Por
Roque Casciero
Hace poco más de un año, los Caballeros de la Quema
llegaban por primera vez al estadio Obras, gracias al éxito de
su quinto disco, La paciencia de la araña, y en especial al hit
crossover Avanti, morocha, que los puso en todas las radios
y les permitió acceder al público más numeroso de
su carrera. De aquel concierto quedó el registro de un álbum
doble que salió en edición limitada para no molestar al
quinto disco de estudio de la banda, el reciente Fulanos de nadie. Para
presentar éste fue que los Caballeros volvieron al viejo templo
del rock argentino. Al contrario de lo que sucedió en aquella noche
consagratoria, Obras no estaba lleno: populares y pullman lucían
bastante completos, pero apenas estaba cubierto el cincuenta por ciento
del campo. De todos modos, el show le sirvió al grupo para mostrar
cada uno de los temas de su flamante trabajo y testear el humor de la
monada (como el cantante Iván Noble denomina cariñosamente
a su público), darse una idea de cuáles serán los
próximos hits (Sapo de otro pozo y Fulanos de
nadie corren con ventaja) y volver a congregar a buena cantidad
de sus fans para cantar hasta la disfonía los inspirados versos
callejeros (clásicos, a esta altura) de Patri y Carlito.
El comienzo del
show fue una sorpresa por la imagen del grupo, de riguroso traje gris
a excepción del tecladista Ariel Garfield Caldara, con su habitual
remera de Superman en versión lentejuelas y una peluca de gigantesco
peinado afro. El mismo look que en la tapa del disco: Ahora que
nos vendimos, tenemos vestuarista, ironizó Noble. De todos
modos, el traje le duró un tema y medio, pero, en lugar de aquellos
deshilachados shorcitos que parecían pegados a su cuerpo hace un
año, eligió pantalones de cuero y musculosa negra. Todo
un estilo.
La sobriedad no se trasladó a la música de los Caballeros,
enjundiosa incluso cuando las canciones aconsejarían más
tranquilidad. Fulanos de nadie no marca demasiadas diferencias sonoras
con su antecesor, por lo que no hubo muchas sorpresas en ese sentido.
Para bien y para mal, la banda parece conocer bien sus límites
y no sentir el mínimo deseo de desafiarlos. Sabe cómo facturar
rocanroles de estadio fáciles de corear y con
estribillos pegadizos, algunos reggaes un poco desprolijos y ciertos
talking blues urbanos que les deben tanto a Lou Reed y Tom Waits como
a los Rolling Stones. La influencia de Sumo y los Redondos continúa
sobrevolando las melodías del grupo; Noble lanza mejor aunque
nunca será Sinatra y lo reconoce sus habituales metáforas
futbolero-barriales; las chicas siguen enamoradas de su estampa rea y
burlona (le tiraron un corpiño y él se lo puso por encima
de la remera); a veces la banda se acelera tanto que se va de ritmo.
Un par de novedades fueron unos inaudibles coros femeninos made
in casa (además de Celsa Mel Gowland, cantaron Coti Maginot
y Loly Méndez, esposas de los guitarristas Pablo Guerra y Martín
Méndez, respectivamente) y una sección de vientos y un bandoneón
también postergados en la consola de sonido. Los sensuales movimientos
de tango for export de la bailarina Mora Godoy en Fulanos de nadie
terminaron con unos pasos junto a Noble quien, con justicia, dijo después:
Mamá, la próxima vez que nazca, enseñame a
bailar.
Después de una semana en la que se comentó bastante su participación
en el programa Sábado bus que conduce Nicolás
Repetto, Noble se dio unpequeño gusto. El sábado pasado,
desde la pantalla de Telefé, había brindado por un
buen cáncer en los huevos para los Galtieri y para los Massera,
como dice su canción Rómulo y Remo (inspirada,
precisamente, en los insípidos brindis del ciclo televisivo). Y
también para los Videla, agregó el vocalista. Enseguida
aparecieron un par de caras largas y se armó un minidebate por
el tema. En Obras, la monada dio su veredicto gritando esos
versos más fuerte que cualquiera en toda la noche. Cuando terminó
la canción, un envalentonado y feliz Iván Noble se despachó
a gusto. Un cáncer no, quince, gritó.
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