la Ferrari!
En Maranello celebraron y recordaron a Enzo FerrariDesde la muerte del Drake, como lo conocían también a Enzo Ferrari, en agosto de 1988, la casa de Maranello se desbarrancaba en un precipicio burocrático, mientras la vanguardia tecnológica se deslizaba inexorable hacia la isla británica de Williams y McLaren.
No pudieron en 1982 ni Gilles Villeneuve, sometido a la traición del maquiavelismo ferrarista, ni Didier Pironi, alcanzado por la justicia divina. No pudo en 1985 Michele Alboreto, ni con esfuerzo de albañil. Ni siquiera pudo Alain Prost, liquidado en la primera curva de Suzuka, hace exactamente diez años, por la siega altanera de Ayrton Senna, justo cuando la tutela de Fiat y su universo ejecutivo parecía liquidar el desvelo de millones de hinchas en todo el mundo.
Una operación prohibitiva intentó poner a Ferrari de nuevo en pie en 1993, bajo la batuta de Luca de Montezemolo, un hijo dilecto de la península: si Gianni Agnelli es el rey, Di Montezemolo es el príncipe heredero. Pero el organizador de Italia ‘90 comprendió pronto que no bastaba sólo con técnica. Y muerto Senna, a quien tentó antes de su accidente fatal, sólo quedaba Schumacher en vela.
Di Montezemolo alumbró una idea magnífica: supo que Ferrari, pese a todo, seguía siendo siempre Ferrari. Y supo el valor del prestigio que destilaba el Cavallino, y que con él los recursos brotarían fértiles. De los 250 millones de dólares anuales de presupuesto de la Scuderia, sólo 55 millones salen de las arcas ferraristas. Todo lo demás llega atraído por el glamour de la marca. El sponsor principal de la Scuderia aportó para esta campaña 2000, unos 65 millones.
Con ese dinero, Ferrari le pagó ya 130 millones de dólares a Schumacher y armó el equipo en torneo al alemán, contratando a sus técnicos predilectos, sacrificando a los segundos pilotos –primero Eddie Irvine, este año Rubens Barrichello– protegiéndolo o incluso retándolo: Di Montezemolo obligó por la fuerza a Schumacher a volver a correr después del accidente que le provocó la rotura de una pierna, luego de llamar a la mansión suiza del piloto y escuchar que la hija le dijera: “Mi papá está jugando al fútbol en el jardín, voy a buscarlo...”.
Cinco años de intentos coronaron en éxito orgánico. Ferrari no es sólo campeón en las pistas: desde hace cuatro años es el constructor de autos que crece a mayor ritmo, pese a fabricar sólo 4000 coches por año: la empresa facturó 600 millones de dólares en 1999, con una utilidad neta de 27 millones, y para el 2000 aumentó los precios de sus autos un 20 por ciento. El brazo de la empresa que controla el merchandising de la marca tiene ventas mundiales por 400 millones de dólares, una cifra que, con este título mundial, se espera duplicar.
“Ferrari es como una hermosa mujer que todo el mundo desea desesperadamente y con la cual es casi imposible concitar una cita para salir a cenar” imagina Di Montezemolo. Ferrari está enraizada de tal manera en la Fórmula 1 que es difícil concebir a esta última sin los coches rojos. Y desde la historia exitosa que arranca con José Froilán González y se cimenta en la bravura de tantos campeones –Ascari, Hawthorn, Phil Hill, Surtees, Lauda, Scheckter– la sensación más exactaes ésa. La de que Ferrari, en el fondo, no es más que un sentimiento que se corre. Y que gana.

 

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