Por
Andrew Graham-Yooll
Este mes el Reino Unido sancionó su nueva ley de derechos
humanos. ¿Cómo se llegó hasta aquí?
Abogados y juristas británicos participaron en la redacción
de la Convención Europea de Derechos Humanos. Se creó y
se firmó el acuerdo legal. Pero no fue hasta los años sesenta
que un ciudadano británico pudo peticionar ante la corte europea
por un caso de derechos humanos. Nunca pensamos que el público
británico lo necesitaría. El gobierno de turno no podía
imaginar circunstancias en las que los británicos pudieran necesitar
tener acceso a la Corte Europea. Opinábamos que no necesitábamos
esas cosas, que nuestra Justicia funcionaba bien. Tomó tiempo que
se le hiciera saber a la ciudadanía británica que hay casos
en que los presos deben tener más contacto con sus abogados. Hubo
muchas apelaciones surgidas de los Problemas en Irlanda del
Norte, que fueron a Europa. Eran protestas contra los métodos de
interrogación de sospechosos y por trato inhumano a detenidos en
los años setenta y ochenta. Pero el problema era que el procedimiento
tardaba seis años. La ley británica requería que
se agotaran las instancias domésticas antes de ir a Europa. Eso
se debió a que no habíamos incorporado la Convención
europea a la legislación británica. En los años ochenta
se intensificó la campaña para revertir esto. El establishment
resistió el cambio, naturalmente. Lo que modificó la resistencia
al cambio fue que un número creciente de abogados y jueces opinaron
que las instituciones judiciales en un país moderno debían
ofrecer la posibilidad de apelar o de llevar una causa a Europa. Esa cambio
de opinión coincidió con que el lenguaje de los derechos
humanos se hacía cada vez más internacional y cada vez más
presente en la Justicia. A mí me tocó presidir el grupo
Carta 88 (Charter 88) durante cinco años, a partir
de la elección de 1992 (cuando el conservador John Major derrotó
al laborista Neil Kinnock). Me pareció entonces que un futuro gobierno
laborista tenía que incluir en su manifiesto una reforma constitucional,
que era lo que proponía Carta 88, que incluyera una amplia modernización
de la Justicia, la reforma de la Cámara de los Lores y una ley
de derechos humanos, entre otros cambios. Uno de los principales reclamos
fue el otorgamiento de autonomía a Escocia, Gales e Irlanda. Escocia
y Gales obtuvieron su autonomía en setiembre de 1998.
Pero se tardó bastante en lograr una ley de derechos.
Sí, pero lo bueno es que en octubre tenemos una ley de derechos
humanos. (El primer ministro) Tony Blair cumplió con la promesa
de crear nuevas leyes cuando llegó al gobierno. Hubo demoras en
su introducción efectiva porque fue necesario encarar un programa
amplio de entrenamiento. Durante los últimos dos años se
entrenó a la policía y las fuerzas armadas en el concepto
de derechos de las personas. Todos los intendentes, jueces y funcionarios
tuvieron que pasar por una etapa de entrenamiento para entender las implicancias
de la nueva legislación. Va a ser interesante observar el impacto
en el sistema legal. Suponemos que va a haber problemas al comienzo. Seguro
que alguien va a reclamar el derecho de tirar la basura en la calle, o
algo así. Eso va a ser bueno para llevar al límite la paciencia
de los demás. Lo importante es que como sociedad hemos aceptado
las normas de derechos humanos y esto nos coloca en un plano de igualdad
con Europa. Es un maravilloso paso adelante.
Y como resultado del proyecto usted fue convertida en baronesa.
Sí, el gobierno me condecoró con un título
que es por vida, nadie hereda mi título de baronesa, y me invitó
a lograr la aprobación en la Cámara Alta.
Bueno ¿qué sucede en la Cámara de los Lores?
¿Cómo va a disolver algo de lo que es parte?
No pienso disolverme por ahora. Ha sido un proceso interesante.
