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OPINION

Se equivocó usted, Señor Presidente

Por Mempo Giardinelli

Desde Boston, EE.UU.
Yo no creo que usted lea el Página/12, pero no tengo otro modo de dirigirme a usted. Y en esta escala circunstancial en la que me entero del sainete nacional que ha provocado su primer cambio de gabinete, Señor Presidente, siento la absoluta necesidad y urgencia de decirle lo que estoy seguro que mucha gente piensa: que se equivocó.
Porque su gobierno venía en crisis, pero en lugar de resolverla la profundizó. En vez de calmar las aguas tomando medidas que la realidad misma le cantaba, expulsando a un par de sujetos despreciados casi unánimemente y ejerciendo su autoridad para acelerar la limpieza de las cloacas del Senado, usted creyó (o se lo aconsejaron esos tinterillos, espías y cagatintas que le soplan a diario al oído) que al que debía poner en caja era a Chacho. Y así no sólo no resolvió la crisis sino que se quedó sin un vicepresidente leal. Porque Chacho le había sido leal como no lo será con usted ninguno de sus colindantes. Y eso por la sencilla razón de que Chacho, que tendrá sus defectos, es un tipo derecho en sus convicciones. Es chúcaro y duro de boca, y puede ser muy cabeza dura, pero no es traidor.
Usted se equivocó, además, porque confundió plazos con pachorra y estilo con necedad. No ejerció autoridad con los corruptos, algunos de los cuales disfrutan la tibieza de su ala. No ha espantado una sola mosca de las muchísimas que infestan la cosa pública. No tomó ninguna medida en el Senado y más bien obstaculizó todo lo que se pudo hacer para higienizarlo. Usted no quiere que se destape nada allí, es evidente. Usted insiste en que confiemos en esa Justicia en la que nadie cree, Señor Presidente, porque es la misma que echó a perder su antecesor.
Se equivocó además porque el discurso ético que le sentaba tan bien, dicho sea con verdad, se le traspapeló de golpe. No sólo porque no se reactiva la economía, y todo indica que seguirán bailando al son que les tocan de afuera, sino porque sus amigos ultraliberales seguirán haciendo negocios sucios porque lo tienen a usted para hablar de ética y a nadie que les exija un mínimo de coherencia. Por eso se fue Chacho, que se fue por la mejor razón que hay en el mundo y la única que enaltece –pero de veras– a una persona: para poder decir lo que siente y lo que piensa. Chacho le ha dado una lección que no creo que usted asimile, Señor Presidente, pero es una lección al fin y al cabo.
Yo los voté a los dos. Los apoyé e hice esfuerzos para que muchos argentinos descreídos confiaran en su gobierno. No soy nadie y mi palabra no significa gran cosa, pero yo estuve de su lado, apoyándolo y cinchando con toda modestia. Fui crítico siempre, eso sí, pero intentaba rescatar al menos la posibilidad de que algo cambiara para bien en la Argentina. Pero usted se equivocó muy fiero, porque entre liderar un verdadero cambio moral en la política argentina y sólo aparentar ser un Menem apenas más prolijo, usted eligió esto último. Y es una lástima. Porque con estas medidas que provocaron la digna renuncia de Chacho lo que usted hace es proteger y apañar a los senadores carroñeros; lo que hace es practicar el amiguismo al estilo menemista; lo que hace es fortalecer comportamientos mafiosos de una clase política que –con contadísimas excepciones– nos tiene de la náusea al vómito.
Si hasta la Oficina Anticorrupción ahora es previsible que deje de existir o la congelen. Me hace acordar a cuando Menem, también al comienzo de su mandato, destruyó lentamente la fiscalía en la que estaba el Viejo Molinas. Ahora hasta es previsible que se diluyan los Juicios por la Verdad, y los asesinos y apropiadores se sentirán más protegidos aún, y encima envalentonados como últimamente delatan sus cínicos discursos preñados de falsas pacificaciones y de reencuentros en los que ni ellos creen. Es evidente su simpatía hacia el poder militar, que, seguro, a la postre le va a comer los ojos, Señor Presidente. Usted ahora ha desperdiciado otra oportunidad histórica, porque confundió gordura con hinchazón e hizo todo –como decimos vulgarmente– para el lado de los tomates. Cuando se trataba de combatir las formas podridas de hacer política, usted las reanimó y ahora las lleva de la mano al triunfo. Todo esto es una lástima y no por usted sino por el país. Que está cansado y proclive a escuchar discursos oportunistas y demagógicos capaces de prender en la pobre inocencia de la gente. Si así fuera vamos a vivir tiempos muy feos y yo quiero decirle que usted será uno de los responsables, como lo es sin dudas y para siempre su antecesor, al que usted tanto se está pareciendo. Ojalá en estos miedos me equivoque yo. Pero que no se diga que a usted no se lo dijeron.

 

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