La Corporación
lo va a triturar a Chacho. No va a poder contra la Corporación,
comenta el amigo de Menem con el melancólico realismo del
que ha visto cocinarse demasiadas conspiraciones. Viejo peronista
que en el pasado ha participado de las grandes luchas, el hombre
sabe valorar la belleza de un gesto. Especialmente de los gestos
que considera inútiles. El autor de esta nota la escucha
atentamente y se pregunta si tendrá razón. Si no existirá
algún mecanismo idóneo para derrotar a la Corporación.
La Corporación equivale a eso que en la Venezuela anterior
a Hugo Chávez se llamaba el Cogolo: los dos grandes
partidos erigidos en oligarquía política, que administraban
el Estado y los negocios que pueden hacerse a su sombra, en sabrosa
concupiscencia con el poder económico local y foráneo.
Mientras el soberano los miraba hacer desde la miseria de los cerros.
En Venezuela el primer país de América latina
donde Estados Unidos logró meter su concepción binaria
de la democracia, el Caracazo de 1989 hizo volar el Cogollo
por el aire, el presidente Carlos Andrés Pérez terminó
destituido y preso y una nueva forma de democracia, tumultuaria
y malentendida por los observadores, llevó al poder a un
nuevo líder popular sólo procreable en el Caribe:
un paracaidista que no sólo lee a Gramsci, sino que además
lo entiende y sabe que la hegemonía se construye con el consenso.
Desde la base de la pirámide. En la Argentina, la Corporación
es una rosca entre núcleos dirigentes de los dos grandes
partidos, el radical y el justicialista, que se retroalimenta con
pactos ostensibles o secretos, divide los beneficios inconfesables
que proporcionan las principales leyes y como cualquier estructura
mafiosa preserva a sus integrantes de los castigos que deberían
merecer sus actos de corrupción. La crisis del Senado disparada
con encomiable valor por Antonio Cafiero es una muestra importante
de cómo funciona la Corporación, pero dista de ser
la única. Tanto en el gobierno de Raúl Alfonsín
como en el de Carlos Menem, Alfredo Yabrán tenía a
sueldo a legisladores de los dos principales partidos que cobraban
10 mil pesos por mes, por no hacer nada, simplemente por si en algún
momento los precisaba. Durante el menemismo, los beneficios de ciertos
negociados descendían milagrosamente por el palo mayor de
la Carpa y llegaban en forma de sobresueldo (literalmente un sueldo
extra adentro de un sobre) a la oficina de muchos funcionarios que
no habían participado directamente en el arreglo, pero eran
premiados por su lealtad y su silencio. Algo parecido a la represión
clandestina que unificaba en un pacto de sangre a todos los integrantes
de las Fuerzas Armadas, desde los comandantes hasta los cabos. La
Corporación, además, se redondea con jueces corruptos,
periodistas chiveros, obispos que reciben buenas limosnas, militares
que venden hasta el uniforme y empresarios que, aun con un Estado
desmantelado por ellos mismos, siguen viviendo al calor de las concesiones
y complicidades del poder de turno. La Corporación tiene
intereses transversales (como se dice ahora) a los de las banderías
políticas y eso explica entre muchos otros ejemplos
la sociedad entre Enrique Coti Nosiglia y Luis Barrionuevo,
el asesoramiento que Jorge Castro puede prestarle tanto a Menem
como a Fernando de Santibañes y el no desmantelamiento, claro
y rotundo, de escandalosas concesiones de la era anterior como el
Proyecto de los DNI a cargo de la Siemens. La idea frentista (expresada
en nucleamientos sucesivos: Frente del Sur, Frente Frande, Frepaso)
nació justamente como una alternativa limpia de compromisos
frente a la cordial entente de una clase política cada vez
más alejada de los principios reivindicativos que dieron
origen a los dos grandes partidos populares (la UCR y el PJ). Y
en 1995 ese nuevo espacio, nacido en gran medida de la audacia de
Chacho y sus compañeros del Grupo de los Ocho, fue premiado
con cinco millones de votos. Muchos más de los que sacó
aquel radicalismo terminal de Horacio Masaccesi. Radicalismo que
volvió a crecer, con la savia nueva que le aportó
la Alianza, hasta alimentar la idea (del Coti y otros más)
de que se podía forrear alegremente a los compañeros
de coalición. Con su espectacular renunciamiento, Chacho
ya les ha demostrado que esto no esposible. ¿Pero alcanza
para rescatar al país del marasmo en que se encuentra? Evidentemente
no. Porque a la situación del viernes se llegó en
buena medida por los errores cometidos por el propio Chacho en el
modelo de construcción del Frepaso. Una estructura vertical
y mediática, sometida excesivamente a las intuiciones (muchas
veces brillantes de su jefe), antes que a la construcción
rigurosa de ese nuevo espacio que la escena política reclama:
un movimiento que restablezca el nexo entre representantes y representados,
haciéndose cargo de la devastación económica,
social y moral que padece la Argentina. Un movimiento que haga de
la política algo distinto del pragmatismo de los resignados
y los sinvergüenzas; una ingeniería social que solucione
los problemas perentorios de las grandes mayorías, asumiendo
sin temor la inevitable contrariedad de los poderosos. Chacho se
ha colocado en una inmejorable posición para liderar ese
espacio. Puede viajar de nuevo en colectivo y cosechar besos y aplausos,
pero sólo logrará derrotar a la Corporación
si cambia radicalmente el modelo de construcción de su propia
fuerza. Así como la Alianza fue indispensable para derrotar
al menemismo, hoy es fundamental lo que pueda ocurrir con el Frepaso
y su relación articulada con la base social. Los radicales
honestos, que los hay, se sumarán como muchos peronistas,
cuando vean los resultados concretos.
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