La gente siempre va a quedar insatisfecha con la magnitud los cambios,
porque suceden o porque no son suficientes. Lo que hay que reconocer es
que el cambio en los Lores (algo como un Senado argentino) ya está
en marcha. Lo que ya ha sucedido en la Cámara Alta en Londres es
que se ha eliminado al factor hereditario, con la excepción de
90 miembros de la nobleza (de un total de casi setecientos títulos
hereditarios en el Reino Unido) que fueron elegidos por sus pares para
la transición mientras sigue el debate sobre la forma que tomará
la Cámara Alta. Por lo tanto, la Cámara de los Lores decidió
su situación actual democráticamente. Hay acuerdo general
en que debe existir una segunda cámara. Necesitamos una cámara
que pueda reflexionar sobre los efectos de la legislación. Una
de las ventajas de la Cámara de los Lores es la calidad del debate.
Yo quisiera ver una cámara elegida democráticamente, al
margen de algunas bancas que deberían otorgarse a Premios Nobel
o a la comunidad científica. Otros piensan que si es electa será
una simple réplica de la Cámara (baja) de los Comunes, y
no se pondrá distancia de la campaña netamente política.
La próxima etapa tendrá que hallar un consenso y determinar
los fines de una segunda cámara del Parlamento. Quizás en
un gobierno laborista reelecto. Hay mucho por superar. Nuestro sistema
político no incluye los intercambios de sobres, pero tenemos nuestro
propio estilo de corrupción que, es sabido, consiste en el otorgamiento
de favores por parte del primer ministro. Eso le da enorme poder. Los
títulos honoríficos son una forma muy británica de
recompensa para lograr apoyo político.
Así que ahora usted es parte del Establishment.
Sí y no. Mantengo un pie en la trinchera y el otro en el
oficialismo.
Y ahora preside el Consejo Británico... El laborismo se comprometió
a dar nueva vida a esa oficina cultural.
Creo que es una agencia vibrante dedicada a establecer nuevas e
importantes relaciones.
Pero tiene fuerte competencia de otras entidades europeas, como
la Alianza Francesa, o el Instituto Goethe.
Vemos a otras agencias culturales como socios en lo que hacemos...
¿Socios?
La labor estácada vez más dirigida a establecer puentes
entre Europa y otras partes del mundo. Al final de cuentas, es cierto,
al Consejo le interesan los contactos para el Reino Unido. Pero hay mucho
que hacemos en conjunto. El beneficio de los contactos culturales es que
pueden crearse sin mezclarse con la diplomacia. La diplomacia puede alcanzar
puntos ríspidos a nivel gobierno, pero nosotros podemos seguir
facilitando servicios de biblioteca y entrenamiento. Esto es útil
en situaciones como las que hubo entre Argentina y el Reino Unido, o con
Sudáfrica, donde la misma población negra nos pidió
que no nos fuéramos durante el apartheid, y ahora sucede con las
relaciones entre el Reino Unido y Burma, que no están en punto
fácil. Un aspecto del Consejo que es diferente al concepto de cultura
en otros países es que los británicos incluimos a la ciencia
en la cultura, a la formación para el buen gobierno y a la justicia
en lo que es nuestra cultura. La justicia es cultural. Puede sorprender
que una agencia dedicada a la enseñanza de idioma, las artes y
la educación, está involucrada en los derechos humanos,
hasta puede parecer confuso, pero es parte de una acción total.
¿No está teñida de resabios de imperialismo
colonial?
Tengo buena antena para este tipo de cosas y fue una de mis primeras
preocupaciones que no se nos viera con un remanente colonial. Pero no
lo es. Somos un conducto para la mutualidad, estamos dedicados al intercambio
y a las ideas. Pero ya no nos constituimos en autoridad moral en forma
alguna. Hemos fracasado en algunos aspectos, también en el campo
de los derechos humanos. Cuando uno trabaja con otros países hay
que estar dispuesto a reconocer dónde fracasamos, por ejemplo en
llevar la educación a los sectores más pobres. Hay cosas
que podemos enseñar y muchas que podemos aprender. De esto se trata.
