Por
David Hirst
Desde Beirut
En su taller en los suburbios de Beirut, Raef Hammoudi estuvo más
ocupado que nunca pintando banderas israelíes y norteamericanas.
Es por la demanda de los manifestantes a favor de la nueva Intifada palestina.
Las fabrica, en una tela no absorbente, una hora o dos antes del incendio
ritual, porque, dice, No las puedo guardar en mi almacén.
Los clientes se enojan, explica. Líbano, el más libre
y el políticamente más diverso de los países árabes,
es la caja de resonancia más elocuente de las emociones árabes
e islámicas. Fue el primero en reaccionar contra los dos mellizos
villanos, Israel y Estados Unidos, vinculados automáticamente como
objetos de la ira de los manifestantes.
Líbano está lejos de estar solo. Las protestas organizadas
que recorren el mundo árabe son las más persistentes y difundidas
desde las décadas de 1950 y 60, cuando el presidente egipcio Nasser,
campeón del panarabismo, levantaba a las masas desde el Golfo Pérsico
hasta el Océano Atlántico. En
Egipto, los estudiantes universitarios marchan todos los días en
apoyo a la Intifada y organizan sentadas. Ayer, los niños del colegio
primario cerraron la ruta al aeropuerto de El Cairo. Algunas de las manifestaciones,
como las de Irak, tienen al Estado como sponsor. Pero la mayoría,
como las de Siria, fueron espontáneas: el miércoles pasado,
cuatro mil personas apedrearon la embajada norteamericana, treparon los
muros y arrancaron la bandera, cantando Jerusalén es nuestra.
Estallidos semejantes se registraron en Túnez, en Sudán,
en Libia y en Yemen, cuyo presidente, Ali Abdulla Saleh, propuso que los
países árabes debían proveer de armas a los palestinos.
Ayer en Rabat, cientos de miles de marroquíes quemaron banderas
de Israel y Estados Unidos cantando alQuds (Jerusalén) es
árabe y musulmana. Los manifestantes, conducidos por partidos
de izquierda y por los sindicatos, gritaban: Sin compromisos, sin
concesiones sobre al-Quds.
Más sorprendentemente, la protesta se expandió también
a los estados del Golfo Pérsico, donde hay muy poca tradición
de manifestaciones callejeras. En los Emiratos Arabes Unidos, escolares
vestidas con trajes palestinos bordados marcharon de la mano con sus compañeros
varones con ropas locales. La protesta llegó incluso a Arabia Saudita,
corazón del autoritarismo archiconservador. En Kuwait, donde hay
un profundo sentimiento popular antipalestino, grupos religiosos islámicos
encabezaron una marcha por Palestina.
Hay a menudo una base religiosa en la reacción de ultraje, sea
en Mohammed Tantawi, sheik de la universidad al-Azhar de El Cairo quien
decretó en nombre del establishment islámico que la
fuerza debe ser ahora nuestra única arma para confrontar a Israel
o en las 55 personalidades, desde Malasia hasta Marruecos, que en el nombre
del Islam más fundamentalista firmaron una declaración conjunta
proclamando que la arrogancia de Israel nunca habría alcanzado
la dimensión actual si no fuera por la sumisión de
los árabes.
Todo demuestra la centralidad de la cuestión palestina en el mundo
árabe. Hubo un tiempo en que Palestina, como la causa árabe
por excelencia, derrocaba los regímenes y fomentaba la revolución.
Algunos desean que esto ocurra nuevamente ahora. En el diario árabe
(con sede en Londres) al-Quds al-Arabi, una de las mayores plataformas
de los movimientos de oposición árabes, Abd al-Bari al-Atwan
escribió: Oramos a Dios para que prolongue la Intifada, la
convierta en el gatillo que dispare hasta acabar con todas las frustraciones
acumuladas.
Y, sin embargo, aunque ésta haya sido la más impresionante
de las muestras de solidaridad palestina en décadas, la emoción,
ni entonces niahora, se trasladó a una acción que haya que
tener en cuenta. Palestina es el grito que une a los árabes, pero
también una prueba de su vergüenza.
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