La idea rectora de los
acuerdos de paz iniciados por Yitzhak Rabin y Shimon Peres era que
los palestinos y los israelíes debían vivir lo más
separados posible. Eso surgía de una dura lección,
aprendida desde la guerra de 1967 y subrayada violentamente por
la Intifada de los últimos años 80: que la potencia
ocupante jamás lograría asimilar a la población
del territorio ocupado, y que la fricción entre ambas sólo
conseguiría prender el fuego del enfrentamiento. Pero Rabin
y Peres no fueron del todo consecuentes con su razonamiento, como
tampoco lo fue su actual continuador, el ex héroe de guerra
(pero no de paz) Ehud Barak. Para mantener en Israel lo más
parecido posible a un consenso mayoritario sobre decisiones difíciles,
los tres laboristas no sólo mantuvieron la mayoría
de las colonias israelíes en Cisjordania y Gaza sino que
incluso las expandieron. De esas colonias se pretendía y
se pretende incluso que se incorporen al status final de los territorios
del futuro Estado Palestino, lo que constituye, por lo menos, una
fuerte anomalía para un nuevo país, y reproduce sin
variaciones la misma bomba de tiempo que el diseño de la
paz se proponía desactivar: la mayoría de los asentamientos
está poblada de colonos ultranacionalistas fanáticos
armados hasta los dientes, y en torno de ellas deben establecerse
siempre dos densos cordones de seguridad el interior israelí,
el exterior palestino para que colonos y palestinos no se
vayan a las manos (o a los gatillos). Hebron, donde viven 400 colonos
judíos entre un océano de palestinos, es el ejemplo
más notable de este monumento a la inviabilidad.
Por eso, frente a cada crisis israelo-palestina la guerra estalla
alrededor de las colonias, y una masacre de palestinos en la Explanada
de las Mezquitas en Jerusalén inmediatamente despierta réplicas
de Ramala, Nablus y particularmente la colonia de Netzarim, enquistada
en la socialmente explosiva Franja de Gaza, y donde la semana pasada
se corporizó el infierno tan temido de un enfrentamiento
entre la policía palestina y el ejército israelí.
Dicho de otro modo: no habrá paz mientras Jerusalén
oriental siga ocupada, ni mientras las colonias permanezcan en los
territorios de las zonas A, las que ya se encuentran bajo completo
control palestino. Barak, un centrista, intentó hasta ahora
devolver Jerusalén sin devolver Jerusalén, respetar
el control palestino sin respetarlo, reprimir tirando a matar pero
no siempre. Ese equilibrio no podrá mantenerse.
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