Por lo tanto me dio enorme placer encontrar que en el Consejo se acepta
la idea de intercambio, sin proclamar que somos superiores o más
sabios. Nuestra labor es desarrollar la diplomacia cultural. La inclusión
social ha sido un desafío en muchos países. Es un problema
de todos. La globalización ha hecho que las diferencias entre ricos
y pobres sean más angustiantes, en América latina por cierto,
pero en Estados Unidos, el Reino Unido y otras partes de Europa también.
La naturaleza de la economía de mercado polariza las sociedades.
Por lo tanto, tenemos que apuntar a una mayor inclusión. Recientemente
presidí una comisión para investigación como reintegrar
a más gente en el sistema social, actuar contra la exclusión.
Los británicos han sido maestros de la exclusión...
Es cierto, pero ahora tenemos que superarlo, ofrecer mayores oportunidades
educativas para los hijos de la clase trabajadora. Hemos logrado un aumento
considerable en la enseñanza superior. Siempre fue una cosa elitista
en el Reino Unido. El desafío lo encaró el gobierno conservador
y ahora el laborismo. Hemos logrado que el cuarenta por ciento participe
de la enseñanza superior, que para nosotros es un crecimiento enorme.
Eliminaron el sistema de subsidios educacionales.
Es parte del rediseño educativo. El problema es cómo
financiar el crecimiento educativo. Por lo tanto los que tienen mayores
ingresos económicos tienen que pagar un arancel para los cursos,
que antes no pagaban. Los menos privilegiados no pagan. Y no hay dinero
para mantenimiento, eso ya no existe. Los jóvenes tienen que pedir
préstamos. Estamos en un mundo más difícil. Pero
también significa que la educación superior está
llegando a un sector mucho más amplio. Más gente tiene mayor
oportunidad.
Una reciente encuesta mostró que la violencia contra las
mujeres ha crecido en la Argentina en los últimos cinco años
y que va a seguir creciendo (Página/12, 7 de setiembre). Eso también
ocurrió durante la recesión bajo el gobierno de Margaret
Thatcher. Usted vino a Buenos Aires para dictar una conferencia sobre
Mujeres, justicia y derechos humanos en la Facultad de Derecho.
Suele ocurrir que los derechos para la mujer mejoran en las épocas
en que las cosas andan bien, y decaen en tiempos difíciles. Las
mujeres son más vulnerables. Eso puede verse históricamente
en Gran Bretaña a lo largo del siglo veinte. Durante la guerra,
las mujeres ingresaron a las fábricas. Cuando terminó la
guerra se proponía que volvieran a la cocina. Cuando creció
el desempleo la sensación era que las mujeres quitaban el trabajo
a los hombres. Todavía hay conflicto por la igualdad de salarios.
Buscamos nueva legislación que resuelva el problema. Las leyes
que igualaban los salarios datan de los años treinta. Y aquí
estamos, a 70 años de eso, y se puede estimar que las mujeres ganan,
en Inglaterra, aproximadamente setenta peniques por cada libra que gana
el hombre. Han habido unos pleitos espectaculares. La próxima sesión
del Parlamento tiene que legislar esto.
¿Qué actitud establece que la mujer deba ganar menos?
Tiene
su raíz en la idea de que el hombre gana el pan para el hogar y
el sueldo de las mujeres es suplementario. Claro que en muchos hogares
la mujer tiene el sueldo principal. No se justifica que la misma labor
reciba diferentes niveles de remuneración. Por lo tanto hay que
volver a considerar la noción de lo justo. Prevalece la costumbre
de no reconocer el trabajo de la mujer en comparación con el hombre.
El mayor problema surge cuando está a la vista que el valor del
trabajo es el mismo, como en el caso de fonoaudiólogos o fisioterapeutas
en un hospital. Los hombres perciben un sueldo más alto. En Inglaterra
acaba de culminar un juicio por un reclamo de igualdad de sueldos de fonoaudiólogos.
El problema está en que el mismo gobierno, al mismo tiempo que
proclama la igualdad y la justicia en los sueldos, y es el empleador más
importante del país, no paga lo mismo a hombres y mujeres. Eso
tiene que ver con conceptos tradicionales. Yo pasé por una etapa
de lucha contra las diferencias, reclamando el principio liberal de justicia.
Pero hay que recordar siempre que se trata de reclamar que nos traten
como iguales, sin inferir que somos iguales. Al fin y al cabo las mujeres
tienen la presión de ser la figura principal en la crianza. Por
lo tanto hay que tomar en cuenta la diferencia. A esto se agrega la situación,
en todas partes del mundo, de tener que discutir que la violencia contra
la mujer es un problema de derechos humanos. Y allí vemos que no
se le atañe importancia suficiente.
¿Se discute, o se habla, suficiente sobre la violencia contra
la mujer?
Hablamos de los grandes contextos de los derechos humanos, y la
Argentina tiene bastante que enfrentar. Pero muchas veces olvidamos el
frente doméstico. La violencia contra la mujer en el ámbito
del hogar es un abuso de los derechos humanos. Es un asalto a la dignidad.
En torno de la violencia contra la mujer hay mucha mitología, como
que sólo sucede en las clases de bajos ingresos. Esto lo comparten
todos los niveles de la sociedad. Es horrendo. No es específico
de una clase. Pero si se habla de violencia doméstica en la clase
pudiente, es la mujer que se siente disminuida. Por lo tanto no lo denuncia
porque siente que comete una violencia adicional contra su autoestima.
Es como si no estuviera a nivelde las expectativas que su grupo social
pone en ella. Por lo tanto reina el secreto, y no se busca la solución
en los juzgados. Pasa aquí y allá. En el Reino Unido tenemos
que hablar mucho más de esto. No podemos dejar que se cierre la
puerta. Lo mismo ocurre con la violencia sexual. Hay muchos que declaran
con total seguridad que Aquí no sucede. Lograr que
la policía y los juzgados traten el tema con seriedad es todavía
un problema en Inglaterra. Las mujeres temen denunciarlo. El tema tiene
que ser abierto con tanta vehemencia como la violencia que se ejerce.
Por
que Helena Kennedy
Por Andrew Graham-Yooll
En el Nombre del Padre
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Escocesa,
abogada, figura prominente en las campañas por los derechos
humanos en el Reino Unido y en Europa en los últimos veinte
años, Helena Kennedy, 50 años, baronesa (un flamante
título de nobleza otorgado por el gobierno laborista de Tony
Blair) ha pasado de ser una figura combativa a funcionaria de gobierno
sin, aparentemente, abandonar las banderas por las cuales peleó.
Lo fascinante de la reciente experiencia política británica
está en cómo impuso cambios que antes parecían
imposibles. La transformación de una entidad vetusta como lo
era (y aún lo es en muchos aspectos) la Cámara de los
Lores (el Senado británico) en poco tiempo fue asombroso. También
lo fueron los cambios en el sistema de educación. Ambas son
áreas que el conservadurismo jamás se animó a
tocar, aunque siempre amenazó.
En esos cambios participó Helena Kennedy, aunque reconoce que
no logró beneficios para la mujer (salarios iguales a los de
hombres, control de la violencia, discriminación sexual).Hace
casi 15 años se embarcó en lograr una reforma constitucional
profunda, que en muchos frentes hoy está en marcha en el Reino
Unido. Esto lo logró gente con la determinación y la
ambición de quienes son como ella.
Abogada desde los 22 años, participó en varios de los
grandes casos penales que involucraron a irlandeses durante la larga
lucha de Irlanda del Norte. Su mayor éxito fue conducir la
apelación de los llamados Cuatro de Guildford (Guildford
Four: Gerry Conlon, Paul Hill, Carole Richardson, Paddy Armstrong),
acusados erróneamente de un ataque terrorista que no cometieron.
El caso inspiró la película de Jim Sheridan En el Nombre
del Padre, con Daniel Day Lewis y con Emma Thompson en un personaje
inspirado en Helena Kennedy.
En su posición cercana al primer ministro Tony Blair, hoy es
presidente del Consejo Británico, agencia cultural y educativa
del gobierno. |
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